Gastón Ramírez Cuevas.- Domingo 25 de noviembre del 2012. Sexta corrida de la temporada de la Plaza de toros México. Toros: Seis de Los Encinos, bien presentados en conjunto y de juego desigual. Los tres primeros fueron muy buenos, bravos y bonitos; el tercero mereció vuelta al ruedo. Los tres últimos no sirvieron para mucho por su mal estilo y su mansedumbre. Un novillo de De Santiago para rejones que abrió plaza. Bravo y aplaudido en el arrastre.
Toreros: Julián Lopez “El Juli”, al primero de la lidia ordinaria le atizó un pinchazo y un artero julipié: dos orejas benévolas. Al quinto de la tarde le mató de estocada trasera y ventajista, y un descabello: al tercio con fuerza.
Arturo Saldívar, mató al segundo de la lidia ordinaria de estocada entera a ley y le cortó dos merecidísimas orejas. Al segundo de su lote le asestó cuatro pinchazos y una entera: aviso y silencio.
Diego Silveti, mató a su primero en el rincón de Ordóñez y le cortó dos orejas indiscutibles tras aviso. Al que cerró plaza le despachó de buena entera: palmas.
Mónica Serrano, novillera caballista clavó dos rejones de muerte, uno a medio lomo y otro en el pulmón aprovechando la rueda de peones: pitos al intentar darse una vuelta por su cuenta.
Los treinta y cinco mil espectadores (los que caben en La Maestranza y en Las Ventas en un día bueno) que acudieron al coso máximo en la tarde de hoy no salieron defraudados, pues vieron cosas de verdad valiosas. Es más, hasta vieron toros, tres animales con trapío y bastante bravura, mismos que alegraron la mitad inicial del festejo.
A Juli le tocó en primer lugar un toro extraordinario por su alegría y su manera de embestir. El poderoso matador madrileño encandiló al público desde sus lances a pies juntos y su quite por chicuelinas a la trágala. Luego se prodigó en tandas eléctricas, toreando en escuadra y con el estaquillador cogido por la armella, es decir, pasándose al toro a muy prudente distancia. El torero de Velilla de San Antonio hizo las delicias de un público que quería halagarle, pero templó poco y no arriesgó un alamar, pese a que sus muletazos fueron largos, muy largos. El juez le dio dos orejas, tras un pinchzo,que pesan igual que las de Luque hace una semana. Lástima, pues el de Los Encinos era un animal muy enrazado que merecía más temple y cercanías.
A Saldívar le tocó otro buen bicho. El diestro hidrocálido -enfundado en un precioso terno azul marino con recargadísimos bordados en plata- se lució en un quite por chicuelinas, una tafallera cambiada y orticina como remate, algo totalmente inusitado y de gran mérito. Inició su trasteo muleteril con pases de costadillo en los medios, notándose de inmediato que ahí había más cercanía y más elegancia que en todo lo hecho por Julián López en el toro anterior.
Acompañando las embestidas y cargando la suerte, Arturo toreó con una verdad impresionante, sobre todo al derechazo. El cornúpeto fue a menos y entonces vinieron unas joselillinas que fueron aplaudidas a rabiar. Ahí está el quid del toreo que levanta a la gente del asiento, pues como dijo William Butler Yeats: “Con los sueños comienzan las responsabilidades”. Si se quiere ser torero grande, si se sueña con ser figura, uno está obligado a darlo todo y a no dejar ganarse la pelea. Vino a continuación una estocada de libro, y la gente pidió con mucho más fervor los dos apéndices para este enorme torero.
No será fácil olvidar ni un soberbio cambio de manos por delante, ni la forma de completar cada muletazo jugándose la barriga. Saldívar tiene cada vez más clase y más profundidad, si al empresario le fosforearan las meninges debía ponerlo en los carteles mil y una veces.
Diego Silveti tenía todo el peso de la tarde encima, pero el nieto del Tigrillo tiene madera de ídolo y todo para demostrarlo. Diego instrumentó un quite ceñido por saltilleras y después de brindar al cónclave toreó como los elegidos. Todo comenzó con dos estatuarios, un molinete y el de pecho rebosantes de clase. Luego toreó por derechas de mano muy baja y con la muleta cogida como debe ser.
Hubo una tanda con la de cobrar que fue el nec plus ultra: siete naturales perfectos. No faltaron los desdenes, los cambiados por la espalda y los pases de costadillo recordándonos a su padre, el Rey David. Las joselillinas, que en España conocen como bernadinas, fueron cambiadas y tan arriesgadas como las de Saldívar. Este cuarto matador de toros de la dinastía torera más larga del mundo se tiró a matar con fé, y aunque la espada cayó un pelín baja el respetable le concedió el quinto y el sexto apéndices de la tarde.
Parafraseando un poco a Montherlant en “Los Bestiarios”, de Diego podemos decir que es un coleta que amará siempre esa mezcla de sabiduría y locura al torear, pues tiene la alegría y el sello que marcan a los mandones de la Fiesta. Diego Silveti del Bosque posee imaginación, carisma, distinción, valor, y transmite una barbaridad. El día que mate con mayor eficacia tendrá al mundo taurino a sus pies.
La segunda mitad de la corrida no podía ser tan espléndida, ya bastante habíamos disfrutado y soñado con los tres primeros de Los Encinos y con sus matadores. No obstante, es menester asentar que Juli estuvo más poderoso y más torero en su segundo; que Saldívar y Silveti se entregaron en el quinto y el sexto de la lidia ordinaria tratando de sacar agua de las piedras; y que Christian Sánchez le clavó dos excelentes pares al séptimo, mas la llave de los milagros se había cerrado.
Terminó la crónica con una frase de Colson Whitehead, novelista neoyorquino: “Un artista es un monstruo que piensa que es humano”. Hoy yo vi a dos artistas, a dos monstruos en el ruedo.