Gastón Ramírez Cuevas.- Cuando se anunció que el encierro de Germán Mercado no iba a lidiarse completo y que entraría al quite la ganadería de Pozo Hondo, los optimistas de siempre nos alegramos, pues recordábamos el triunfo indiscutible de la vacada de Ramiro Alatorre el pasado 25 de febrero. Sin embargo y por razones que más vale no conocer, Pozo Hondo pegó un petardo de gran magnitud, ya que los únicos bichos que dieron algo de juego fueron los de Montecristo.
Juan Ortega lució en el toro de la confirmación tanto con el capote como con la muleta. El ungulado de Montecristo, anovillado y sin cara, tuvo ganas de medio embestir hasta que las fuerzas lo abandonaron.
El diestro sevillano toreó primorosamente con el capotillo, instrumentó el quite por las afueras para llevar al caballo y luego se gustó a la verónica y en dos medias elegantísimas.
Inició el trasteo doblándose rodilla en tierra para después ejecutar un cambio de manos de cartel. Lo mejor de la faena fueron tres derechazos sublimes, aunque también hubo pases de pecho muy ajustados, molinetes y otros adornos. Lástima que no cobró una estocada decente, pues el público capitalino, adorador del temple como pocos, ya tenía los pañuelos blancos en la mano.
Con el sexto, un burel largo y corniausente, Ortega quiso volver a enseñarnos la calidad de su tauromaquia, pero es imposible luchar contra la incertidumbre de la mansedumbre.
Juan Pablo Sánchez se las hubo en primer término con un simulacro de toro que rodaba por la arena con singular alegría. Huelga decir que ahí no pasó nada. Como dato curioso, Juan Pablo, desesperado por las condiciones de su “enemigo”, tuvo a bien pegarle al toro una patadita en los cuartos traseros, ¡cuánta torería!
En el cuarto, un animal que resultó a la postre el mejor de la tarde, el coleta de Aguascalientes lució en varias tandas de derechazos de enorme temple y naturales de muy buena factura. Mató bien y cortó un apéndice.
Con el tercero de la tarde, Diego Silveti mostró poco oficio y menos decisión. Digamos en su descargo que el cuadrúpedo no servía para gran cosa por su mal estilo y falta de gas.
El quinto fue pitado desde que salió por toriles hasta que lo arrastraron las mulillas. En una corrida donde no vimos un toro dignamente presentado, el de Pozo Hondo fue el que más se asemejaba a una lagartija. Lo único rescatable de la labor de Diego fue un quite por gaoneras.
Cuentan que Stendhal, el gran novelista francés, abrumado por tanto arte, se desmayó en la basílica de la Santa Cruz, allá en Florencia. Algo similar ocurre hoy en las plazas de toros, el aficionado ve el milagro del temple y es víctima de emociones muy fuertes e irresistibles.
Todo lo anterior está muy bien, pero por lo general el temple en nuestros días aparece en la lidia de toros sin un ápice de bravura. Por consiguiente, la emoción que da el peligro, ingrediente que jamás debió abandonar los recintos taurinos, es lo que más falta le hace a nuestra pobre Fiesta. La desaparición de la ferocidad, fuerza y astucia en los toros de lidia es la causa principal de la decadencia de la tauromaquia, no sólo en México sino en todas partes.
Permítame, querido lector, dar fin a esta crónica con un comentario catastrofista. Cuando un ganadero bautiza a sus toros -como lo hizo hoy el de Montecristo- con nombres tan de mal fario como “Colorín Colorado” y “Broche de Oro”, no nos queda sino recordar la frase sacramental de David Rodríguez el Cuixtle, el legendario ganadero de Atlanga: “¡Semos perdidos!”. Por cierto, el dichoso “Broche de Oro”, el tercero de la tarde, brincó al callejón, se inutilizó y fue devuelto a los corrales.
Plaza México. Domingo primero de diciembre del 2024. Toros: tres de Montecristo, primero, tercero y cuarto. Excepto el cuarto, que tuvo recorrido y nobleza, a los otros les faltó trapío, fuerza, pitones y bravura. Cuatro de Pozo Hondo, segundo, tercero bis, quinto y sexto. Todos fueron pitados en el arrastre por mansos, débiles y anovillados.
Toreros: Juan Pablo Sánchez, al segundo del festejo lo mató de entera a toro parado: palmas. Al cuarto le cortó una oreja después de una estocada traserilla.
Diego Silveti, al tercero se lo quitó de enfrente mediante tres pinchazos: silencio. A su segundo lo despachó de media y un descabello: pitos.
Juan Ortega confirmó la alternativa. Al que abrió plaza lo mató de entera trasera y caída y tres golpes de verduguillo: vuelta al ruedo. Al sexto lo despenó de dos pinchazos a la trágala y un descabello: silencio.
Entrada: unas diez mil personas.