Gastón Ramírez Cuevas.- Toros: Siete de La Estancia, regulares de presentación, manejables en conjunto, algunos nobles y otros mansitos. Se le dio arrastre lento al sexto toro. El lote de Fermín desentonó: fue infumable. Capea regaló un séptimo astado de muy buen son.
Toreros: Pedro Gutiérrez “El Capea”, en su primero mató de casi media estocada y tres golpes de descabello: palmitas al torero y palmas al toro. En el cuarto de la tarde, le recetó al bicho un pinchazo y estocada trasera y caída: salió al tercio. Regaló un séptimo, al que liquidó de pinchazo y entera caída a lo Eloy Cavazos (perdiendo muleta y papeles, y saliendo rebotado): silencio.
Fermín Rivera, en el segundo de la tarde logró una entera un poco contraria al primer viaje: petición de oreja y salida al tercio. En el quinto, mató de entera en buen sitio y dos golpes de descabello: pitos al toro, un aviso, y palmas al torero.
José Mauricio, en su primero tuvo la mala fortuna de irse en banda al primer envite, luego cobró una entera trasera y cortó una merecida oreja. Al que cerró plaza le despenó de un pinchazo recibiendo, otro pinchazo, una entera caída y hasta cinco golpes con la corta: aviso y dos vueltas al ruedo con división de opiniones, principalmente por parte de algunos reventadores.

Domingo 8 de enero de 2012. Décima corrida de la temporada.

Ante unos siete mil aficionados, se celebró el décimo festejo en la plaza más grande del mundo. Fue una tarde soleada y con viento, con toros modernos a modo para dos de los espadas, con un resultado interesante, pero poco contable en apéndices y puertas grandes, eso que tanto apasiona al villamelón de aquí y de allá.

El hijo del gran Capea, un ídolo ultramarino y mexicano, dio una cátedra de falta de clase, que no de falta de entusiasmo. Tristemente se llevó el lote y hasta el consabido astado de regalo le salió toreable. Sus tres toros embistieron con alegría y bobaliconería, cosa muy preciada por los diestros actuales. No obstante, Perico naufragó en un mar de lances a prudente distancia y muletazos sin ritmo ni sabor.

A su primer toro le saludó de rodillas en el tercio con un medio farol de hinojos, hizo un quite por chicuelinas modernas y después le ahogó en un océano de muletazos anodinos y antiestéticos. Al cuarto, por no dejar, le volvió a recetar alguna media larga de rodillas a prudente distancia, para a continuación instrumentar una faena basada en la velocidad y en abrir el compás y la muleta hasta límites insospechados. Diremos en su descargo que de pronto se sentó en los riñones y pegó tres derechazos de cartel. Luego vinieron los pases del tiovivo, la calesita, etc., sin quietud, ni geometría, ni torería. Pedrito debe escribir pronto ese libro tan esperado por la afición: El toreo profundo, ese desconocido.

Todavía nos obsequió a un séptimo de la ganadería titular: La Estancia, hierro que no quedó nada mal, viendo lo visto en tarde anteriores. Capea Junior se fue a porta gayola, quitó por más chicuelinas y una revolera, y luego no supo qué hacer. Mantazos fluyeron, trapazos confluyeron y todo quedó en un monumento a la impericia taurina. Lástima, pues se ve que el muchacho es buena gente.

Fermín Rivera demostró nuevamente que es un torero de los pies a la cabeza. Su tauromaquia consiste en quedarse quieto y en completar todos los muletazos con un temple prodigioso. ¿Alguien puede exigirle más a un diestro? Su primer enemigo jamás humilló y era bronco y difícil. Eso no obstó para que le sacara pases de gran valía y de un aguante extraordinario.

Su segundo fue un asco, ni bravo, ni manso, ni ná: un auténtico crucigrama de media casta. Fermín, digno heredero de su abuelo y su tío, porfió y se la jugó, más no podía hacer ni Joselito. Insisto, a este niño lo veremos un día con un toro bravo y entonces pondrá al mundillo de cabeza.

El tercer espada del cartel, José Mauricio, estuvo en plan grande y verá usted porqué. El tercero de la tarde aparentemente se reparó de la vista, es decir, no veía bien de cerca, pero desparramaba que era un contento y hacía los extraños de rigor. José Mauricio le plantó cara y entendió que el toro tenía su bravura y que pedía el proverbial carné. Aguantando todo, el coleta de Mixcoac logró derechazos colosales. Para mí lo más torero fue que remató el trasteo con un cambiado por la espalda de verdad y con una serie de doblones rodilla en tierra, muy reminiscentes del toreo de aliño, ese toreo grande y añejo, ahora ausente. Mató de una manera insólita, perdiendo totalmente al toro al primer envite, cayendo de hinojos y casi clavándose él la toledana, para luego cobrar una buena entera. ¿Quizá el estar reparado de la vista es una enfermedad contagiosa?

Lo mejor de la tarde vino con el sexto, en el que José Mauricio nos hizo levantarnos del asiento tanto con el capote como con la sarga. El quite se compuso de una chicuelina clásica, una tafallera templada, una caleserina, y una revolera (rebolera que diría el maestro Pepe Alameda), totalmente limpias y templadas: un portento.
Toreando con la muleta siempre en un palmo, Mauricio hizo el mejor toreo vertical y de exposición, con pases largos y rematados hasta donde el burel se lo permitía. El torero estuvo elegante como él solo, gustándose y transmitiendo al tendido. Entre otras cosas importantes, sacó de su torerísima chistera una arrucina en un palmo, cosa colosal donde la haya. Lástima que no mató a la primera; lástima que no logró tumbar al toro en la suerte de recibir…

Sin embargo, José Mauricio ha vuelto por sus fueros y está –como Fermín Rivera- dentro de esa tan cacareada nueva baraja taurina mexicana que sólo pide toros bravos y plazas llenas, una utopía, es cierto, pero, si el toreo no es un sueño ¿qué es?