Lo que se presumía como una corrida de lujo, con el aliciente de la presencia de dos artistas sublimes y la despedida de Málaga de Enrique Ponce, se convirtió en un espectáculo triste y lamentable por el juego infumable de una corrida podrida de Juan Pedro Domecq. ¿Por qué podrida? Al margen de la justa presentación, con un tercero impropio de una plaza de primera, los toros se agotaron en los primeros lances, aguantaron tercios de varas realizados con todo el mimo posible, llegaron al final sin aliento, parados, pidiendo la muerte a los cinco muletazos, ofreciendo embestidas bobaliconas sin ninguna emoción, es decir, una corrida capaz de cargarse un festejo, pero que, oh curiosa circunstancia, es pedida por los toreros, porque son toros que dejan estar a toreros ya acabados como Ponce, o muy fatigados como Morante. Se pelean por este tipo de ganado a sabiendas de que puede ocurrir que salgan imposibles para el torero, pero con la seguridad de que van a estar tranquilos en su cara. A Juan Pedro le salen en ocasiones toros buenos, sobre todo por su bondad, incluso le han indultado reses en algunas plazas, incluyendo Málaga, pero ello no puede justificar que de forma habitual las corridas sean un compendio de todo lo que no puede ser el toro de lidia encastado, que es lo que de verdad le da importancia a la fiesta de los toros.
Dicho lo cual, la corrida era la del homenaje para Ponce en su última corrida malagueña. En esta plaza ha sido un ídolo, aquí indultó uno de Juan Pedro en aquel infumable festejo llamado Crisol, o sea, que Ponce tiene una historia de amor escrita en esta plaza. Al verlo esta tarde citar con el pico, pasarse el toro a dos metros de su anatomía, torear encorvado, es más que evidente que debe retirarse antes que tarde. No está para trotes exigentes. El primero era un toro sin casta, pero de una bondad beatífica. Es cierto que se quedó muy lastimado en una costalada, pero tuvo tanta bondad como falta de vibración. Le dio siete tandas periféricas sin que el público pudiera reaccionar. Todo un compendio de toreo incoloro. Con el toro de la despedida, otro toro de viaje corto, Ponce hizo un enorme esfuerzo, de forma que lo apretó para sacarle algunos muletazos de buen trazo, todo ello en un conjunto muy deslavazado. La plaza estuvo sensacional. No quería dar la vuelta y le obligó a ello, para dedicarle sus postreras ovaciones.
Morante tuvo un lote imposible. Al segundo le enjaretó cinco verónicas enormes. Lo mismo que los ayudados por bajo del comienzo de la faena. Y del porte de algunos de los naturales de una faena cada vez más entorpecida por un toro sin raza ni empuje. Fue una faena de torero artista con una miseria por delante. Y aún podía empeorar todo con el quinto, un toro mortecino y aplomado, al que después de dos tandas con la diestra, ante una colada del animal, optó por matarlo. Lo que hizo bastante mal.
La corrida se agarró a una tabla de salvación con el buen toreo de Juan Ortega. Ya lo hizo a la verónica con el tercero, al que le endilgó capotazos sublimes. Este toro, además de su nula raza, pareció lastimado de una mano, de forma que no podía desplazarse por completo. Un toro informal que no fue buena madera para el artista. Que, para levantar la tarde, toreó muy bien al noble sexto, con unos naturales a cámara lenta que fueron la cumbre artística de la tarde. No se puede torear con más cadencia y regusto. Todo fue algo discontinuo, pero esos muletazos fueron el desquite de una mala tarde de toros, propiciada por el ganado por el que se pelean las figuras.
Plaza de toros de La Malagueta, 16 de agosto de 2024. Tercera de Feria. Lleno. Seis toros de Juan Pedro Domecq, desiguales de presencia – el tercero, impresentable -, de muy mal juego por falta de raza, poder y clase. Una corrida podrida.
Enrique Ponce, de verde botella y oro. Estocada trasera y desprendida (saludos tras aviso). En el cuarto, pinchazo y estocada baja (vuelta al ruedo).
Morante de la Puebla, de caldera y oro. Estocada baja (saludos). En el quinto, tres pinchazos y estocada perpendicular (silencio).
Juan Ortega, de fresa y oro. Estocada (saludos). En el sexto, estocada caída (una oreja).
Saludó Joao Ferreira en el segundo. Ponce brindó el cuarto a Javier Conde.