Carlos Crivell.- Plaza de toros de La Malagueta, 19 de agosto de 2015. 4ª de Feria. Casi lleno. Corrida picassiana. Toros, por orden de salida, 1º de Fuente Ymbro, sin fuerzas; 2º de Victoriano del Río, manso y descastado; 3º bis, de Jandilla, bruto y sin recorrido; 4º tris, de Garcigrande, manso y noble; 5º, de La Quinta, descastado y sin clase; 6º, de Torreherberos, flojo, noble y falto de casta.
Se devolvieron el 3º de Juan Pedro por inválido; el 4º de Daniel Ruiz, que se partió un pitón y el 4º bis, de Lagunajanda, por inválido. Saludó en banderillas Juan José Trujillo.
Alejandro Talavante, de azul prusia y adornos en oro, dos pinchazos, media y descabello (silencio). En el 2º, estocada trasera y descabello (saludos). En el 3º, dos pinchazos, estocada corta y descabello (silencio). En el 4º, estocada baja y trasera (dos orejas). En el 5º, estocada caída (vuelta al ruedo). En el 6º, estocada trasera y caída (saludos).
La corrida picassiana con la gesta de Talavante quedó en gran parte frustrada de antemano por el cambio de algunos toros, entre ellos uno de Adolfo Martín, que no llegó a dar el peso reglamentario. Quedaron uno de La Quinta y cinco de encaste Domecq en distintas versiones. Sin embargo, los exornos de la plaza del artista Loren y el propio ambiente a favor del torero eran de máximo apoyo para una apoteosis
Todo lo ocurrido en los tres primeros astados es la demostración del estado de la cabaña brava. También es la expresión del estado de la Fiesta. Fue un verdadero desastre en todos los sentidos, que ya en el cuarto rayó en el absurdo. El equipo veterinario confundió, como tantas veces, pitones con trapío. Y no es lo mismo. Tapados por cornamentas exhuberantes, muchos toros no estaban rematados, cuando sus hechuras cantaban que no iban a embestir, como pasó con el de Jandilla, lidiado como tercero bis, o el de Victoriano del Río, que no tenían ni trapío ni cuello.
La lidia fue pésima en todos los astados. Ninguno se puso en suerte de forma correcta. Los picadores ofrecieron un concierto sobre cómo no debe practicarse la suerte de varas.
El de Fuente Ymbro no tenía fuerzas. El de Victoriano fue un manso. El de Jandilla fue bruto y descastado. En estos toros se reservó mucho Alejandro Talavante. Se lució en algunos saludos con el capote, casi siempre a la verónica, así como en un quite por gaoneras muy ceñido y ciertamente emocionante.
Conforme avanzaba esta primera parte del festejo el torero extermeño se fue desanimando. No era para menos. Se estrelló contra el inválido y rebrincado de Fuente Ymbro. Pudo ligar algunas tandas por ambos pitones al de Victoriano del Río, aunque la mansedumbre del animal le impidió armar una faena conjuntada.
El tercero lidiado fue de Jandilla. Le duró muy poco. Se quedó corto y pronto lo macheteó por bajo. En el ecuador de la corrida, la plaza y el torero se encontraban en estado de depresión manifiesta.
El cuarto titular, de Daniel Ruiz, chico y todo cuernos, se partió el izquierdo en una costalada. Salió uno de Lagunajanda que fue inválido y también tomó el camino de los corrales. Se corrió el turno y salió el de Garcigrande, anunciado como quinto, terciado y manso, pero que cambió la corrida. Fue un acierto el detalle de correr el turno.
El toro de Garcigrande, manso, se dejó torear por un torero que elevó su tono vital en una faena en la que su principal virtud fue creer en el toro y ofrecerle la oportunidad de embestir por abajo. Las tandas en el centro, siempre ligadas y muy poderosas, fueron hermosas. Las del pitón izquierdo, muy estéticas, con sus arrucinas intercaladas. Acabó toreando limpiamente de rodillas y mató de una estocada muy defectuosa. La plaza, cansada del desastre vivido y agradecida, pidió las dos orejas.
Se supone que era el momento clave de una corrida tan complicada como la de un torero que se enfrenta a seis toros. El quinto fue de La Quinta, muy justo de raza y mansón, que embistió sin celo en una faena de buen tono por ambos pitones pero sin la emoción que debe aportar el toro.
Cerró plaza el tercer sobrero, un cinqueño bien presentado de Torreherberos. Se lo brindó a la plaza en agradecimiento al apoyo y a la paciencia demostrada. Le dio derechazos suaves a un toro inválido que echó el freno muy pronto. En las tablas lo exprimió con muletazos de uno en uno llenos de voluntad. Así acabó el desastre picassiano.
Al margen de todo lo referido, de la mala elección del ganado, de la lidia horrible que recibieron los astados, Talavante se vino abajo en los primeros astados de su encerrona. No había enemigos delante para el triunfo, cierto, pero tampoco se apreció el desparpajo conocido del extremeño, su fantasía sorpredente y su capacidad de improvisación. Tampoco estuvo brillante con la espada, que cuando entró lo hizo en sitios poco certeros. Nueve ganaderías y un torero que se estrelló contra los elementos.