Gastón Ramírez Cuevas.- En un intento por alcanzar la modernidad en el terreno del muralismo y la escultura, la empresa contrató a una artista (Isabel Garfias) para que pintara las tablas con motivos taurino/abstractos y palabras cabalísticas y le pegara bichitos de plástico a una especie de burladeros accesorios. Huelga decir que la instalación de los toritos multicolores duró un suspiro antes de que los astados de carne y hueso acabaran con ella.
El sonido local, que nunca ha funcionado correctamente, ahora sigue siendo igual de ininteligible, pero a un volumen ensordecedor. Nunca sabremos si el entradón se debió al tirón de taquilla de los coletas españoles o si simplemente, después de tantos meses de zozobra y encierro, la gente aprovecha cualquier pretexto para salir de casa.
En términos generales, el ganado lidiado en esta corrida de tanta expectación resultó menos malo de lo que cabía esperarse. Pero vayamos por partes.
Diego San Román, después de una interesante y exitosa campaña por ruedos europeos y mexicanos, tomó la borla de matador de toros. El burel de la alternativa tuvo trapío, muchos kilos y fue débil. El muchacho queretano comenzó lanceando bien a la verónica y después quitó por chicuelinas ceñidas que remató con media larga cordobesa. Ya con la muleta realizó una faena de ajuste y temple mientras el de Bernaldo de Quirós se mantuvo en pie. No anduvo fino con el descabello y todo quedó en una calurosa ovación con saludos en el tercio.
El segundo fue un herbívoro grande, feo, bronco y complicado. Ferrera se lució con el capote llevando el toro al caballo con buenos lances que estaban a mitad del camino entre los mandiles y las chicuelinas antiguas. En el último tercio, el extremeño estuvo eléctrico aunque surgieron por ahí esporádicos muletazos de buen trazo. Cobró una estocada espectacular haciendo que el toro rodara de inmediato como una pelota. La gente le reconoció el esfuerzo y también le aplaudió para que saliera al tercio.
Salió el tercero, el primero del lote de Morante, mismo que resultó ser un toro imponente de presencia (592 kilos), rabicorto y más débil que la campaña anticorrupción del gobierno mexicano. El diestro andaluz se inventó un ramillete de muletazos señoriales mientras procuraba que el toro no se desplomara de manera lamentable. Cuando Morante pasó apuros para descabellar, el respetable, consciente de que el ganado había sido elegido por la primera figura española, le pegó una silbatina para cobrarse la decepción.
Diego Silveti se las hubo en cuarto lugar con un toro que (teóricamente) frisaba los 6 años de edad. Con el capotillo se pasó al toro muy cerca en las gaoneras marca de la casa. En el segundo tercio, el morito -que no era tan tonto ni tan endeble como parecía- cogió aparatosamente a un banderillero cuando éste intentaba meterse al burladero de matadores después de parear. Y también pudimos celebrar un quite providencial de Morante a otro rehiletero cuando el toro hizo hilo lanzando tornillazos.
Diego comenzó su faena con un gran pase cambiado por la espalda en los medios y luego anduvo intermitente, alternando momentos de mucho valor y elegancia con muletazos desaseados por ahogar al toro. El hijo del Rey David le echó buena dosis de valor a las joselillinas finales, las cuales instrumentó sin el estoque, y luego porfió para lograr que el toro se arrancara y matar recibiendo. Si bien la estocada fue defectuosa y el pupilo de de la Mora no dobló, el descabello fue excelente y el torero guanajuatense paseó un apéndice.
El quinto estaba reparado de la vista y y Antonio Ferrera prácticamente obligó al juez de plaza a que lo devolviera a los corrales. Ése fue el momento decisivo de la corrida, pues el quinto bis tuvo bravura, nobleza y fondo suficientes; no en grandes dosis, es cierto, pero ahí estaba un Ferrera dispuesto a todo.
Recibió al toro con un lance a una mano pegado a tablas que nos hizo recordar a Rodolfo Rodríguez El Pana y a continuación se lució toreando muy clásico a la verónica, pasándose al de Bernaldo de Quirós por la barriga. Luego sorprendió a todo el cónclave subiéndose al caballo y picando muy trasero pero con alegría. Ahí surgieron los primeros coros de: ¡Torero, torero!
