Juan Pablo Sánchez_México_10-1-16

Juan Pablo Sánchez (Foto: Genaro Berumen)

Gastón Ramírez Cuevas.- Domingo 10 de enero del 2016. Décimo tercera corrida de la temporada de la Plaza de toros México. Toros: Seis de Campo Real, desiguales en presentación, mansos y débiles en conjunto.

Toreros: Arturo Macías, a su primero lo mató de dos pinchazos e innumerables golpes de descabello barrenando: silencio tras dos avisos. Al cuarto lo despachó de un pinchazo, una entera e incontables golpes de verduguillo barrenando: pitos tras dos avisos.
Alejandro Talavante, al segundo de la tarde lo pasaportó de tres pinchazos, casi entera trasera y un descabello: silencio tras aviso. Al quinto lo despenó de media tendida y trasera y un descabello: silencio.
Juan Pablo Sánchez, al tercero le atizó una entera baja y muy trasera: oreja de garrafón. Al que cerró plaza le pegó una estocada baja: oreja totalmente inmerecida.
Entrada: quizá nueve mil espectadores.

Antes de que cualquier cosa suceda, aclaro que hoy, debido a una gripa que parece tifus, no fui a la plaza. Vi la corrida por televisión y he aquí la crónica. El encierro de Campo Real fue realmente infumable. Sólo el lote de Sánchez se dejó meter mano y no por mucho tiempo. Nuevamente faltó el toro bravo y emocionante, pero hubo dos bichos de los que gustan a los coletas modernos, de esos que son muy bobos y aburridos.
De esa manera, el tercer espada, el hidrocálido Juan Pablo Sánchez, se levantó con un triunfo de mentiras, cortando sendos apéndices en su lote gracias a la ignorancia de la gente y a la generosidad del pobre juez.
En su primero, Juan Pablo toreó bien con la muleta, templando hasta en una docena de pases. Desgraciadamente todo su quehacer fue perfilero y aliviándose mucho. Mató con alevosía y ventaja, pero como el toro dobló pronto la gente que quería su regalo de Reyes Magos pidió la oreja, misma que fue concedida. Ese toro resultó a la postre el mejor del encierro, pues embistió con algo de fuerza y ganas, pero sin clase ni bravura.
El sexto fue un toro bien presentado pero débil, muy débil. Juan Pablo le pegó una buena tanda de derechazos perfileros sin exponer un alamar y para usted de contar. Mató de un cuasi-bajonazo con derrame y todo, y algunos papanatas sacaron el pañuelo. El juez vio la plaza albeante y mayoritaria, y concedió una orejilla que dejó atónita a buena parte del público. Las protestas no se hicieron esperar.
Arturo Macías, el primer espada, sorteó en primer lugar a un animal flojo, débil, manso y feo. Lo recibió con un farol de panza y luego le pegó tres medias largas cambiadas de rodillas de muy buena factura. Con la muleta porfió y logró un ramillete de buenos naturales. Desgraciadamente el torero de Aguascalientes alargó el trasteo hasta la náusea. Para explicar lo anterior, basta con decir que en las manoletinas de rodillas y entre los silbidos del respetable sufrió un revolcón sin más consecuencias que una paliza. Se puso pesadísimo con los aceros y descabelló arteramente hasta cansarse.
Por el estilo anduvo la cosa en el sexto, un cornúpeta que desde que salió por toriles tenía la mano derecha muy lastimada. El de Campo Real se desplomó de continuo, pero Macías insistió hasta arrancarle dos buenos derechazos y una arrucina: pocas nueces para tantos minutos de aburrimiento. Volvió a estar fatal con la larga y la corta, y la gente le pitó fuerte.
Talavante se enfrentó primero a un morlaco muy justo de presencia, por no decir extremadamente anovillado. Pese a las protestas, el “toro” fue mantenido en el ruedo por el juez. Ante un bicho bobo y la complacencia de los tendidos, el diestro extremeño se dedicó a tentar de luces. Hubo pases de todas las marcas. Destacaron las gollerías, los cambios de mano por delante y por detrás, las arrucinas, los pases con la derecha sin ayudado, los desplantes, etc. Creo que es la primera vez en mi vida que veo a un torero mancharse de sangre las posaderas. Eso le dará a usted una idea, sufrido lector, de lo excelso del espectáculo. Afortunadamente, Alejandro pincho tres veces y ahí nadie pidió oreja alguna.
El quinto fue un rumiante cornalón, gazapón, de mal estilo y soso. Talavante intentó lucir, pero era imposible hacerle fiestas al remedo de toro bravo.
En suma, no puedo quejarme de la gripa, pues me impidió ver en vivo tantos despropósitos. No obstante, tuve que soportar los comentarios de la pandilla de pseudocronistas que capitanea el inefable Heriberto Murrieta. Ese club de badulaques hace cosas increíbles: narran con embeleso cosas que nadie ve; se extasían ante majestuosas tauromaquias que no existen, y usan un lenguaje más cursi que los ternos de algunos rejoneadores.
Lo peor es que pese a las tropecientas mil corridas que han visto, no han aprendido ni lo indispensable. Mientras me aburría como ostra frente al televisor pensé en aquel famoso Teorema de los Monos Infinitos, en el que un número infinito de antropoides dotados de un número igualmente infinito de máquinas de escribir (con sus correspondientes resmas de papel) y disponiendo de todo el tiempo del mundo, llegaría – eso es casi seguro- a escribir las obras completas de Shakespeare o de Paulo Coelho, da lo mismo. De ser cierto el teorema de marras, sólo nos queda ser pacientes con Murrieta & Co., quizá un día bastante lejano lleguen a chanelar algo de toros.