Carlos Crivell.– Por la Puerta del Príncipe salió Pablo Aguado después torear como solo pueden hacerlo los elegidos. Eso es torear, decían unos; qué grande es la Fiesta, replicó otro. La salida fue un clamor lleno de gente apretada como si la Macarena o la de Triana estuvieran a punto de entrar en sus templos. Al fin y al cabo, templo es la plaza de toros de Sevilla. El gentío gritaba ¡torero, torero! a un joven que había desgranado sobre el albero un tratado de tauromaquia eterna según la Sevilla de siempre. Quiero contarles cómo ha estado Pablo Aguado pero no sé si podré hacerlo. Mi corazón palpita cuando revivo las verónicas majestuosas a sus dos toros, mejor por más lentas y cadenciosas las del sexto, las chicuelinas que firmaría Manuel Jiménez, su arrebato para replicar a Morante por el lance del torero de La Alameda después del galleo del cigarrero.
Sueño con esos lances meciendo el percal con suavidad para llevar al toro prendido hasta el final, con el cuerpo erguido, la cabeza flexionada, la cintura como un junco que cimbrea al ritmo de los brazos que se duermen meciendo la verónica. El lance en manos de Aguado vuelve a ser verónica, porque así debió acercarse a Cristo la mujer para limpiar su rostro: con delicadeza y ternura, con elegancia, sin molestar, parando el tiempo en un segundo que parecía una eternidad.
Las manos me tiemblan si intento enjaretar las palabras exactas para contar el derroche de torería que ha derramado este torero por el albero sevillano. Todo fue medido en faenas con los muletazos justos, un verdadero concierto a compás, fue como un sueño que uno no sabe bien si lo ha vivido o lo ha imaginado. Despierto; ha sido verdad. Aguado ha toreado como hacía tiempo que apenas se podía contemplar.
La faena al tercero ha sido una obra de arte con veinte muletazos. Al noble toro de Jandilla lo ha recogido con tres pases de apertura soberbios. Con la derecha se ha consumado el prodigio del toreo más hermoso posible, muy despacito, cargando la suerte, con una gracia especial propia de quienes nacieron cerca de la Giralda; fue un compendio de todos los sevillanos que han sido gloria del toreo. ¿Quién te ha enseñado a torear así, Pablo? Decían que se parecía a Pepín Martín Vázquez, otros que era Pepe Luis, incluso otros hablaban de Curro, y todavía más, había quien decía que ese toreo tan bueno tenía cosas de uno que estaba allí delante, me imagino que absorto y feliz, que se llama José Antonio Morante.
Todo el toreo sobre la derecha fue una explosión de ritmo, cadencia y majestad. También los naturales surgieron preñados de sabor, aunque por ahí el toro molestó al torero. Vuelta a la derecha y a unos adornos que en sus manos fueron pases fundamentales, el kikirikí, el de la firma, la trincherilla y los monumentales pases de pecho. Veinte pases, el tendido loco de emoción ante la belleza más grandiosa posible que dio paso al clamor de la estocada. Dos orejas.
Quisiera tener el cerebro fresco para que mis ideas llegaran claras a quien se acerque a estas líneas, escritas bajo el impacto de la conmoción de lo que ha hecho esta tarde Pablo Aguado. Una catarata de sensaciones únicas que ratifican la grandeza del toreo fue la lidia del Jandilla que cerró plaza. Bien picado por Manuel Jesús Espartaco, colosalmente banderilleado por Iván García, con ese quite del galleo del bu de Morante, honor y gloria a Joselito, más sorprendente que asentado, siempre bien recibido por su variedad y la respuesta de Aguado con dos chicuelinas inmensas. La música rindió homenaje al toreo de capa del espada sevillano y a las banderillas de García. Y de nuevo el toreo mecido con una elegancia y una majestad que trastocó todos los sentidos, ahora por los dos pitones. En la borrachera de arte torero, una tanda por la izquierda fue la sublimación de su gloriosa tarde, lo mismo que cuando rindió homenaje al Brujo de San Bernardo a pies juntos. Y lo mató, algo trasero, pero se tiró a matar o morir.
