En la tercera de San Miguel en Sevilla, el diestro José María Manzanares abrió la Puerta del Príncipe tras cortar tres orejas en una gran tarde de toros. Talavante cortó una oreja y se mostró valiente con el peor lote.
Plaza de toros de Sevilla. Tercera de San Miguel. Casi lleno. Tres toros de Núñez del Cuvillo, bien presentados, y tres de Juan Pedro Domecq, anovillados. Encastado el primero de Cuvillo y noble el quinto de Domecq. El resto, variados desde los probemáticos segundo y sexto de Cuvillo y el descastado tercero de Domecq. Saludaron en banderillas Juan José Trujillo y Raúl Blázquez. Muy bien la brega de Curro Javier. Luis Blázquez fue cogido en el primero y atendido de «policontusión abdominal y en miembro inferior derecho, prentando erosiones superficiales, y refiriendo dolor en hemiabdomen derecho, a la exploración dolor a la palpación sin signos de irritación peritoneal, se mantiene en observación, permaneciendo hemodinamicamente estable hasta su traslado. Pendiente de completar en hospitalización pruebas complementarias. Pronóstico: Reservado. Le impide continuar la lidia». Manzanares salió a hombros por la Puerta del Príncipe.
José María Manzanares, celeste y oro, estocada (dos orejas). En el tercero, pinchazo y puntillazo de Lebrija (silencio). En el quinto, pinchazo hondo y descabello (una oreja tras aviso).
Alejandro Talavante, grana y oro, pinchazo y media tendida (saludos). En el cuarto, estocada trasera y tendida (una oreja). En el sexto, pinchazo y estocada atravesada (saludos).
Carlos Crivell.- Sevilla
La fiesta está viva. Quedan muchas emociones por vivir, como las de esta segunda de San Miguel, ya inolvidable, con el añadido de que la corrida fue en Sevilla y se lidiaron toros de primera. Habían dicho algunos hace poco que ya no le quedaban ganas de volver a los toros después de haber asistido a un festejo bueno en una plaza de Francia – gracias a la afición francesa por su ejemplo –, pero no se acabó el toreo en esa histórica fecha. Son posibles más emociones. Y aún más intensas porque el marco de la plaza de Sevilla lo llena todo, porque la afición que asiste a su plaza es de una sabiduría extrema, porque el toro que se lidia en su ruedo es casi siempre un toro bien presentado, porque la emoción en esta plaza eleva al infinito el arte y el valor de los toreros. Ayer en Sevilla se celebró una corrida de toros inolvidable, pero no sólo porque Manzanares revalidara y rematara su definitivo idilio con la Maestranza, también porque estuvo Sevilla en plenitud en el tendido, porque un toro de Cuvillo con casta volvió a poner de relieve que lo que faltan en la Fiesta son toros ese estilo, y porque Talavante dio una lección de entrega, valor y pundonor. Fue un enorme espectáculo. Nunca diría yo que después de lo de ayer se me quitan las ganas de acudir a una plaza de toros, más bien al contrario, tras lo vivido ayer en la segunda de San Miguel hemos vuelto a comprender que el toreo es emoción y que ese detalle se encuentra en las plazas de categoría con toros con acometividad y buenos toreros.
La corrida comenzó de forma trepidante. Manzanares se fue a portayola para recibir a un hermosísimo toro de Cuvillo. Fue su tarjeta de presentación, seguida por verónicas muy lentas que arrancaron a la banda de música. El toro, muy encastado y con movilidad, tenía el problema de apretar a los adentros, como hizo con Luis Blázquez en el segundo par de banderillas. Se cayó desequilibrado en la misma Puerta del Príncipe y el animal acometió contra el torero. Casi treinta segundos lo tuvo entre sus pitones, eternos, sin hacer caso al quite angustiado de los toreros. El milagro se produjo de nuevo, porque Blázquez, magullado y dolorido, ganó la vida otra vez. El toro, de una estampa preciosa, pedía un torero. Y lo encontró en José María Manzanares, que luchando contra el viento atemperó con derechazos sublimes toda la energía vital del llamado Trampilla. Con la izquierda surgió el natural ligado y la apostura de este sevillano nacido circunstancialmente en Alicante. Se confió y el toro, con raza, lo volteó, para seguir con circulares ya con el arrebato total en el tendido. La estocada en la suerte de recibir colmó los sentimientos de diez mil personas, que pidieron las dos orejas para el torero y ovacionaron al de Cuvillo.
El segundo toro de Manzanares, de Juan Pedro, se vino abajo de forma extraña en la faena, no se sabe si congestionado, lesionado o descastado. Se había ido otra vez a portagayola para seguir con chicuelinas muy expuestas. En banderillas, Trujillo colocó dos pares inmensos. Curro Javier dio un capotazo para la eternidad y se lo llevó a una mano al burladero. No hubo faena. Fue un descanso, como si tomara aire para lo que estaba por venir en la lidia del quinto, también de Juan Pedro, toro que parecía flojo y noble y acabó embelesado por una muleta prodigiosa de temple, suavidad, gusto y armonía. Qué faena más grande, qué forma de pensar para que el animal no se sintiera agobiado y no se rajara antes de tiempo, qué forma de situarse en la cara del toro, qué torería más grande. El faenón no fue rematado como Manzanares acostumbra. ¿Si lo mata como suele corta el rabo? Ahí queda la duda. Oreja de clamor, alegría por todo lo alto, emociones de un hijo abrazado en el callejón a su padre, Manzanares también, y el recuerdo para Luis Blázquez en el hospital, vivo por fortuna. Una tarde para la historia, pero esta vez en la Real Maestranza, donde los toreros buenos tienen que torear.
Alejandro Talavante se batió el cobre en campo ajeno. La plaza entendió muy bien al extremeño, que no dejó nada para otro día en cuanto a entrega, valor y casta torera. Huelga decir que se llevó el lote malo. El segundo, de Cuvillo, fue un toro violento que se alió con las rachas de viento. Talavante no se acabó de entender con el temple, aunque no fue una tarea fácil. Le cortó la oreja al segundo de su lote por una faena de menos a más, comenzada con prisas y finalizada con temple. El sexto, de Cuvillo, falló. Derrotó alto y se coló con peligro. Talavante dio una lección de valor y pundonor. Lo dio todo. La tarde fue para su compañero. Se fue al hotel con la cara alta. Así se viene a Sevilla. Manzanares fue paseado y mecido por Sevilla, como si fuera un palio. Emocionante.