Gastón Ramírez Cuevas.- Martes 5 de febrero del 2013. Décimo séptima corrida de la temporada de la Plaza de toros México. Festejo nocturno. Sexagésimo séptimo aniversario de la inauguración del coso. Toros: Tres de San Isidro, los primeros de cada lote; el que abrió plaza mereció el arrastre lento por noble. Los otros dos fueron pitados por mansos y por su abominable falta de raza y fuerza.
Tres de Barralva, cuarto, quinto y sexto. El segundo de Zotoluco fue anovillado, incierto y peligroso. El quinto fue probón, feo y de nula bravura. El sexto fue un compendio de mansedumbre y debilidad.
Toreros: Eulalio López “Zotoluco”, en el que abrió plaza mató de casi entera desprendida y seis golpes de descabello: al tercio con división de opiniones. Al cuarto lo despachó de dos pinchazos, un metisaca y una entera tendida: silencio.
Morante de La Puebla, al segundo de la noche le pegó un metisaca y un pinchazo antes de aplicarle tres cuartos de estoque que bastaron: silencio. Al quinto le pinchó en dos ocasiones, luego le metió casi media, y acabó descabellando infinidad de veces: al tercio con división tras aviso.
Octavio García “El Payo”, al tercero le recetó media trasera: silencio. Al que cerró plaza le atizó dos pinchazos y a continuación el único estoconazo de la corrida: vuelta tras petición de oreja.

El embudo de la Avenida Insurgentes recibió a unos 25,000 mil espectadores para el máximo festejo del serial y casi del mundo, según el empresario. La verdad, el cartel sólo ofrecía un verdadero atractivo: la presencia de José Antonio Morante Camacho, quien ha protagonizado la mejor faena de la temporada; el Zotoluco está muy visto, y El Payo no había dado muestras de franca recuperación tauromáquica en su primera comparecencia.

Desde que se anunció que los toros no provendrían de una sola ganadería, muchos aficionados decidieron ahorrarse el precio del boleto y la desvelada. Y sí, en realidad no hubo materia prima, excepto el que abrió plaza, un toro que aunque rascaba y tenía triste estampa, se fue para arriba y le regaló a Zotoluco decenas de embestidas nobilísimas y largas. Eulalio comenzó lanceando de rodillas, instrumentando verónicas y rematando con una gran media. Con la muleta estuvo poderoso y templado al natural en el inicio de faena. Siguió aguantando y pegando largos derechazos. No se puede decir que hayan faltado adornos y verdad en su toreo, pero sobraron los eléctricos (pero nada luminosos) martinetes. Esa creación de Manolo Martínez es sólo superada en vulgaridad por la poncina. La gente tomó partido por el toro y ahí se acabó la paciencia del respetable para con Zotoluco.

Con su segundo enemigo me gustó más, pues toreó con redaños y garra, pero poca gente compartió mi opinión. El de Barralva no tenía una onza de nobleza, es decir, fue la antítesis del primero de la noche. Lalo le dio grandes doblones de castigo y luego se fajó con el cornúpeta que no le permitía un solo descuido. Los excelentes ayudados con la zurda fueron minimizados por el martinete veloz, lo cual fue una pena. La gente festivalera y villamelona que suele acudir a este festejo (¡pero sólo a éste!) no aquilató al Zotoluco lidiador y hasta le pitó cuando no anduvo fino con la toledana.

Morante no tuvo opción alguna con el segundo de la larguísima corrida, larga por aquello de los adornos florales (más de veinte minutos para quitarlos del ruedo) y por la cantidad de grupos de apoyo a la Fiesta que recorrieron el anillo hasta en dos ocasiones después del paseíllo. Volviendo al segundo ungulado, creo que el propietario de San Isidro debe plantearse seriamente obsequiar todas sus reses al matadero más cercano. Baste decir que el gran torero andaluz porfió y arriesgó, pero aquello era como tratar de torear a un refrigerador antiguo.

Otra cosa fue lo que Morante hizo en el quinto. Ahí se vieron una vez más el arte, el oficio y la valentía del coleta andaluz. El pobre bicho se llamaba “Cuchupeto II”. Una buena muestra del respeto que estos ganaderos modernos le tienen a sus pupilos. El anovillado burel no prometía nada pues tenía todos los defectos que debe tener un rumiante al que bautizan de manera tan chufla, pero ahí estaba un torero único.

Recibió al toro con cuatro recortes a capote vuelto en tablas y luego se gustó en unas verónicas que no necesito describirle, pues usted ya sabe cómo torea Morante, con ese sello total. Vimos un verdadero quite, algo inusitado, ya que el de La Puebla del Río sacó al bicho del caballo y acto seguido se plantó para pegar más verónicas fabulosas, mismas que el cónclave ovacionó de pie.

Con la muleta le sacó al de Barralva mucho más de lo que tenía. Hubo derechazos de una naturalidad espléndida y trincherillas y de pecho inconmensurables, por no mencionar unos firmazos de cartel. Desgraciadamente, José Antonio pinchó y tuvo que recurrir a la espada corta, que si no…

El Payo anduvo espeso de ideas y aburrió al respetable con el tercero de la corrida. Ese bóvido fue una verdadera vergüenza, y cualquier cosa que el torero queretano hubiera podido hacerle no hubiera tenido importancia por la poca presencia y nula bravura del infumable animalillo.

De manera totalmente inesperada y gratamente sorprendente, Octavio se reencontró con su viejo estilo de torear. Tal cosa ocurrió con el que cerró plaza, un manso por el que nadie daba un céntimo. Pero ocurrió el milagro, El Payo cambió la onza con valor, elegancia y decisión. Todo comenzó con un natural profundo en la mínima distancia, al que siguieron tres más. Fue realmente emocionante ver cómo, pese a estar toreando entre los pitones, Octavio no dejaba de templar y mandar con una limpieza y una elegancia fantásticas. Los cambios de mano por delante y por la espada arrancaron los ¡olés! más sonoros de la velada, pues realmente es raro ver una demostración de tremendismo con tanta clase, un oxímoron si es que los hay.

Tristemente, el recuperado Payo no logró matar sino hasta el tercer envite. De haberle recetado al manso el estoconazo final al primer viaje, no dudo que hubiese cortado dos merecidas orejas. Un Aniversario más, una corrida de postín en la que no hubo corte de orejas ni puertas grandes o chicas, pero en la que pudimos ver algo que justificó las tres horas largas de la función. No seamos demasiado críticos y sintámonos orgullosos, pues según el programita de mano, el Aniversario de La México es un acontecimiento comparable a la corrida de Resurrección en La Maestranza, o a la de Beneficencia en Las Ventas. Aquí no se consuela el que no quiere.

Foto: Tadeo Alsina