Gastón Ramírez Cuevas.- Toros: Siete de Los Encinos, gordos, feos, débiles y mansos, algunos con peligro. Varios fueron pitados en el arrastre. José Mauricio regaló a un sobrero que fue igual o peor que sus hermanos.
Toreros: Manolo Mejía, en el que abrió plaza mató de entera baja: silencio. Al cuarto le recetó otra entera habilidosa y se retiró al burladero entre la indiferencia respetuosa del público.
Miguel Ángel Perera, al segundo lo mató de un pinchazo hondo y torero golpe de descabello para cortar una oreja. Al que hizo quinto lo despachó de dos pinchazos y media a medio lomo: generosa vuelta al ruedo.
José Mauricio: Mató al tercero de entera delantera y contraria: silencio. Al sexto lo pasaportó de un pinchazo hondo y dos golpes con la corta: palmas. Regaló un séptimo bicho del que se deshizo de un pinchazo atravesado y un par de descabellos: palmas.
Domingo 14 de noviembre del 2010
Segunda corrida de la temporada de la Plaza de toros México.
Hay días de toros en los que más le valdría a uno el haberse quedado en casa. Pero no, la afición es exigente y no perdona. Algo impele al adicto a la Fiesta a armarse de valor e ir a presenciar corridas abominables. ¿Quién en su sano juicio quiere ir a ver torear a Manolo Mejía? Poca gente, supongo, pues Manolo, como “Arete”, el olímpico corcel del general Mariles, ya no está para estos trotes.
Pero el aficionado cabal va al embudo de Insurgentes pensando como buen optimista o como buen mentecato, que ningún encierro puede ser peor que el de San José de hace ocho días: ¡Grave error! Va pensando el iluso y habitual pagano, que Perera y José Mauricio garantizan hazañas y memorables demostraciones taurómacas, y paga su boleto y se mete al infierno del tedio, el frío y la trampa.
Ante unas ocho mil personas, Manolo Mejía demostró que domina a la perfección el toreo perfilero y unos avíos kilométricos. Pobre, es un buen torero pero el tren de la gloria se le fue hace décadas.
El extremeño Perera hizo en su primero un quite por tafalleras y gaoneras que fue lo más memorable del festejo. Se pasó al zambombo por la barriga y fue cogido sin consecuencias. Regresó a la cara del toro con el mismo ánimo y los mismos lances, para demostrar que ha vuelto por sus fueros después de su reciente operación en la espalda. Miguel Ángel tiene la virtud de quedarse más quieto que una estatua. De ese modo toreó con la muleta en un palmo, aguantando lo indecible y consintiendo al moribundo burel de Los Encinos. La gente pidió la oreja y el juez Andrade la concedió.
En el segundo de su lote inició el trasteo muleteril pegando cambiados y de pecho en los medios (¡Siete en total!) sin mover las zapatillas. Luego porfió y porfió, con dosantinas y todo hasta que el manso dobló lastimosamente. Ahí se acabó lo que se daba.
José Mauricio anduvo valiente y decidido, pero no tuvo tela de dónde cortar. Regaló a un séptimo de la misma ganadería y naufragó ante la nula casta del rumiante. El joven coleta capitalino aguantó hachazos, miradas y coladas de su primero y de su segundo. Lo más encomiable de su labor fueron los derechazos aislados sentado en los riñones, y los muletazos de pitón a pitón rodilla en tierra, algo que ya casi nadie valora.
El obsequio despertó a los parroquianos al saltar casi hasta las barreras, emulando al célebre “Pajarito”. Luego el pseudotoro manseó con enjundia y no tuvo una embestida completa.
Los enterados dicen que hay infinidad de toritos bravos en el campo, pero la empresa no quiere comprarlos porque no pertenecen a sus contlapaches, secuaces y protegidos. Esa es la manera más fácil de acabar con la poca afición que sobrevive en esta pobre ciudad. Sí, aquí los antitaurinos son más listos que en Barcelona y están en los despachos o se ostentan como ganaderos de bravo.