Gastón Ramírez Cuevas.- Domingo 3 de noviembre del 2103. Segunda corrida de la temporada de la Plaza de toros México. Toros: Seis de Julián Hamdan, mansos, débiles, anovillados, feos. Todos fueron pitados en el arrastre. El tercero y el cuarto fueron cambiados por su ostensible falta de trapío. Dos de Celia Barbabosa, tercero y cuarto bis. Infumables y mal presentados. También fueron pitados en el arrastre.
Toreros: Eulalio López “Zotoluco”, mató a su primero de buena entera y le dieron una orejita. Al cuarto bis lo pinchó tres veces, luego le metió una estocada baja y trasera y le pegó un golpe de descabello: silencio.
José Antonio Morante Camacho “Morante de La Puebla”, al segundo de la tarde le mató de un pinchazo y entra caída y habilidosa: palmitas. Al quinto le pasaportó de cuatro pinchazos (dos intentando recibir) y media trasera: silencio.
Diego Silveti, al tercero bis le despachó de dos pinchazos y entera a medio lomo: silencio. Al que cerró plaza le asestó un pinchazo, una entera defectuosa y dos golpes de verduguillo: ovación.
Ante poco más de veinte mil paganos, la empresa de la Plaza México volvió a dejar bien clara su tendencia a engañar burdamente al respetable. Si esos que parecían becerrotes avacados es lo que nos quieren hacer pasar por toros bravos, más vale ni apersonarse en el coso máximo de América.
En los tendidos la gente se desgañitaba insultando al empresario, al ganadero, a los toreros y al juez, pero esa gente tiene la cara más dura que un dragón de Komodo. Los pillos se fían de que todos esperamos un milagro, aunque sea pequeño, pero un milagro. Pero cuando se pretende engatusar al sufrido público capitalino de manera tan criminal, el que se retrata en la taquilla se pone de uñas.
Zotoluco, un torero poderoso y valiente, quien toreó las corridas más serias y duras en España hace algunos ayeres, se ha subido bien y bonito al carromato de los bandoleros. Que estuvo entregado, que hizo lo que podía con su enorme muleta, que puso caras de desaprobación, eso es lo de menos. Nunca hubo peligro en sus trasteos, nunca tuvimos la sensación de que allí había un toro digno de ese nombre ni un torero honrado.
¡Lástima del terno! Mejor anunciarse en una tienta, vestirse de corto y deleitar a los tendidos con pases a prudente distancia que no embaucan ya a nadie: ahí por lo menos Eulalio no traicionaría al arte de Cúchares.
Morante es Morante, pero para verle un par de lances, dos medias y un ramillete de chicuelinas modernas, el boleto no debía costar tan caro. No hay derecho a traicionar el romanticismo que le ha caracterizado hasta en este tan vapuleado coso. Que el de La Puebla nos regaló (?) destellos de toreo de altos vuelos, que se esforzó por agradar, que hasta porfió en matar recibiendo al pobre novillo que sorteó en quinto lugar, son cosas que tienen muy sin cuidado a los que sabemos de lo que es capaz el coleta andaluz. Maestro José Antonio, no venga aquí a robarnos la esperanza, que ya con nuestros políticos tenemos suficiente.
Diego Silveti le echó mucho valor y arte al sexto. Estuvo más firme que el Peñón de Gibraltar y se pasó al pobre bicho por la faja, estirándose al natural y al derechazo, y pegando enormes pases cambiados por la espalda. No faltaron las joselillinas cambiadas muy en la línea del más grande (José Tomás, para los que aun lo dudan). Es una pena que lo de la suerte suprema siga siendo un misterio para el hijo del Rey David.
¿Qué pensará el ganadero Hamdan? ¿Qué pensarán los que fueron a su feudo a elegir a las infumables y feas reses? Pues nada, se consolarán aduciendo la falta de sensibilidad del público. Se dirán que hacen falta aquí más cretinos como ciertos complacientes cronistas; que la modernidad un día les hará justicia. En fin, que esta tarde de domingo todos los taurinos cobraron, y a los pobres señores y señoras, niños y niñas que fueron a ver toros les birlaron los calcetines sin quitarles los zapatos.
Ya lo decía José Jiménez Lozano, escritor español: “El misterio de la necedad parece tan impenetrable, denso y poderoso como el de la iniquidad.”