Carlos Crivell.- Algunos actos culturales se convierten en acontecimientos por el motivo básico del encuentro y por la entidad de quienes participan. Si un libro sobre Morante escrito por Paco Aguado es una noticia de gran alcance, si los presentadores son dos poetas como José María Jurado y Lutgardo García, entonces la noche se convierte en algo memorable, solo al alcance de unos cuantos privilegiados que pudimos tomar asiento en la Casa del Libro de la calle Velázquez de Sevilla, llevados hasta allí por la llamada de El Paseíllo con sus capitanes al frente, David González Romero y Fernando González Viñas.
Y mientras los sentidos se llenaban de poesía en torno a la figura de Morante, protagonista del libro Por qué Morante (antes y ahora), uno se preguntaba dónde estaba Morante. Sin que nadie le preguntara contestó Aguado al reflejar su ausencia voluntaria de este tipo de actos, porque es así de recatado y tímido y por la vergüenza que siente cuando se habla sobre su personalidad, ya torera, ya humana. Aguado redundó más al afirmar que Morante siente un inmenso pudor cuando hablan sobre sus cualidades. Y huye a su ámbito natural, La Puebla, su gente, sus misterios y sus inquietudes. Dijo como remate el autor que es un torero inimitable. Y también afirmó que el de La Puebla no imita en su esencia torera a nadie, sino que puede hacer cosas de otros toreros, pero que ya quedan definidas para siempre como cosas de Morante por el sello personal que aporta a cada instante de su tauromaquia.
El fuego de la noche lo abrió Lutgardo García, un lujo de esa Sevilla semioculta, una voz que habita entre nosotros para deleite de quienes son capaces de asumir los intrincados mecanismos de su pensamiento. Habló de sus recuerdos en la trayectoria del torero. Yo me acuerdo, dijo de forma repetida, para recrear momentos de su vida, como aquel día de verde esperanza y oro, cuando un toro crujió sus carnes cerca de la Puerta del Príncipe citando en un pase cambiado. Morante es un héroe, cada gesto suyo es una liturgia, no es un Dios, es el profeta de una religión callada. Lutgardo quizás no lo supiera, pero había reinventado la figura del torero cigarrero.
Siguió en su turno otra voz fundamental para hablar de intimidades y sensaciones, la de José María Jurado, menos sentimental y más práctico en sus definiciones. Morante le inspira sentimientos profundos como torero, como le ocurre con José Tomás. El torero vive en su Puebla, en su mundo, con un sentido profundo de la vida. Habló de la tarde del rabo, que fue un repaso a la historia del toreo. Morante es un sabio, afirmó el poeta. Y pidió que con el tiempo se le haga un hueco junto a Curro Romero en su monumento del Paseo de Colón sevillano. Admitió que la de Aguado era una biografía no complaciente, por si alguien pusiera en duda la objetividad del autor.
Conforme la noche se llenaba de cánticos dirigidos al ausente, más presente se hacía su figura y más dolorosa era su ausencia. Porque se puede vivir en su mundo, se puede huir de encuentros banales y superficiales, pero cuando un tipo como Paco Aguado escribe así de bien y dos poetas declaman las virtudes de un genio único, tal vez este ser personal e intransferible como José Antonio Morante Camacho podría haber cruzado el río en la noche sevillana. No hubiera sentido ninguna vergüenza al escuchar las palabras que le dirigieron, pero es Morante y su misterio. Por eso el libro de Paco Aguado es imprescindible para ahondar en esa mente personal y torera de quien ha resumido todas las tauromaquias en una figura única en pleno siglo XXI. La lectura de Por qué Morante (antes y ahora) es necesaria para los admiradores del genio y también para sus detractores.