Ferrera cubrió el segundo tercio con gran clase y entrega. El primer par fue de poder a poder y colosal. El segundo consistió en dos giros en la cara del toro antes de clavar asomándose y arriba. Y el tercero fue un quiebro en tablas que puso a la gente de pie. Ferrera dio una clamorosa vuelta al ruedo mientras la afición le seguía gritando: ¡Torero, torero!
En la faena de muleta hubo de todo como en botica: toreo del bueno y pases para la galería, toreo fundamental y adornos muy variados. El caso es que Ferrera toreó con un oficio, un temple y un sitio envidiables. Hubo naturales profundos, un afarolado sacado de la época de oro, un firmazo portentoso, etc.. No faltó el toreo viendo al tendido ni la estocada perfilándose a diez metros del toro y entrando a matar paso a paso. El acero cayó trasero pero el toro dobló sin remedio y Ferrera cortó dos orejas y dio dos vueltas al ruedo. Debo señalar que en medio de la locura colectiva algunos iluminados pidieron el indulto y luego el rabo. Afortunadamente, ninguna de dichas peticiones prosperó.
El sexto, segundo de Morante, resultó complicado por su pasmosa debilidad. El sevillano se esforzó mucho y se arrimó con ganas, pero fuera de un trincherazo, uno de la firma y algún pase suelto, el dichoso tarro de las esencias permaneció herméticamente cerrado una vez más.
El séptimo no sirvió para gran cosa pues daba pena y no regaló jamás una embestida completa. Silveti le buscó las cosquillas pero sólo consiguió alargar el trasteo de manera inexplicable.
El último trofeo de la larguísima tarde se lo cortó San Román al octavo. Su labor consistió en un tremendo quite por gaoneras, embarrándose ungüento de toro y en una faena en la que el toricantano demostró que tiene le valor bien puesto y que la cabeza le funciona a la perfección. Diego hizo siempre el toreo verdad. Ahí quedan los cambiados por la espalda, los derechazos de gran dimensión y las templadas dosantinas. A la hora de la verdad se tiró con fe, y aunque la espada cayó baja, la petición fue mayoritaria y la oreja fue a parar a su espuerta.
Les cuento a manera de epílogo, querido lector, que el fenómeno Ferrera no deja a nadie indiferente. De ese modo, aficionados a los que la nueva tauromaquia del torero nacido en las Islas Baleares no les gustaba nada, salieron embelesados de la gran plaza, mientras que otros a los que sus anteriores actuaciones en La México les habían fascinado, opinaron que Ferrera había estado demasiado circense. Venga usted y explíquemelo.
Domingo 12 de diciembre del 2021. Plaza de toros México. Corrida guadalupana. Toros: Cinco de Bernaldo de Quirós, primero, quinto, quinto bis, sexto y séptimo. Al quinto bis le fue concedida una inmerecida vuelta al ruedo. El quinto bis tuvo algo de bravura. Cuatro de Fernando de la Mora, segundo, tercero, cuarto y octavo. Independientemente de la ganadería, el encierro fue variado en cuanto a presentación, fuerzas, bobaliconería y juego. El quinto bis tuvo cierta bravura efímera.
Toreros: Antonio Ferrera. Al segundo de la tarde lo mató de muy buena entera. Salió al tercio. Al quinto bis le despachó mediante una estocada (precedida de su ya característico peregrinar hacia el toro) entera y bastante trasera. Le cortó las dos orejas con petición de rabo.
Morante de la Puebla. Al tercero lo pinchó tres veces y luego le tiró hasta tres golpes de corta: pitos. Al sexto le propinó una entera que tardó en hacer efectos: silencio para el torero y pitos al toro.
Diego Silveti. Al cuarto de la función le recibió dejando una entera delanterilla y perpendicular. Le tocaron un aviso, descabelló a la primera y cortó una oreja. Al séptimo lo pasaportó de entera trasera y desprendida, y un golpe de verduguillo: silencio.
Diego San Román tomó la alternativa. Al que abrió plaza lo mató de entera perpendicular y cuatro descabellos: al tercio. Al octavo le asestó una estocada baja y le cortó la oreja.
Entrada: Cerca de 35,000 espectadores.
Incidencias: Antes del paseíllo se le rindieron honores a la bandera de México y se cantó el himno nacional, algo nunca antes visto en esta plaza que siempre ha sido tan laica. Después del paseíllo se le tributó un minuto de aplausos a la memoria del picador Beny Carmona y del popular cantante Vicente Fernández, algo inaudito pues hasta donde sé el señor Fernández no fue torero.