Juan Manuel Albendea.- Empezó El Julí rompiendo el maleficio que nos había acompañado muchas tardes atrás. Para ello necesitaba la colaboración de un toro de lidia, no un buey, como muchos de los que habían salido hasta ahora. No es que su enemigo fuera un toro de bandera. Tenía sus virtudes y sus defectos. El Juli supo aprovechar aquellas y corregir éstos. Pero antes de nada urge decir que la corrida de El Ventorrillo ha estado muy bien presentada. Eso, ya de por sí, es una satisfacción para el aficionado, pues, es lo primero que aprecia, antes que su comportamiento en la lidia.
Ya desde que salió el primer toro, presagiábamos que íbamos a disfrutar de una tarde distinta de las anteriores. Cuando El Juli cortó una oreja a su primero, discutible si se quiere por la faena, pero indiscutible por la estocada y, sobre todo, porque la petición fue claramente mayoritaria, ya se notaba en los otros diestros el afán de emulación. Lo que pasa que el hombre propone, Dios dispone y el toro descompone. El Cid en su primero no estuvo confiado como en él es habitual. Se le notaba con afán de triunfo pero inseguro. Una vez estuvo a punto de darle una cornada y se vino un tanto abajo. En el quinto que brindó al público salió con mucha más decisión y las primeras series de redondos fueron espléndidas, en donde no se sabía que admirar más, si la arrancada del toro desde muy lejos o el embarque en la poderosa muleta del de Salteras. El viento le estorbó y los naturales no tuvieron ni la trayectoria ni la limpieza de los redondos. Acabó con Terciopelo que así se llamaba el sobrero de una gran estocada. Se puede discutir si la faena fue merecedora o no de la oreja, pero lo que es indiscutible es que la petición fue claramente mayoritaria y, sin embargo, el usía no sacó el pañuelo. El disgusto de El Cid fue tan evidente que trabajo le costó salir a saludar y, desde luego, se negó en redondo a dar la vuelta al ruedo como premio de consolación.
La epopeya de la tarde correspondió a Talavante. He de empezar diciendo que mi desconfianza inicial en su triunfo era palmaria. Sin duda, a la vista de los antecedentes de Madrid y de otras plazas. Pero, es de justicia reconocer que la faena a su primero fue una gran faena. Los naturales, los trincherazos, los cambios de mano, el molinete, los remates, los ayudados, todos tuvieron un empaque y un buen gusto indiscutibles. Lo mató de una estocada en los rubios y el premio de las dos orejas fue merecidísimo. El sexto, un castaño chorreao en verdugo precioso, no tenía buenas intenciones y el extremeño tiró a abreviar y trocó el entusiasmo anterior por unos discretos pitos. En todo caso, lo que es evidente que así como ayer cambió la meteorología, también cambió el hado de la feria taurina. Y ojalá haya muchos días como ayer afán de emulación entre los diestros.