Gastón Ramírez Cuevas.- Domingo 8 de diciembre del 2013. Octava corrida de la temporada de la Plaza de toros México. Toros: Seis de Valparaíso. Justos de trapío pero con pitones. Mansos y desrazados. Uno de Los Ébanos, con innegable apariencia de novillo despuntado, que hizo séptimo (Luque regaló) y fue devuelto. Uno de Xajay. Octavo, segundo regalito. Mal presentado y mansito, pero dejándose. Pobre entrada con unas 3000 personas en la plaza.

Toreros: Uriel Moreno “El Zapata”. Al que abrió plaza lo mató de entera bajita: silencio. Al cuarto lo despachó de casi media baja y un golpe certero de descabello: silencio.
Fermín Spínola, al primero de su lote le asestó dos pinchazos y un par de golpes de verduguillo: leves palmas. Al quinto le metió una buena entera y le cortó una orejita.
Daniel Luque, al tercero le liquidó de dos pinchazos y una entera baja: palmas incomprensibles. Al que hizo sexto le despenó de execrable julipié y le obsequiaron una orejilla. Regaló un séptimo que fue devuelto por feo y manso antes de ser picado, algunos opinan que le dieron puerta porque no era el acordado por sus veedores. En el octavo tuvo a bien interpretar otro julipié: silencio.

Después del entradón del domingo pasado hoy se retrataron en la taquilla poco más de tres mil personas. Salvo la presencia de El Zapata, no había mucha tela de donde cortar. Tristemente, Uriel Moreno, torero donde los haya, pechó con el peor lote. A Uriel no le faltaron ni voluntad ni recursos, pero sólo nos quedan en el recuerdo las zapopinas de rodillas y dos grandes pares al sesgo, cosas que hoy ya no aquilata el público. Creo que ya ni siquiera vale la pena repetirlo, pero al largo diestro tlaxcalteca le hacen falta toros bravos para lucir.

Fermín Spínola no se quedó quieto nunca. Hay que asentar que nos regaló su toreo perfilero y absurdo, pero que todo lo hizo a muy prudente distancia. El torero capitalino dio una cátedra de dudas y de vulgaridad. La oreja que le regalaron debe saberle a poco.

Daniel Luque superó a Spínola en zaragatería, lejanía y falta de pundonor, cosa difícil de lograr. Para no ser injusto diré que en el tercero de la tarde se adornó con sevillanía en las trincheras, los desdenes y los de pecho con los que inició su trasteo. Luego, con su enorme mantel, se dedicó a engañar al respetable y logró engatusar al villamelonaje. Lo menos decente de la tarde estuvo a cargo de su peón Abraham Neiro, quien se encaró repetidamente con el juez de plaza –Gilberto Ruiz Torres- para exigir un trofeo de oropel y luego para lograr que regresaran a los corrales al primero de regalo. Total, que hoy más nos valdría habernos quedado en casa. Pero toreaba El Zapata…