Hermoso_México_TadeoAlcina

Hermoso de Mendoza (Foto: Tadeo Alcina para www.aplausos.es)

Gastón Ramírez Cuevas.- Domingo 21 de febrero del 2016. Vigésima y última corrida de la temporada de la Plaza de toros México. Toros: Dos de Los Encinos para rejones. El primero fue manso, feo y débil. El quinto de la tarde fue bravo y noble. Le dieron arrastre lento.

Seis de Teófilo Gómez: Desiguales en presentación y juego. Al segundo de Ponce le dieron arrastre lento. El segundo de la tarde y el séptimo fueron pitados con fuerza.
Toreros: Pablo Hermoso de Mendoza, al que abrió plaza le mató mal, de un rejón de muerte trasero, un pinchazo y otra hoja de peral a medio lomo: silencio. A su segundo le pasaportó con un rejón de muerte en muy buen sitio: dos orejas y rabo. El tercer trofeo fue muy protestado.
Enrique Ponce, al segundo del festejo le pinchó dos veces y lo descabelló en igual número de ocasiones: silencio tras aviso. Al sexto le atizó una media baja y luego una entera trasera: vuelta al ruedo para el valenciano. Al octavo, mismo que le correspondió porque El Payo estaba en la enfermería y no pudo salir a matarlo (una fuerte infección gastrointestinal se lo impidió), le pegó una entera en el rincón y un golpe de corta torerísimo: oreja.
Fermín Rivera, al primero de su lote le despachó de buena entera y cortó una oreja. Al séptimo de la tarde le pinchó una vez y luego le pudo meter una entera a toro parado: palmas.
Octavio García “El Payo”, al cuarto de la tarde le mató de un pinchazo hondo que bastó: palmas. No pudo salir para enfrentarse al octavo por los fuertes vómitos sufridos durante la lidia de su primero.
Entrada: cerca de 33,000 personas. Es decir, lleno en numerado y bastante gente en Sombra General.

Se ha terminado la temporada grande en el coso máximo de América. Fue un buen fin de fiesta, del que nadie salió ni decepcionado ni aburrido. Vamos por partes. Pablo Hermoso triunfó como en sus mejores tiempos con el último de su lote. Ese toro de Los Encinos fue un ejemplo de bravura y nobleza. El centauro navarro hizo las delicias del respetable con su extraordinaria forma de montar. Los quiebros templados, los galopes a dos pistas, las banderillas a una y dos manos clavando al estribo fueron ovacionados de pie. Hubo por ahí dos piruetas por dentro, muy pegado a tablas, que no habíamos visto en la vida. Mató en lo alto, a la primera y con verdad, y la gente sacó los pañuelos. Como es costumbre, el juez exageró al conceder dos velocísimas orejas, lo cual ocasionó la clásica petición de rabo, mismo que al ser concedido fue pitado por los que tanto lo exigieron. Es lo de menos, Pablo Hermoso es el único rejoneador que puede presumir de haber cortado ya cuatro rabos en La México.

Enrique Ponce volvió por sus fueros. En su primero poco pudo hacer porque el bicho se caía de continuo. En su segundo la cosa se puso mejor. Con ese toro colaborador, Ponce se gustó desde el quite por mandiles. A continuación toreó con reposo, temple y lejanía, llegando incluso a pegar las horrorosas poncinas. De esa faena nos quedamos con los doblones rodilla en tierra y montera en mano, y con dos desdenes de gente grande. Lástima que no anduvo fino con la toledana y que todo quedó en una clamorosa vuelta al ruedo.

Cuando la suerte le sonríe a los elegidos se vale de todo tipo de casualidades. Así, a don Enrique le tocó matar al octavo y último de la corrida, debido a que El Payo no pudo salir de la enfermería. Fue entonces cuando vimos al gran Ponce, al torero honrado y mandón, artista y señorial. El veterano coleta valenciano le aguantó y le pudo a un toro complicado. Grandes fueron los naturales y los adornos. Desengañando al manso, Ponce, toreó fajándose, hasta cargando la suerte y erguido.

La pureza y la entrega fueron las dos claves de su quehacer. No contento con eso, El de Chiva se tiró a matar como los buenos. El toro no quiso doblar con la entera en el rincón y Ponce descabelló como para darle envidia a Roberto Domínguez. Merced a eso, el incombustible matador español cortó una merecidísima oreja.

Fermín Rivera, no tuvo mayor fortuna en el sorteo. Pese a lo soso y complicado de su primero, el sobrino de Currito Rivera le echó valor, sobriedad y sabor al asunto. Aguantó al derechazo y llegó hasta a pegarle el teofilito tres cambios de mano por delante seguidos. Todos los muletazos fueron templados y completos, como manda el sello de la casa. La oreja fue pedida con fuerza y los cabales le gritaron a Fermín: ¡Torero, torero! mientras daba la vuelta al ruedo. Nada pudo hacer Rivera en el séptimo de la función, uno de los peores toros de la temporada, que ya es decir. Bueno, ahí quedaron patentes el valor y la elegancia natural del coleta potosino ¿qué más podemos pedir?

El Payo nos regaló unos naturales excelentes en el único que pudo matar. Ese cuarto de la tarde iba y venía con alegría, pero el espada queretano no las traía todas consigo. Haciendo un esfuerzo titánico para contener las violentas arcadas que le atenazaron todo el rato, Octavio logró diez pases con la zocata que tuvieron clase de verdad. La faena no remontó el vuelo porque El Payo casi no podía tenerse en pie. Lástima, porque ahí hay un torero que vale, y mucho. Dicen que sus problemas gastrointestinales le han hecho cortar la temporada. Esperemos que pronto se restablezca, ya que no es posible torear estando tan disminuido.

Parafraseando un poco al gran escritor taurino F. Bleu, le digo, querido lector, que cuando la Fiesta se compone de toreros con pundonor y toros relativamente potables, convence a todo aquel que no esté dominado por los prejuicios y que conserve un átomo de sinceridad. Gracias a los cuatro toreros de hoy por habernos reconciliado con el arte de Cúchares. ¡Si tan sólo pudiéramos agradecer tan humildemente a los ganaderos y a la empresa!