La plaza estaba en éxtasis, los brazos se habían alzado, todos buscaban en el tendido algún conocido cómplice para expresarle con el gesto que aquello era muy grande, era el toreo en su máxima expresión de la belleza. Sevilla ha parido otro torero que recoge todas las esencias de los mejores de todos los tiempos que nacieron a la orilla del Guadalquivir. Por la Puerta del Príncipe se fue entre la multitud, como un palio sevillano se meció entre el gentío que lo tocó, lo zarandeó, lo besó y lo achuchó como el nuevo Dios de Sevilla vestido de luces. No puedo contar más porque no soy capaz de expresar lo que siento.
La tarde fue una sucesión de emociones. La manejable corrida de Jandilla, noble, justa de fuerzas y raza, pero buena para los toreros, permitió que Morante anduviera toda la tarde muy dispuesto y con ganas de triunfo. El manso que abrió plaza no le dio muchas posibilidades y la porfía del torero fue aceptada por la plaza. Tras el suceso del tercero, Morante salió espoleado a dejar clara su jerarquía. Alguna verónica llevó su sello, pero las dos medias del quite hicieron crujir la plaza, Se puso de rodillas para comenzar la faena. Fue algo increíble. Le echó valor a la faena, fue un torero entregado y encorajinado, pero también pecó de encimista. Después de la estocada, y en tarde marcada por la euforia, paseó una oreja, que es la única que ha cortado en sus tres tardes en la Feria.
Sin que la tormenta de Aguado hubiera conmocionado la corrida, Roca Rey quiso ir por la vía rápida a por el triunfo. Se fue a portagayola, con cuerpo a tierra, repitió dos más y dos faroles en el tercio y remató con una larga. Entrega total de Roca que agradeció el tendido y la banda con su música. A la banda no se le puede reprochar tacañería en este festejo. El toro fue noble y blando. Roca se lo brindó a su amigo Rafael Serna y puso a funcionar su artillería de pases de rodillas por alto, los derechazos de mano baja por la diestra, su rabia al resultar cogido sin consecuencias y mucho toreo en tiovivo. Apenas se la ofreció por la izquierda. El toro se rajó en tablas y la estocada cayó baja. La oreja fue fácil y generosa. Con el quinto repitió su toreo de valor, ahora muy encima del toro, siempre valiente. El de Jandilla humilló poco y derrotó alto. No debe ser fácil torear después de lo vivido en el tercero.
El 10 de mayo de 2019 ha quedado escrito con letras de oro en la historia del toreo de Sevilla. Un matador de la tierra ha reventado la plaza con un toreo clásico y eterno. Sevilla ha encontrado a quien puede tomar el relevo en sus gustos toreros. Yo estoy preocupado porque, si ha llegado hasta aquí leyendo, querido amigo, me parece que no he sido capaz de contar lo que ha sucedido sobre el albero.
Plaza de toros de Sevilla, 10 de mayo de 2019. 12 ª de abono. No hay billetes. Seis toros de Jandilla, bien presentados, nobles y manejables. Mansos el 1º y el 2º; buenos 3º, 4º y 6º; reservón y poco entregado sin humillar, el 5º. Saludaron en banderillas Viruta, Iván García (música) y Azuquita. Buena brega de Juan José Domínguez.
Morante de la Puebla (canela y azabache): media estocada y seis descabellos (silencio tras aviso). En el cuarto, estocada trasera y caída (una oreja tras aviso).
Roca Rey (lila y oro): estocada baja (una oreja). En el quinto, pinchazo y estocada (saludos).
Pablo Aguado (berenjena y oro): estocada (dos orejas). En el sexto, estocada trasera (dos orejas). Salió a hombros por la Puerta del Príncipe.