Gastón Ramírez Cuevas.- Domingo 26 de enero del 2014. Décimo sexta corrida de la temporada de la Monumental plaza de toros México. Toros: Seis de Villa Carmela, mal presentados, débiles y mansos. Varios fueron pitados en el arrastre y el quinto fue abroncado de continuo. Uno de Montecristo que hizo tercero bis, ya que –afortunadamente- al del hierro titular le despitorraron. Fue este sobrero un toro bueno que mereció el arrastre lento. Toreros: Rodolfo Rodríguez “El Pana”, al que abrió plaza le recetó un chalecazo y algunos golpes de descabello: aviso y división. Al cuarto le despachó de casi entera bastante caída: silencio. Morante de La Puebla, al segundo de la tarde le pegó dos pinchazos y el toro decidió doblar: pitos. Al segundo de su lote le metió tres cuartos en buen sitio: silencio sepulcral. Joselito Adame, mató recibiendo al tercero: dos orejas. Al sexto le pinchó una vez y luego le propinó una entera trasera y tendida: ovación.
Hoy entraron al embudo de Insurgentes unos veinte mil aficionados. Se esperaba más gente, pero el mejor cartel de la temporada no fue suficiente para abarrotar el coso. La afición está de capa caída aquí y en China. Sólo le digo, amable lector, que el que no vio a Joselito cortar su cuarto par de orejas en esta temporada, no tiene perdón de Dios. Entre la veteranía del Pana y la extraña abulia de Morante, surgieron el hambre y la torería total de Joselito Adame. El muchacho de Aguascalientes estuvo cumbre frente al único astado que fue un verdadero toro de lidia.
Las cosas sucedieron así: Salió el tercero de Villa Carmela y Joselito le recibió con mandiles de muchos quilates. Remató con una media elegante y una revolera seca para ser ovacionado. Uno de sus peones estrelló al toro y lo inutilizó. Mire usted por dónde la suerte encuentra al que la merece, pues salió después un burel de Montecristo que colaboró en todo momento, excepto por el pitón izquierdo, donde no tenía un pase.
El nuevo ídolo de la afición mexicana se recreó en las verónicas cargando y templando. Volvió a instrumentar una media de altos vuelos y nos regaló un espléndido manguerazo de Villalta, como para dejar bien claro que en la variedad está el gusto.
Llevó al toro al caballo con el quite por las afueras o chicuelinas andantes. La media revolera rodilla en tierra fue de escándalo. No contento con esos lances luminosos, José se entretuvo en hacer el Quite de Oro. El invento del orfebre tapatío, Pepe Ortiz, rara vez es interpretado con tanta entrega y tanto arte. La brionesa y la auténtica larga cordobesa, cerezas en el pastel después del inolvidable quite, pusieron a la gente de pie.
La faena de muleta fue un compendio de bien torear. Hubo estatuarios, desdenes, trincheras, derechazos interminables y pases de pecho colosales. Parar, templar, mandar y ligar, se dice fácil. Adame completó todos y cada uno de los muletazos con arte, exposición y suavidad, en la mínima distancia y pasándose al de negro por la barriga. El respetable aplaudía y le gritaba: ¡Torero! La locura colectiva, la suspensión de la incredulidad y la seguridad de haber por fin hallado a un torero mexicano con madera de ídolo se manifestaba en cada ¡Olé!, en cada alabanza.
El trasteo tocaba a su fin y Joselito se dobló como los grandes para igualar al toro. Como si Rafael Ortega (el de San Fernando, no el de Apizaco) le estuviese aconsejando, el coleta hidrocálido citó a recibir de la manera más ortodoxa que pueda usted imaginarse: la pata derecha adelante, de vuelta al sitio original y a atracarse de toro. Las dos orejas del pupilo de Germán Mercado Lamm fueron a parar de forma indiscutible a la espuerta del cuarto gran Joselito de la historia. El niño lleva ya cortadas ocho orejas en tres tardes: ¿alguien más?
Con el que cerró plaza Joselito estuvo igual de dispuesto e igual de elegante. Pero el toro era de Villa Carmela, no de Montecristo. Es decir, nula bravura, nula colaboración. No obstante, en el primer tercio, Joselito pegó una larga cambiada de rodillas, lances a pies juntos y chicuelinas ajustadas y de mano muy baja. Sentado en el estribo para empezar a torear con la sarga, rodilla en tierra, logró provocar otra vez la locura en los tendidos. Es inusitado ver tanto temple y tanto aguante en ese tipo de muletazos. Lástima que el morito era muy moderno, bobo y anodino. Si no, estaríamos hablando de otras dos orejas ganadas a ley. Cuando, después de despachar a la raspa de Villa Carmela, José se dirigía al burladero de matadores, el público de La México le volvió a gritar: ¡Torero, torero! Eso consagra, eso nos llena el corazón de alegría y esperanza.
¿Qué hizo Erre Erre? ¿Qué hizo el Brujo de Apizaco? ¿Qué hizo el Gran Pana? Pues lo que se pudo. Ninguno de sus “enemigos” tuvo fuerza o clase. Nos quedamos con un trincherazo de cartel a su primero y cuatro derechas eternas a su segundo. Viendo que el carismático diestro tlaxcalteca venía enfundado en un terno nuevo bordado en oro, tenemos la esperanza de volverle a ver dentro de poco.
¿Y Morante? pregunta usted. Pues mire, anduvo medio mandanga, medio ausente. No tuvo tampoco toros a modo, pero ciertas personas sospechan que él eligió el encierro. Digamos en su descargo que a veces pegó derechazos artísticos. Poca cosa, muy poca cosa para quien todo puede si le da la gana.
Sin temor a exagerar, puedo decir que esta cita de Henry James (gran escritor estadounidense) define totalmente a Joselito, el triunfador indiscutible de esta tarde y de toda la temporada: “Trabajamos en la oscuridad -hacemos lo que podemos- nuestra duda es nuestra pasión y nuestra pasión es nuestro deber. El resto es la locura del arte.”