Gastón Ramírez Cuevas.- Domingo 31 de enero del 2016. Décimo sexta corrida de la temporada de la Plaza de toros México. Toros: tres de Los Encinos, primero, cuarto y sexto; desiguales de presencia y juego. Mansos en conjunto. Tres de Fernando de la Mora, segundo , tercero y quinto, pero éste último fue devuelto por su supuesta falta de trapío. A los dos que se pudieron lidiar les aplaudieron en el arrastre. Uno de Xajay, que hizo quinto bis. A ése le armaron gran bronca en el arrastre.
Toreros: José Tomás, a su primero le despachó de gran entera un poco trasera: oreja protestada y salida a los medios.Al tercero de la tarde le despenó de un pinchazo en lo alto, casi media y tres golpes de descabello: al tercio con fuerza tras aviso. Al quinto bis le mató de dos pinchazos y entera: bronca al toro y silencio tras aviso.
Joselito Adame, al segundo de la función le atizó un pinchazo aliviándose, otro parecido, un tercero al pulmón y uno más abajo, antes de un bajonazo en forma: silencio tras aviso y palmas al toro. Al cuarto le pinchó una vez antes de dejar una estocada desprendida: silencio. Al sexto lo recibió a ley, le descabelló de igual forma y le cortó dos orejas con división.
Todos esperábamos más, y al decir todos, me refiero a los casi 45,000 parroquianos que llenaron hasta la bandera el embudo de Insurgentes. Pero fallaron los toros, cosa nada rara en el planeta del toro desde que Dios existe.
Muchos papanatas advenedizos y de aluvión se quejaron amargamente con pitos e insultos durante todo el festejo: esos son los que pagaron entradas carísimas en la reventa y que nunca habían estado en el coso ni habían visto a los dos espadas. Si usted palma con miles de pesos, es usted un badulaque y quiere ver que se corten dieciséis rabos y una carretada de orejas. Para efectos de los microcéfalos, la corrida fue a todas luces un timo.
José Tomás, el más pundonoroso y caro de todos los toreros, se jugó la vida como los buenos en su primero. Su enorme valor ante un toro que le prometía la voltereta y se la dio en dos ocasiones espeluznantes, dejó bien claro que le de Galapagar es un fuera de serie. Quedan para el recuerdo los naturales sin enmendar, templados y largos, y un doblón espléndido. Mató como sólo él lo hace: a ley. Pero algunos chuflas pensaron que la estocada había sido defectuosa (¡anteojos para todos!) y le negaron la vuelta al ruedo oreja en mano.
Mejor estaría José Tomás Román Martín en le tercero, al que le pudo hacer por momentos el toreo de cante grande. Hubo siete pases con la zocata en los medios de enrome dimensión, incluyendo un natural que todavía no se acaba: esos muletazos valieron todos los boletos de toda la vida. Lástima que el toro se rajó y que el gran Tomás no pudo matar como quería.
La cosa se le complicó mucho al de Galapagar en su último turno. Los toristas de garrafón (esos cretinos que piensan que están en Bilbao o en Céret) le pitaron tanto al de don Fernando de la Mora -éste fue devuelto-; sólo para que saliera al ruedo un bicho muy carente de trapío que enardeció más los ánimos. José Tomas abrevió y se fue al burladero de matadores bastante desconsolado. Ahí quedó su actuación, enorme para los que algo chanelan, y rácana para los que de esto entienden lo mismo que de física cuántica.
Joselito anduvo bastante regular en su dos primeros, sacando a relucir el “código postal” un tanto pueblerino y toreando siempre de perfil. Sus absurdos martinetes (vulgo, revoltinas) fueron el leitmotiv de sus acelerados trasteos al segundo y al cuarto de la tarde. Además mató fatal, cosa rara en él.
Pero en el que cerró plaza, el de de Aguascalientes estuvo enorme. Se enfrentó al toro más serio del encierro y pudo demostrar por qué es la figura mexicana que tanta falta nos hacía. Las zapopinas del quite fueron formidables, ceñidas y templadas.
Después de brindar el toro a José Tomas, José Guadalupe Adame Montoya se dedicó a torear de verdad, templando, aguantando y dando el paso adelante. No faltaron los naturales de gran calado, ni las dosantinas reales, ésas que pegaba el Lobo Portugués (Manolo Dos Santos). Cada pase fue completado y cada cite fue a tiempo y en la distancia. Joselito se encunó y mató en la suerte de recibir, y aunque el morlaco precisó de un descabello (como todos los toros rajados), la gente pidió la oreja. Jamás sabremos las razones por las cuales el juez concedió dos trofeos velocísimos, pero de hecho, Joselito –numéricamente, que no en calidad,- volvió a mojarle la oreja al más grande de todos, como lo hiciera en Nîmes allá en el 2007.
Cito ahora al gran Jean-Pierre Darracq, el “Tío Pepe¨, espléndido revistero francés: “La fiesta brava es una de las ilustraciones más características del casticismo. Se sustenta en dos obligaciones concurrentes: la bravura del toro y el desprecio que el torero puede tener por su propia existencia.” Hoy faltó toro, y eso es achacable a los que se visten de luces, llámense José Tomás o Joselito Adame. No obstante, valió la pena estar en la plaza más grande y cómoda del mundo y verla llena hasta el reloj.