Álvaro Pastor Torres.- Limpieza de corrales y dehesas; por poco si no se improvisa un concurso de ganaderías. Y ausencia de vergüenza. Ambientazo, una plaza a reventar con la reventa haciendo caja otoñal, tarde deliciosa y un petardo de época. Cabreo del personal; sensación de timo. 9 toros 9 cada uno de su señor padre semental y de señora madre vaca, un muestrario de retales, hechuras y pelos, anovillados los más salvo el serio tercer sobrero de Gavira, que andaría escondido por un recóndito rincón de los corrales, e inválidos, podridos, mansos y descastados todos. Esto no es serio, señores. ¿Tiene veedores la empresa de Sevilla? Pues que Santa Lucía, que precisamente salió ayer en procesión desde San Román, les conserve la vista.
Ver pasear a Curro Vázquez y a Roberto Domínguez por el callejón de una plaza toros causa, cuanto menos, mosqueo, sobre todo al aficionado que medio sabe de qué va esto y siente la fiesta como algo suyo. Porque una tarde así, consentida por todos los que tienen metida la cuchara en el negocio del toro, desde las empresas hasta los ganaderos, los toreros, sus cuadrillas, la autoridad que lo consiente, y la prensa agradecida que pone paños calientes, hace más daño a la tauromaquia que diez mil rubias presuntamente ecologistas en pelota picá, tiznadas de negro y revolcándose por el suelo con una buena ración de salsa de tomate chorreándole por el lomo.
Y es que vísperas de mucho, tarde de nada. Morante, al que se le vio atorado, cansado, abúlico –y que venía vestido de banderillero en plaza de tercera-, debió echar el resto en Barcelona el sábado. Y encima después los capitalistas le dieron la paliza de llevarlo hasta el hotel en hombros. El Juli, tras cortar tropecientas mil orejas en Pozoblanco, hizo lo que pudo con las dos desgracias de toro -por llamarle de alguna manera- que le tocaron. Menos mal que el camero Oliva Soto, todo voluntad y ganas, puso la nota positiva en una tarde negra con su toreo de pellizco y aroma. Pero le faltaron dos cosas: meter la espada a la primera y picardía para dar una vuelta al ruedo en el tercero que se había ganado con creces. Para colmo, el que cerraba plaza, que hizo cosas de estar reparado de la vista, tampoco sirvió.. Por cierto, Oliva venía vestido de dulce, con un terno nazareno y oro recamado de buen bordado. Entró como convidado de piedra a una fiesta reservada para los vips, anduvo en torero toda la tarde y salió más que airoso del trance. Esperemos que esto le sirva para algo –o para mucho- más que para matar en la feria del año que viene la del conde de la Maza u otra por el estilo.
Pero como los toros es de los pocos negocios donde te timan y vuelves, dentro de poco habremos olvidado el cabreo y estaremos ansiosos de volver a ver el cartel anunciador del abono pegado en los sitios y esquinas de costumbre, porque como apuntó un vecino de localidad la mejor metáfora de la tarde llegó con la devolución del quinto, cuando un cabestro se empinó para darle “por do más pecado hay” como decían los clásicos a uno de sus congéneres. Y es que en síndrome de Estocolmo no hay quien nos gane.
Publicado en El Mundo de Andalucía el 27 de septiembre de 2010