Gastón Ramírez Cuevas.- Lunes 19 de noviembre del 2012.- Quinta corrida de la temporada de la Plaza de toros México. Toros: Tres de Jorge María lidiados en la primera mitad de la corrida. Regulares de presentación y de muy mal juego, sin raza ni fuerza. Tres de San Isidro, sin trapío, salvo el sexto, y faltos de bravura.
Toreros: Uriel Moreno “El Zapata”, mató a su primero de un bajonazo y su labor fue silenciada. Al cuarto le pegó una gran estocada y cortó una oreja.
José Antonio Morante Camacho “Morante de La Puebla”, despachó al segundo de la tarde con habilidad y al primer envite: palmas. Al quinto le recetó una media lagartijera aguantando: dos orejas.
José Mauricio, al primero de su lote lo mató de casi media en buen sitio: al tercio. Al sexto le intentó recibir en dos ocasiones, dejando casi medio estoque en el segundo intento, mismo que bastó: palmas.
Hoy se congregaron unos catorce mil espectadores para presenciar el mejor cartel de la temporada, por los coletas anunciados, no por los toros. Pese al mal juego del parchado encierro, la tercia de espadas se lució hasta donde fue posible.
Numéricamente, Morante cortó dos apéndices y El Zapata uno. Todos los trofeos fueron merecidísimos, pero el ezquizoide paisanaje le pitó tanto a Uriel al dar la vuelta, como al genio de La Puebla cuando le sacaron a hombros. Y José Mauricio salió al tercio en el tercero, pero no se valoraron correctamente ni esa, ni su faena al sexto.
Vamos toro a toro. El primero de la tarde fue un bicho soso y débil. Zapata estuvo bien en su quite por mandiles y revolera. Después le clavó dos pares al violín increíbles y un tercero por dentro de gente grande. El de Jorge María no le permitió mayor lucimiento, aunque el torero tlaxcalteca le buscó las cosquillas con alegría. Inexplicablemente, se le fue la mano a la hora de la verdad y le pegó un bajonazo espantoso al morito. Pronto se olvidó el respetable de lances y garapullos, de recortes, estatuarios y derechazos. Pobres de los toreros poderosos, todo se ve tan fácil que el público volandero no aquilata su labor.
Salió el segundo y ahí no hubo tela de donde cortar. Al pupilo del hijo del empresario Herrerías, José Mauricio le pegó un quitazo por gaoneras tragando una barbaridad, y eso fue lo más lucido. Morante porfió, pero ese no era un toro ni de lidia ni bravo.
El tercero fue un rumiante chico y bronco. José Mauricio tuvo momentos importantes, pero el bicho se defendía y no permitía ligarle nada. Del torero capitalino nos quedamos con sus chicuelinas clásicas, con dos trincheras de cartel y con sus muletazos por bajo, rodilla en tierra.
Salió el cuarto y ahí El Zapata echó el resto. Para abrir boca le pegó al de San Isidro tres faroles de rodillas templando al máximo, combinados con tres medias largas de hinojos que nos hicieron recordar a Valente Arellano. Uriel instrumentó el quite del ojalá, también creación de Valente, esos lances o son milimétricos y templados o el torero vuela. Zapata los hizo a la perfección. Tomó los palos y nos regaló el mejor tercio de banderillas que pueda usted imaginar. El primero fue el Par Monumental; el segundo fue un par al violín con previos y emocionantes galleos, y el tercero fue al sesgo por dentro, asomándose al balcón y clavando en todo lo alto. Insisto, la gente piensa ya que eso es fácil y no responde como debiera. El cornúpeta no dio juego, pues soseó y no tenía ganas de colaborar, es decir, carecía de bravura y alegría. El Zapata se arrimó como un león y lo intentó todo, pero pese al imposible de inicio y a los cambiados por la espalda, luego hubo que sacarle al toro los muletazos con tirabuzón. Perfilándose como se debe, Uriel cobró una excelente estocada y le fue concedida una oreja que casi la mitad de la plaza protestó inexplicablemente.
Salió el quinto, que pese al adagio fue muy malo. Pero ahí estaba un Morante decidido y enorme. Cuando el de La Puebla pegó el primer natural, de mano bajísima, aguantando y templando, la plaza estalló en un olé que debe haberse oído a cien leguas a la redonda. Vino a continuación una tanda de por lo menos ocho naturales excelsos, mandones y artistas: estábamos contemplando a un genio del toreo, a ese Morante que expone, manda y se duerme en las suertes. La gente se puso de pie y comenzó a gritar ¡Torero, torero! Hubo un cambio de manos por delante que no se le olvidará a nadie, seguido por más naturales que confirman mi frase de que ese pase es el logro más hermoso e importante de la humanidad.
Morante llegó inclusive a estirarse en unos derechazos muy, muy grandes, enseñando al toro a comportarse como si tuviera raza. A la hora buena le atizó al de San Isidro una media aguantando que debe haber emocionado –allá en el Cielo de los toreros- a don Rafael Molina “Lagartijo”, primer Califa de Córdoba. Dos indiscutibles orejas fueron a parar al esportón de este gran, inigualable diestro, que cuando está de vena puede llevar el arte de Cúchares a extremos insospechados.
Es complicado explicar las lecciones del toreo morantista. No se puede torear más cerca ni con más temple. Morante tiene una naturalidad espartana, pero su tauromaquia es barroca y poderosa, contradicciones en términos que sólo se dan en la Fiesta. Hay en el coleta andaluz una magia que alegra el corazón del aficionado, por la quietud y la manera como completa los muletazos. Morante torea sin trampa ni cartón, entregado y genial. Baste saber que las tandas de naturales fueron una media docena o más, y que cada pase con la zocata fue un portento de tanta clase que puso a la multitud a aullar de pie.
José Mauricio se las vio con un toro lombardo, o lomipardo, como decían los viejos revisteros. Pese a su estampa, el toro no tuvo clase ni nobleza. Vimos al carismático diestro del D.F. pegar un manguerazo de Villalta, ajustadas caleserinas, muletazos de la firma, y espléndidas derechas, naturales y de pecho. Pero el toro se rajó y la faena no remontó el vuelo. Los tendidos se vieron fríos con José Mauricio, quizá porque aun estaban preguntándose si lo de Morante había ocurrido en realidad.
En resumen, este fue un festejo en el que podrían haberse regalado diez toros o más, porque hubo toreros dignos de ese nombre que siempre estuvieron por encima de sus lotes y que querían justificarse y agradar.
Fotos: Emilio Méndez