Carlos Crivell.-Manolo Acevedo se ha muerto muy joven. Es cierto que su ausencia de la vida cotidiana del toreo sevillano hacía pensar que tenía más años, pero eran apenas 65 los que llevaba vividos cuando se ha marchado con Ana, su maravillosa mujer, porque probablemente en esta vida ya tenía pocos alicientes.

Acevedo era esa clase de taurinos que no tenía medias tintas. Desde que le conocí, en tiempos en los que era el apoderado de Manili, cuando ya había cubierto dos etapas fundamentales de su trayectoria como apoderado con Jaime Ostos y Mario Triana, me fue fácil percatarme de su carácter indomable, de su pasión por todo aquello en lo que creía con firmeza, de esa misma pasión para definir lo que no le gustaba. En los primeros momentos, Acevedo te ganaba como amigo o lo colocabas entre quienes no podían serlo nunca. En mi caso caí en el primer lado, aunque como era tan visceral esa relación tuvo numerosos encontronazos, que finalmente se saldaban porque Acevedo era un romántico empedernido del toreo y había que admitir que era un tipo que merecía mucho la pena. Todo lo referente al toro lo vivía con pasión.

Quiso ser torero, se casó con una sobrina nieta de Cara-Ancha, tuvo tres hijos y fue hombre del toro, fundamentalmente apoderado. Sus mejores tiempos tal vez fueran los de Mario Triana, porque a ese chaval, que pudo haber sido una figura grande, lo llevó con mimo y buen acierto. Si Mario Triana no llegó a la cumbre nunca lo podrá achacar a falta de acierto en la dirección de Manolo Acevedo. Después de Mario, Acevedo llevó otros matadores de forma acertada, aunque no acabó de encontrar a ese torero que le pusiera en figura de los apoderados.

En su casa de la Cruz Roja, inmenso caserón, todo giraba en torno al toro. Como fiel aliado en sus sueños, Antonio Escobar, entre otros. Vaya par de soñadores. El toreo nunca agradecerá bastante que haya personajes tan viscerales en la defensa de lo que fue su amor, su pasión y su profesión.

No tuvo la suerte necesaria en la vida. Soñando siempre, apoyó a sus hijos Santiago y Álvaro para que fueran toreros. Aún lo estoy escuchando al hablar de ambos. Siguen sonando en la lejanía sus palabras sobre las condiciones de cada uno de ellos, y sigo teniendo que ir un día a la casona de Acevedo a ver esos vídeos de sus niños, para que de una vez por todas me convenza de que pueden ser muy buenos toreros. La dureza de esta fiesta le impidió ver cumplidos esos sueños, pero en las alturas de los cielos puede estar satisfecho: Santiago es un buen torero; de plata, pero bueno; Álvaro, es un buen periodista de toros. Seguro que dentro de algunas generaciones, de la raíz de Manolo Acevedo surgirá una figura del toreo.

Los últimos años fueron ingratos para Manolo. Se murió Ana, llegó la enfermedad y se apartó de mundillo de los toros. Hasta Antonio Escobar se fue a Canarias, un sitio donde no se celebran corridas. Esa foto que ilustra este artículo está hecha en Espartinas, ya algo deteriorado, cansado, algo desilusionado por una lucha tenaz que no se puede calificar de estéril. Forma parte de esa galería de personajes que traté en mis comienzos como crítico y que me dejaron honda huella, ya en lo bueno, ya incluso cuando alguna vez se plantó en la puerta de mi casa para pedirme explicaciones por un comentario en la radio. Pecata minuta. Seguimos siendo amigos. Manolo Acevedo era un pura sangre del toreo. Su muerte prematura, aunque para el toreo estaba retirado ya hace algunos años, nos recuerda esa raza de taurinos que ya no existen y que tanto echamos de menos. Gracia Manolo por tu sinceridad vital. Ánimo Santi y Álvaro