Escribano y Cobradiezmos

Foto: Eduardo Porcuna

Gastón Ramírez Cuevas.– Hoy nos resarcimos de todas las malas pasadas que en días anteriores nos habían jugado la empresa, los ganaderos y -con algunas honrosas excepciones- los toreros. ¿Cómo fue eso? Pues mire usted, sufrido lector, fue a la vez muy sencillo y muy complicado: se encontraron en el albero sevillano un torero de verdad y un toro bravo. El primero es de Gerena, provincia de Sevilla, y se llama Manuel Escribano Nogales y el segundo es de Las Tiesas, provincia de Cáceres, y se llama “Cobradiezmos”.

Cuando sale por toriles el toro bravo, nadie puede negar la grandeza de la Fiesta. Ayer vimos cinco toros que tenían esa característica en mayor o menor grado, pero el astado que ya pasó a la leyenda fue el segundo del lote que sorteó Manolo Escribano. “Cobradiezmos” hizo añicos uno de mis aforismos favoritos, el que acuñó el crítico taurino madrileño Enrique Martín Muñoz y que dice así: “No hay toro que aguante cincuenta pases como Dios manda, ni toros encastado que se los deje dar.” “Cobradiezmos” fue muy encastado, tomó tranquilamente medio centenar de pases como mandan los cánones y ni se inmutó.

La lida de ese cuarto toro fue como sigue: Manolo lo recibió a porta gayola con una espectacular media larga cambiada de rodillas, seguida por templadas verónicas y una gran media. El toro empujó bastante en varas y siguió mostrando fuerza y alegría en el quite de Morenito (por mandiles y media verónica) y en el segundo tercio, mismo que Escribano cubrió con su habitual prestancia.

El diestro sevillano inició el trasteo doblándose por bajo, con poder y elegancia. Luego, el espléndido bicho se dejó torear en los medios sin darle un momento de respiro al coleta, quien tuvo la garra, los riñones y el hambre suficientes para poderle al cárdeno sin dudar nunca y regalándonos el milagro del temple. Pocos toreros del escalafón podrían haber toreado con tanta verdad a un toro tan bravo y tan noble, pues hacía falta mandar mucho, acompañar con suavidad las embestidas y pensar en la cara del toro, algo que se resume en un solo atributo taurino: el poder.

En la memoria de los que tuvimos la fortuna de estar este fasto miércoles en el coso hispalense están grabadas las tandas de colosales derechazos, las gloriosas series de naturales ceñidos y largos, los hondos pases de pecho, los estupendos ayudados por bajo y los tan toreros pases del desdén viendo al tendido.
Todo el cónclave pidió el indulto y todo el personal vitoreó al torero durante la vuelta al ruedo. Mientras eso ocurría, para explicarme cómo Escribano había logrado la hazaña de estar más que a la altura de un toro tan excepcional, recordé una frase dicha por Juan Belmonte a Federico M. Alcázar: “La serenidad siempre, que es la conciencia del valor.” Sin esa serenidad, “Cobradiezmos” le hubiera ganado la partida al de Gerena, pero en Manolo hay un torero formidable y muy cabal.

En el renglón ganadero, Victorino padre y Victorino hijo han dado a sus colegas y conmilitones una gloriosa lección de pundonor y virtuosismo en la crianza del toro bravo. Entre otras cosas porque el segundo, el tercero y el quinto del encierro no le andaban muy a la zaga en cualidades al ya legendario “Cobradiezmos”.

Pasemos ahora a lo acontecido en el resto de la tarde de toros de este día trece, número que obviamente no es de mal fario. El que abrió plaza fue el lunar de la corrida, un toro pasado de kilos y fuera de tipo, que no cesaba de mirar al torero y que no tuvo fuelle alguno. Ahí Escribano porfió pero sin lograr nada importante.

El primero del lote de Morenito de Aranda se le fue inédito al espada burgalés. Al toro bravo hay que arrimársele y no aburrirlo a mantazos. Cosa parecida ocurrió en el quinto, un victorino que no admitía errores pero que era agradecido si se le hacían bien las cosas. Desafortunadamente, Morenito sirve y funciona, pero no para este tipo de toros.

Paco Ureña le cortó dos orejas a otro cornúpeta memorable, el tercero de la función. El toro llamado “Galapagueño” (aunque en el programita de mano el nombre venía en femenino) fue bravo y tuvo clase. Los derechazos de Ureña, erguido y corriendo la mano en un palmo, fueron brillantes. Los pases de pecho y los ayudados por bajo para finalizar la faena tuvieron sabor, temple y aguante. Como mató de manera encomiable y como después de tantos petardos en lo que va del serial la gente quería reponerse moralmente de lo sufrido, premió a Ureña con dos orejas cuando según yo, con una era más que suficiente.

Con el que cerró plaza Ureña no le encontró la cuadratura al círculo si bien es cierto que el morito pedía el carné. Ese último victorino aprendió rápido y no andaba muy sobrado de energía, pero me hubiera gustado averiguar si ajustándose y aguantando de verdad Ureña le hubiera podido al toro y le hubiera hecho lucir.

En resumen, Manuel Escribano y “Cobradiezmos” tienen ya un sitio eterno en la historia de esta plaza y de esta Fiesta. Yo espero haber cumplido mi arduo cometido, pues es bien sabido que las verdades absolutas sólo pueden ser descritas indirectamente, y hoy en La Maestranza vimos verdades de ese tipo.