Gastón Ramírez Cuevas.- Toros: Seis de La Soledad, bien presentados y con leña, salvo el quinto que fue pitado de principio a fin. El segundo, el tercero y el sexto fueron nobles con algo de casta; el cuarto fue bravo.
Uno de Jorge María, la ganadería del vástago de Herrerías. Salió en séptimo como regalo de Tejela. Fue incierto al principio y luego se dejó pegar cien muletazos de pitón a rabo.
Toreros: José María Luévano, en su primero, dos pinchazos, entera contraria y varios descabellos: silencio tras aviso. En el cuarto, oyó otro aviso tras tres pinchazos, estocada y un golpe de descabello: tibias palmas.
Matías Tejela, estocada traserilla y tendida para cortar una oreja en el segundo de la tarde. Al quinto lo despachó de estocada trasera y se dividieron las opiniones. Regaló un séptimo, al que bien pudo haberle cortado dos apéndices, pero pinchó en un par de ocasiones antes de pegar un bajonazo: palmas.
Juan Chávez, tres pinchazos, tres descabellos y silencio tras tibio aviso en el tercero. Al sexto le recetó variopintos pinchazos y descabellos, y al torero le sonaron un aviso desde el biombo. La gente no supo si aplaudir o pitar.

Domingo 19 de diciembre del 2010
Séptima corrida de la temporada de la Plaza de toros México

Ya lo gritó algún desvergonzado y sagaz aficionado de Sol: “¡No hay figuras y sale el toro!” Sí, hoy salieron toros con pitones, cuajo y ganas de dar pelea. Eran de Tlaxcala, aunque no de simiente Murube, sino de lo de Saltillo, pero nada que ver con los mansos de libro con las orejitas más peligrosas que las astas, mismos que habíamos visto en las seis corridas pasadas.

Los matadores no se lucieron en la suerte suprema y dejaron ir las ilusiones de los tres mil aficionados que acudieron al embudo de Insurgentes. Pero, vale siempre preguntar ¿Los figurines no preferirían toros serios y vivos en el último tercio para lucirse y triunfar de verdad? Uno piensa que eso está implícito en el ser torero, pero parece que no. Ya quisiera uno haber visto a Castella, a Perera o a Talavante con el cuarto de La Soledad; un animal al que había que poderle con oficio y entrega. Bueno, no nos amarguemos en esta época de fraternidad universal, de paz a los hombres de buena voluntad y ¡Felices Pascuas de Navidad!
Vayamos a los hechos.

Luévano dio una buena muestra de lo que es torear en serio, sin trucos y sin tonterías. Al que abrió plaza le completó todos los muletazos, nunca dejó que le tocaran el engaño y jamás ocultó la pata buena. Mas el populacho, la turba que vocifera o calla según esté de humor, no supo aquilatar la labor del diestro hidrocálido. ¿Y si hubiera matado como acostumbra? Quizás ahí hubiera unificado criterios y emocionado al gélido cotarro, pero se alivió mucho y pinchó, pinchó.

La faena encomiable y grande se la hizo al segundo de su lote. El de La Soledad pedía mando y gusto en la muletilla, y Luévano se complació en demostrar que es un torero serio y de riñones, no exento de temple y arte.  Todo fue en un palmo, con la mano zurda muy baja y mandona. Nos regaló un muletazo de la firma con la zocata que valió el abono y nos hizo recordar a figuras como Silveti y Mariano. Lástima que no dio el pecho a la hora buena. La faena quedó en un regusto amargo para el entendido y una soez protesta para los eventuales, esos que quieren indultos y orejitas de regalo para justificar la compra de su entrada.

Matías Tejela, un madrileño que cuando quiere puede y gusta, mismo que ya había triunfado en La México hace cinco años, estuvo intermitente pero indiscutiblemente bien. A su primero le logró pegar una media verónica enorme. A continuación estuvo desconfiado y refugiado en las lejanías de una muleta a la que le toro acudía sin problemas. Recuperó el toreo real al final de la faena, y como mató certero le dieron una oreja.

Absurdamente, dejó en quinto lugar al único toro protestable de La Soledad. Al escuálido bicho le salvaban las astas, pero el grueso de la galería –mismo que ha tolerado becerros indefensos desde hace años- no tragó al novillo engordado. Matías brindó y no pudo acallar la protesta general de alegres villamelones que se deshacían en insultos para la madre del juez de plaza, para la del torero y para la del toro y su criador.

Así las cosas, Tejela regaló un séptimo, y ahí tuvo material para poner la plaza de cabeza. Nadie apostaba un centavo por el de Jorge María, pero fue el clásico toro mexicano, mansito que se fue pa’ arriba y se dejó torear largo y durante siglos.  Y ahí estuvo Tejela, quien cuando se acomodó y se confió dio muestras de arte y variedad. Trincherazos, cambios de mano y hasta lasernistas fueron el colofón a grandes y larguísimas tandas de derechazos. ¡Qué toro tan bueno, tan noble, tan bobo! Y ahí fue el coleta peninsular, a emborronar toda su labor con el mal manejo de la espada y la falta de valor al tirarse a matar. En fin…

El que completaba el cartel se llama Juan Chávez, es michoacano y no sabe transmitir. Torea exponiéndose, pero sin saber por qué. Se ha salvado de un tabaco gordo porque Dios es grande. El muchacho de Lagunillas se atraviesa, le pierde la cara al toro y no completa un pase. Claro, tiene valor, como todos los que se visten de luces, pero se le fueron inéditos dos toros muy buenos. Juanito debe planteare seriamente su futuro, un día le saldrá un toro de verdad y habrá un accidente lamentable.
Oiga, ¿y si los que traen gente a los tendidos de la plaza más grande del mundo pidieran de vez en cuando toros como los de los herederos de doña Dalel Zarur de González? Pues nada, entonces la Fiesta no necesitaría defensores.