El Cid pasea la oreja del quinto. Foto: Joaquín Arjona

Carlos Crivell.- La segunda de San Miguel tenía un protagonista: El Cid. El torero de Salteras acaparó la atención de la plaza antes, durante y después de la corrida. Antes, con una ovación cerrada de dos minutos de duración al romperse el paseíllo. Después, en la atronadora ovación de toda la plaza al abandonar el ruedo a hombros en su adiós a la Maestranza. Y durante, porque El Cid fue fiel a lo que ha sido su trayectoria taurina. No llegó a ser la tarde perfecta, pero estuvo muy cerca. Dio un curso de toreo de capa a la verónica en el segundo. Fue algo primoroso. Ganó terreno y remató en la boca de riego con media y una larga de clamor. La misma faena a ese toro segundo, muy noble pero apagado muy pronto, al que volvió a citar al natural sin probaturas para templar dos tandas de seis muletazos de alto voltaje. La mano izquierda más prodigiosa del toreo se hizo presente de forma esplendorosa. Se apagó el toro y siguió airoso y compuesto con la derecha. El estoque viajó a los bandos y perdió la oreja.

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Esa oreja llegó en el quinto. No fue un regalo; se la ganó porque fue un torero inteligente. El de Toros de Cortés tenía movilidad pero muy poca humillación. El comienzo de la faena, muy arrebatado, para desengañar al burel, con muletazos por bajo, afarolados y uno de pecho. La banda de música de Tejera había comenzado a tocar al primer muletazo. La plaza se vino abajo y vitoreó a los maestros. Luego, su faena fue la de un torero experto, con tandas de mérito a un toro de cara alta y cada vez más aplomado. El natural surgió en tandas cortas pero templadas, no faltó nunca la entrega apasionada del torero y quedaron esculpidos para siempre algunos pases de pecho sensacionales. La plaza estaba emocionada. El silencio fue atronador a la hora de perfilarse por última vez vestido de luces en la Maestranza. La espada cayó trasera y tardó en morir, pero llegó el premio. En la vuelta hubo muchas lágrimas. No lo había brindado. El destinatario ya estaba en el cielo desde el año 2010.

A Ponce le tocaron dos toros de pocas posibilidades. El primero, un cinqueño basto que se movió con pesadez y somnolencia. El valenciano se lo brindó a El Cid y estuvo aseado en una labor de toreo a media altura. El cuarto fue otro cinqueño con pinta de corraleado. Sin casta y sin fuerzas, Ponce le dio muchos muletazos sin venir a cuento, hasta el punto de que hubo discrepancias cuando encima quiso rematar con poncinas. No debió ser tan pesado.

Manzanares toreó a ratos durante la tarde. Con el tercero logró algunos muletazos vistosos a un toro que se movía sin norte. La plaza rugió en un cambio de manos muy largo, pero todo quedó en nada cuando marró con la espada. El sexto no tenía fuerzas ni ganas de humillar. De nuevo el de Alicante se afanó para lograr algún pase suelto sin estructura unitaria de faena.

Finalizada la corrida, el Cid fue izado a hombros por la afición. Entre los que lo llevaron figuró su hermano Antonio. Salió andando de la plaza. La Real Maestranza seguía batiendo palmas en honor a un gran torero en la tarde de su despedida sevillana.

Plaza de toros de Sevilla, 28 de septiembre de 2019. 2ª de San Miguel. Lleno. Cuatro toros de Victoriano del Río y dos, 1 y 5º, de Toros de Cortés. Bien presentados, descastados y flojos. 1º, soso; 2º, noble y apagado; 3º, sin humillar; 4º, manso y descastado; 5º, sin clase aunque dócil, y 6º, flojo. Saludó en banderilla Lipi.
Enrique Ponce, de blanco y azabache. En el primero, estocada baja (silencio). En el cuarto, estocada baja y atravesada (silencio).
El Cid, de azul pavo y oro. En el segundo, estocada baja (saludos). En el quinto, estocada trasera (una oreja). Fue paseado a hombros al final de la corrida.
José María Manzanares, de rioja y oro. En el tercero, dos pinchazos y estocada (silencio). En el sexto, estocada (aplausos).