Gastón Ramírez Cuevas.- Domingo 13 de enero del 2013. Décimo tercera corrida de la temporada de la Plaza de toros México. Toros: Dos de Fernando de la Mora para rejones: extraordinarios y bravos, el que abrió plaza mereció arrastre lento. Cuatro de Lebrija, con edad, trapío y bien armados. Muy complicados.
Uno de Marrón para rejones corrido en séptimo lugar. El bicho se dejó. Otro de Jorge María, que hizo octavo, tan manso que le pusieron banderillas negras.
Toreros: Arturo Macías, en su primero, un pinchazo y entera: silencio. En el quinto, media estocada, aviso y tres descabellos: palmas. Regaló un octavo, buena entera saliendo trompicado de la suerte: oreja.
Joselito Adame, al tercero de la tarde le mató de entera un poco caída: palmas. Al sexto le cortó una oreja después de un pinchazo y una entera fulminante.
Leonardo Hernández, a caballo. Tres pinchazos y un bajonazo en el que abrió plaza: al tercio inexplicablemente. Al cuarto le mató a base de un rejón de muerte casi en una pezuña y cien descabellos a pie: división. Regaló un séptimo, al que despachó de muy mala manera. Le dieron dos orejas que fueron protestadísimas.
Yo le digo, querido y paciente lector, que hoy fueron a la plaza casi catorce mil espectadores. También le digo que hubo de todo, como en botica.
El rejoneador de Badajoz, Leonardo Hernández, se prodigó en numeritos circenses. Hay que admitir que en su primero estuvo bien en dos quiebros, pero fuera de eso siempre nos dio la impresión de ser un domador de leones, sin bigote, sin silla y sin látigo. Además, al primer burel, que fue casi de bandera, le puso una rosa que más parecía un floripondio o una enorme planta carnívora. No sé, quizá uno ya no está para inventos y tanta auto-coba. Echo de menos a don Joaquín Buendía y a Fermín Bohórquez, por ejemplo, gente seria de a caballo. Estoy aburrido de tanto centauro/clown. Hoy vi a un rejoneador pegar saltitos celebratorios que hubieran hecho sonrojarse a Vaslav Nijinsky, y además no había gran cosa que festejar…
De Arturo Macías diremos que estuvo valiente y pundonoroso. En los de su lote ordinario se fajó y no transmitió mucho al tendido. Quizá porque el respetable ya no distingue a un toro avisado y con edad de un utrero inocente. Al segundo de la tarde le hizo un buen quite por saltilleras, brionesa y remate a una mano. Luego la cosa se complicó, pues el bicho de Lebrija nunca fue claro.
Al quinto le pegó un quitazo por gaoneras, siendo revolcado una vez, volviendo a insistir de igual manera, y llevándose otro achuchón de órdago. A ese toraco Macías le echó valor y aguante, pero fue una faena a la antigua que no caló en los villamelones modernos.
El carismático diestro hidrocálido regaló un animal de la ganadería del empresario, quizá pensando que saldría igual de bueno que todos sus hermanos y primos y tíos. Pero no, salió un manso de libro antiguo. Creo que jamás un burel había sido condenado a banderillas negras en el coso más grande del mundo: ¡Pues éste sí! De todo carecemos en el embudo de Insurgente, de luz , de agua y de seriedad, pero está visto que en los zarzos se incluyen -¡faltaba más!- palos fúnebres. No obstante, el peón Alejandro Prado le mostró a su maestro que el toro se dejaba en la puerta de caballos, que humillaba y repetía. Macías porfió y convenció, pero faltó –probablemente- un poco de reposo y de oficio. Sabemos que los mansos de solemnidad tienen su faena, si no pregúntenle a Raúl Gracia “El Tato”. En fin, Arturo cortó una oreja de muy poco peso y que nadie recordará a partir de mañana.
Hablemos ahora del verdadero y cabal triunfador de la tarde, de Joselito Adame. En el primero de su lote lanceó de rodillas a base de medias largas ceñidas, verónicas y un recorte. El ganadero absurdo, bautizó a su pupilo con el horripilante nombre de “Navegante”, tocayo del toro, que como usted sabe, estuvo a punto de matar al más grande, a José Tomás en Aguascalientes hace casi tres años.
El quite por chicuelinas modernas fue estrujante, sobre todo en el segundo lance, cuando por el pitón derecho el rumiante estuvo a punto de pegarle una cornada seria a Joselito. Después el toro se defendió y ya hubo poco, pese al aguante y al oficio sereno de Adame.
En el sexto, Joselito logró deleitarnos con los únicos momentos realmente fascinantes de la larga tarde. El de Lebrija era un mueble antiguo y marmóreo, pero ahí había un torero. Los derechazos en un palmo y templados fueron milagrosos. José nos regaló dos naturales ayudados de cartel y luego se adornó con unos pases entre lasernistas y de la firma. Se perfiló como los buenos y pinchó, pero sin perder los papeles volvió a entrar a matar para dejar una entera de gente grande, misma que hizo rodar al morito como una pelota. Los indocumentados le protestaron la oreja, pero ahí no había vuelta de hoja, Joselito mereció ese apéndice con creces.
Bueno, siempre nos sorprende lo que vemos en La México. Nos sorprende el comportamiento esquizoide del público; nos maravilla la falta de autocrítica de los émulos de Marialva; nos desespera la ignorancia del juez de plaza, y nos sigue emocionando ver a los toreros de verdad –los de a pie- jugarse la vida por un puñado de pesos y la incomprensión del paisanaje.