Carlos Crivell.– En la primera de San Miguel triunfó López Simón en una tarde ne la dejó pruebas evidentes de su valor ante toros poco propicios para el triunfo. Escribano quiso mucho y logró poco con un mal lote.
Plaza de toros de la_Maestranza. Sábado, 26 de septiembre de 2015. Primera de San Miguel. Dos tercios de plaza. Seis toros de El Pilar, el primero lidiado como sobrero por uno devuelto por inválido, bien presentados. 1º bis, noble y flojo; 2º, flojo sin humillar; 3º, cojitranco sin fuerzas. 4º, noble y sin fuerzas; 5º, descastado y con medio recorrido; 6º, un marrajo. Buena labor del picador Tito Sandoval y el banderillero Domingo Siro
Manuel Escribano, de fucsia y oro. Estocada (silencio). En el tercero, estocada trasera (saludos). En el quinto, estocada atravesada (saludos).
López Simón, de lila y oro. Estocada atravesada (vuelta al ruedo). En el cuarto, estocada (una oreja). En el sexto, dos pinchazos y estocada baja (saludos).
En el esperado mano a mano entre Escribano y López Simón, todas las bendiciones fueron para el madrileño que se llevó la tarde. Escribano sorteó tres toros antipáticos con los que cumplió dentro de su estilo. A López Simón no le cayeron en suerte mejores reses, pero puso sobre el tapete su valor escalofriante y se adueñó del ambiente. La plaza entendió que este torero es un caso especial de valor y firmeza. Con la lidia del sexto, la Maestranza tembló emocionada, llegó a pasar miedo ante la demostración de un torero que se plantó en la cara de un marrajo para que todos sintieran escalofríos.
El festejo no fue brillante. La corrida de El Pilar fue desigual de hechuras y pobre de juego. Fue un mano a mano descafeinado en cuanto a competencia. Apenas hubo toreo de capa, los quites no alcanzaron el nivel necesario, la suerte de varas volvió a ser casi testimonial, aunque Tito Sandoval se lució con maestría.
López Simón entendió bien al primero de su lote en una faena cerca de las tablas. El animal llevó siempre la cara muy alta. El de Barajas ligó tandas con la derecha siempre bien colocado. Por la izquierda cayó el trasteo.
Al segundo de su lote se la cortó porque pisó el sitio de la verdad. El animal, muy montado, se rebrincó en la muleta. El temple y la ligazón, sostenidos por un valor sereno, fueron la medicina que necesitaba el toro. La muleta siempre estaba colocada para enganchar y embeber al animal, que a pesar de todo perdió las manos más de la cuenta. La solemnidad que atesora acabó por encandilar al tendido. La oreja no fue discutida.
Con el sexto llegó el escalofrío. El toro negro salmantino desarrolló sentido en banderillas. Fue un marrajo por la izquierda y avisado y mirón por la derecha. Era un toro de aliño y a otra cosa. En banderillas, la cuadrilla pasó un quinario.
Se puso por la derecha – con la izquierda era impensable – y lo desengañó con una decisión tremenda. La quietud era pasmosa, el temple para conducir las arrancadas fue admirable, el tendido temblaba cada vez que el joven espada le ponía la franela roja por delante al torito negro. Fue un curso de muchas cosas: valor, técnica, coraje, firmeza y capacidad. La espada le jugó una mala pasada. Llegó a recibir un golpe al matar y quedó casi noqueado. El torero de Barajas había presentado sus credenciales.
Escribano lo tuvo todo en contra. El primero se fue a los corrales por inválido. El sobrero no tenía fuerzas. Se cayó siempre. El segundo de su lote salió cojo. Aunque se recuperó en la lidia, acusó el problema. Dos tandas con la izquierda mostraron su temple. El quinto fue flojo y se apagó pronto. Su coraje torero se hizo presente, aunque no fue su mejor tarde. Ni con los palos estuvo brillante. Escribano quiso mucho y logró poco.