Gastón Ramírez Cuevas.- Domingo 29 de enero del 2012. Décimo tercera corrida de la temporada de la Plaza de toros México
Toros: Seis de Fernando de la Mora, un asco, muy justitos de presencia y de fuerza. Salvo el primero que fue bobo y débil, los otros no tuvieron ni un ápice de bravura. El tercero, el que cogió en dos ocasiones a Juan Pablo Sánchez, desarrolló genio en las postrimerías de la faena.
Toreros: Eulalio López “El Zotoluco”, dos pinchazos y entera baja en el que abrió plaza: palmas al toro y silencio al torero. Por el percance de Juan Pablo Sánchez tuvo que matar al tercero: dos golpes de descabello, un pinchazo con la larga, media tendida y otros dos descabellos. En el cuarto: metisaca a toro parado y bajonazo: silencio.
Julián López “El Juli”, en el segundo de la tarde: tres pinchazos y entera a medio lomo: pitos al toro y él al tercio con división de opiniones. En el quinto, un pinchazo al julipié y bajonazo muy cerca del rabo: pitos al toro y nueva división. Mató al que cerró plaza con un artero espadazo marca de la casa: silencio.
Juan Pablo Sánchez, en el tercero se tiró a matar cuando estaba a punto de desvanecerse merced a la cornada y no logró hundir la toledana ya que el acero resbaló sobre una banderilla; el toro lo empitonó por la faja y le propinó una buena paliza. Abandonó el ruedo rumbo al hule en brazos de los subalternos, la gente le tributó una gran ovación y le gritó: ¡Torero, torero!
El que gusta de los toros es un tipo inocente y fácil de engañar. Si no, es difícil explicarse por qué veintitantos mil incautos fuimos a ver una corrida de “toros” de Fernando de la Mora. Bueno, había quien quería ver a Juan Pablo Sánchez, ese extraordinario joven torero de Aguascalientes; había quien pensaba que Juli triunfaría pasase lo que pasase, y había quien suponía que El Zotoluco demostraría su garra y su poder. El resultado fue lógico y decepcionante, sólo el tercer espada toreó de verdad. Digamos en descargo de Zotoluco y Juli que estuvieron voluntariosos. Vamos a lo ocurrido.
Eulalio toreó con temple y entrega al que abrió plaza, un zapatito que colaboró hasta que las fuerzas le abandonaron. La faena se compuso principalmente de molinetes, martinetes y derechazos. A la hora de matar, el toro se le hizo de hueso al Zotoluco y ahí se acabó lo que se daba. Obligado a despachar al tercero de la gris, vendavalesca, gélida y lluviosa tarde, el coleta capitalino pasó las de Caín, estando a punto de sufrir un percance gordo al intentar descabellar al morito. El segundo de su lote por poco lo manda a la enfermería al recibirlo con un farol de rodillas en tablas. A continuación el bicho demostró ser tardo, soso y difícil: nada que hacer.
El Juli se pegó un arrimón en su primero, aguantando las medias embestidas de un manso protestón. El de Velilla de San Antonio demostró que anda sobrado con capote y muleta; lo que nadie se explica es cómo puede demostrar tanto valor y serenidad en lances y pases, y luego mata a la media vuelta de forma esperpéntica.
Al quinto le hizo un elegante quite por mandiles y luego porfió para pegarle pases anodinos a una vaca lechera. Lo más relevante del trasteo fue que se encaró con los gritones de Sol…
El que cerró plaza, irónicamente llamado “Fina Estampa”, fue otro buey de carreta, y que me perdonen los bueyes. Julián sólo pudo lucir en el quite por chicuelinas modernas, gustándose en lances de mano baja muy ceñidos.
El otro momento bueno de la lidia al postrer rumiante fue el gran tercer par de garapullos que clavó Gustavo Campos: en todo lo alto, saliendo andando con torería para dar y prestar. Cabe preguntarle al madrileño qué atractivo le encuentra a las birrias de Fernando de la Mora, pues es obvio que él impuso a esta pseudo-ganadería.
Juan Pablo Sánchez comenzó toreando al tercero del festejo con una profundidad y una reposo únicos. El muchacho hidrocálido posee el secreto del temple y la distancia, y sus tandas de derechazos resultaron extraordinarias. Se pasó la muleta a la zocata y el toro se le venció. A media embestida, al sentir la pierna izquierda del torero, el astado le tiró un derrote seco y certero. Sangrando profusamente de arriba de la rodilla pese al torniquete, Juan Pablo volvió a la carga para cuajar una tanda más y tirarse a matar, pero estaba a punto de perder el conocimiento.
Se perfiló casi en tablas con El Zotoluco y El Juli –preocupadísimos- muy cerca de él, como en aquellas estampas antiguas. La espada resbaló al chocar con una jara y Juan Pablo fue enganchado dramáticamente. El burel le prendió por la faja y no lo soltaba. La angustia en el ruedo y en los tendidos fue mayúscula, pues cabía la atroz posibilidad de que le hubiera hundido el pitón en el abdomen. Afortunadamente, la cosa quedó en la cornada grande pero limpia en el muslo izquierdo, la que el toro le había asestado en los albores de una gran faena.
El gesto y la gesta de Juan Pablo, aunados a los únicos momentos de verdadero toreo con clase en toda la aburrida tarde, no serán olvidados fácilmente por los entendidos. Salimos de la gran plaza ateridos, empapados y decepcionados por lo de siempre, por la mala suerte del coleta que menos la merecía, por los abusos de la figura ultramarina y por la falta de vergüenza del supuesto ganadero de bravo.