Gastón Ramírez Cuevas.- Sexagésimo octavo aniversario de la inauguración de la Plaza México. Miércoles 5 de febrero del 2014. Décimo octava corrida de la temporada. Toros: Ocho de Fernando de la Mora. Hubo un sexto bis debido a que el que cerraba plaza fue devuelto por manso, y Joselito Adame regaló uno. Todos, salvo el de obsequio, que era negro bragado, fueron berrendos de muchos kilos y nulo trapío. Salvo el segundo de El Payo, un animal noble y colaborador, los demás fueron un compendio de mansedumbre y debilidad. Toreros: Pablo Hermoso de Mendoza, despachó a su lote de muy mala manera con varios bajonazos arteros con la hoja de peral y otros tantos julipiés a caballo: división y silencio. Joselito Adame, al segundo de la tarde le metió una entera caída y tendida y luego lo descabelló al primer intento: silencio. Al quinto lo pasaportó de 2 pinchazos y un golpe de verduguillo: silencio. Al de regalo se lo quitó de enfrente con un par de pinchazos y otro de descabellos: silencio. Octavio García “El Payo”, al tercero le atizó una estocada bajita que bastó: silencio. Al sexto bis lo mató de pinchazo y entera: salió al tercio.
La Plaza México registró un entradón (lleno en numerado y casi la mitad de general, unos 35,000 espectadores) para festejar el cumpleaños 68 del coso más grande del mundo. Lo que nadie sabía ni esperaba es que aquello iba a ser un suplicio de cuatro horas bien cumplidas (de siete a once de la noche) en el que la empresa, el ganadero y el caballista nos vieron la cara bien y bonito.
He llegado a la conclusión de que cuando un sedicente ganadero de bravo bautiza a sus toros con nombres tan chuflas como “Río Florido”, “Ojos Míos” o “Corta Flores”, lo mejor que puede hacer el sufrido aficionado es tomar las de Villadiego más rápido que aprisa.
Pablo Hermoso ya no es el que fue. Ahora torea al respetable con un entusiasmo digno de mejor causa, mientras baila con sus equinos alrededor de unos pobres bichos a los que atostona hasta que quedan con menos pitones que un oso koala. Uno sabe que Simao da Veiga y Manuel Vidrié llegaron a zumbarse toros en puntas y se pregunta qué pensarían esos caballeros en plaza de los rejoneadores actuales. Sin ir más lejos, uno vio a don Javier Buendía interpretar el arte de Marialva con señorío y verdad. De hecho, uno vio a Pablo Hermoso actuar con gran torería cuando aún no estaba interesado en pertenecer al S.U.C.C. (Sindicato Único de Clowns del Caballito), pero eso es cosa del pasado. Ahora el centauro navarro considera que clavarle docenas de banderillas de todos tamaños y por todos lados a rumiantes que nada tienen que ver con el toro de lidia es algo muy meritorio, y no contento con ello los mata de múltiples rejonazos lamentables a medio lomo o de un ramillete de despreciables sartenazos.
Joselito Adame estuvo voluntarioso, lo cual nunca es un halago para torero alguno. El diestro de Aguascalientes no pudo refrendar los enormes triunfos de sus tres comparecencias anteriores. Con el capote se fue a porta gayola, pegó medias largas cambiadas de hinojos, quitó por chicuelinas, le pegó zapopinas al de regalo, etc. Pero los mansísimos zambombos de Fernando de la Mora Ovando no le ayudaron.
Con la muleta no pudo resolver el galimatías que conlleva el estrellarse con toros mansos, bravucones e inciertos, como lo fueron los de su lote original. A José le faltaron colmillo, oficio y poder. No entiendo por qué consideró oportuno regalar un ejemplar del hierro titular, la cosa ya venía torcida y no tenia remedio.
El Payo volvió a mostrarnos sus dos personalidades, la del muchacho que parece no saber para qué sirven capotes y muletas, y la del coleta que se arrima y torea con gran verdad. Así las cosas, en su primero estuvo fatal y en el que debía haber cerrado plaza se llevó las únicas ovaciones valiosas de la noche.
Sorprendentemente ese torito berrendo, ese que hizo sexto bis, no se paró ni quiso huir como un conejo. El joven queretano toreó por derechas ligando y templando en un palmo como los buenos. Remató las tandas con forzados de pecho ajustadísimos y se lució en todo momento.
Todo el cónclave apostaba por una estocada a ley y estaba ya casi con los pañuelos en la mano, pero uno de tantos gorrones que abarrotaban el callejón distrajo al toro y provocó el pinchazo. El Payo salió a recibir una merecida pero tibia ovación en el tercio. Sólo un estoconazo hubiera podido disipar el enorme tedio que se había venido acumulando durante más de tres horas y media en el embudo de Insurgentes.
Pero no nos dejemos abatir por el desencanto y el desconsuelo, tomemos todos estos embustes con un poco de humor. Por eso, cuando después de una kilométrica pseudo-corrida de toros, cansado de tanto engaño y tanta impunidad, esté usted despotricando a gritos y se sienta tentado a no volver a permitir que le tomen el pelo los truhanes de siempre, recuerde la frase que aprendí del maestro Allen Josephs, catedrático, escritor y aficionado: “Fuera de eso, señora Lincoln, ¿qué le pareció la obra?”.