La esperada tarde del Domingo de Resurrección en Sevilla se salvó a tiempo por muy poco. Poco antes de las seis y media descargó un aguacero que inundó el ruedo, cuando las lonas ya estaban retiradas. La eficaz labor de los operarios y el sol reluciente obraron el milagro. Porque casi fue un milagro al comprobar el fango de un ruedo que pisado por las cuadrillas se hundió hasta los tobillos. Cuatro minutos después de las siete de la tarde las cuadrillas estaban ordenadas y escuchaban el himno nacional de forma respetuosa.
De los seis toros de los Hermanos García Jiménez anunciados, se lidiaron cuatro. La corrida fue una escalera mal presentada. El tercero fue devuelto por inválido y el sexto se inutilizó en los corrales. Los que se jugaron como segundo, cuarto, quinto y sexto (segundo sobrero), no tenían la mínima presencia para Sevilla. Roca Rey se puso delante de uno de Olga Jiménez y otro de Román Sorando. El sobrero tercero, un pavo por su arboladura, fue el de mayor calidad de la tarde. La corrida se desfondó en la muleta, salvo el violento segundo, animal que fue dominado por Castella en una labor de temple máximo. Tampoco el de Sorando tuvo la acometividad necesaria.
También habría que hablar de la suerte inexistente de varas. La corrida no se picó en condiciones. Cuando era el toro quien rehuía la pelea, eran los picadores los encargados de aminorar el castigo. Llegará un día en el que esta suerte será un recuerdo de tiempos pasados.
El sobrero tercero de Olga Jiménez fue noble y tuvo clase. Roca Rey se enfrentó a este toro con una idea premeditada: ofrecer la imagen más ortodoxa de su tauromaquia. El toro, como toda la corrida, pasó de forma simbólica por el tercio de varas. Roca se puso a torear con la derecha desde el principio y lo hizo con temple y mando. Fueron tres tandas suaves rematadas con soberbios pases de pecho. Bajó mucho la mano en la siguiente, ya con la izquierda, para exigirle al toro y ya el animal se afligió y recortó su viaje. No hubo más, ni alardes ni rodillazos. Ni siquiera manoletinas, lo que ya es mucho decir. El espadazo fue soberbio, pero la oreja les pareció muy generosa a una buena parte de la afición.
El sexto, el otro sobrero, que saltó al ruedo sin el anuncio correspondiente, fue un toro de escasa de casta y entrega. El peruano volvió a dejarlo muy crudo en varas. La faena fue un dechado de buena voluntad con escaso lucimiento. Entre la falta de empuje del toro y su trapío muy escaso, la faena no tomó vuelo. De nuevo lo fulminó con la espada.
Sebastián Castella cortó una oreja meritoria al segundo de la tarde, toro con genio en el caballo y embestidas descompuestas, pero al que el diestro le aplicó el tratamiento de la suavidad y el temple, de forma que acabó embistiendo mejor, sobre todo por el lado izquierdo, mano básica de su faena. Antes, la lidia excepcional de José Chacón había comenzado a endulzar algo una embestida poco agradable. A toro con genio, muleta de seda. Así cimentó Castella una faena de mucho calado, que fue muy bien entendida por la plaza, de forma que cuando lo mató de una buena estocada, se le concedió una oreja valiosa.
No pudo rematar su tarde con el quinto, que no tuvo ni clase ni fuerzas. Quiso buscarle las vueltas, se puso por los dos pitones, hubo algunos enganchones, y su labor fue simplemente de entrega. Cuando quiso acortar las distancias, una parte de la plaza protestó. Los toreros deberían cuidar esos detalles. En Sevilla gustan poco los arrimones a destiempo.
Morante de la Puebla dejó perlas sueltas de su estilo torero de un valor incalculable. En los dos toros dibujó algunas verónicas señoriales, en ambos trazó muletazos de calidad suprema. Pero todo fue deslavazado, porque el primero tenía las fuerzas justas lo mismo que su raza. Tampoco el cuarto le permitió redondear una faena completa. La buena lidia de Curro Javier fue aclamada por la plaza. Morante comenzó con unos bellos ayudados por alto y siguió con derechazos hondos que agotaron al de García Jiménez. No aguantó el toro y allí quedaron esos detalles. Pero sí quedó la imagen de un torero presto y dispuesto, lo que es una buena noticia.
Como cualquier corrida moderna, el festejo se prolongó hasta las dos horas y media, lo que junto a la tardanza en comenzar hizo que el público estuviera más de tres horas en los tendidos. Sin que fuera una corrida de lujo, la faena de Castella al segundo y la entrega ortodoxa de Roca Rey complacieron a casi todos. La corrida de Matilla decepcionó a la mayoría.
Cuatro toros de hermanos García Jiménez, uno, 3 bis, de Olga Jiménez y uno, sexto, de Román Sorando, desiguales de presencia. 1º, justo de raza y fuerzas; 2º, violento y con genio; 3º, muy noble con clase; 4º, con buen pitón derecho, justo de raza; 5º, desclasado con pocas fuerzas, y 6º, descastado.
Morante de la Puebla, de buganvilla y oro. Pinchazo y estocada baja (silencio). En el cuarto, dos pinchazos, media atravesada y descabello (silencio).
Sebastián Castella, de azul marino y oro. Estocada (una oreja). En el quinto, pinchazo y estocada (silencio).
Roca Rey, de verde botella y oro. Estocada (una oreja). En el sexto, estocada (silencio).
Saludaron en banderillas Curro Javier, Alberto Zayas (en dos ocasiones), José Chacón y Joao Ferreira.
La corrida comenzó con media hora de retraso, debido al mal estado del ruedo por la lluvia. El sexto fue el segundo sobrero, de Román Sorando, que salió sin anuncio previo. Al parecer toro titular se había inutilizado en los corrales. El tercero, de Olga Jiménez, fue un sobrero lidiado por uno inválido de García Jiménez.