La corrida tenía dos argumentos. De un lado, el cariño para Hermoso de Mendoza en su despedida de Sevilla. El caballero navarro tiene una historia gloriosa en la Maestranza. Tampoco debe olvidarse que en los últimos años dejó pasar la Feria de Sevilla para quedarse en México. Y tampoco debe caer en saco roto que, a pesar de su enorme categoría, no querido enfrentarse a Diego Ventura en los últimos años. De hecho, Hermoso es culpable de la ausencia increíble del segundo en algunas plazas en las que el navarro tiene mando en plaza. Tal vez no sea el día de recordarlo, pero creo que la verdad debe ir por delante, lo que no puede enturbiar para nada la enorme influencia del navarro en el toreo a caballo, del que ha sido un verdadero regenerador.
El otro argumento era el encuentro entre los dos artistas sevillanos – Morante aparte-, que dirimían su lugar en el cariño de la afición sevillana. Juan Ortega y Pablo Aguado son dos estetas del toreo y los parió Sevilla.
Hermoso de Mendoza se enfrentó a dos buenos toros de El Capea, sobre todo el primero. Con ambos rayó a buen nivel sin excesivas estridencias, muy sobrio, con algunos alardes espectaculares en las hermosinas, y con una cuadra muy equilibrada, en la que Berlín y Nairobi rayaron enorme nivel. Su más aceptable labor con el primero se frustró con el mal uso del rejón de muerte. Mejoró, a pesar de un pinchazo, con el cuarto, la plaza se sintió magnánima y le premió con una oreja como resumen de su vida torera en la Maestranza. Hubo brindis familiares, una vuelta de clamor con los areneros batiendo palmas y todos quedaron como señores, el caballero y la plaza.
En lidia ordinaria solo hay que contar que hubo toreo de capote del grande. Los toros de la familia Matilla no dieron para más. De los cuatro, tres se desfondaron con estrépito y el quinto, manso con movilidad, tampoco tuvo mucho fuelle. Es decir, que no hubo apenas nada que reseñar con la muleta. Solo algunos derechazos de Ortega al primero de su lote, alguna trincherilla de Aguado, muy poca cosa. Pero hubo toreo de capa.
Ortega paró el tiempo en los lances al segundo. Todo muy despacio, con ritmo y compás, meció el percal con donaire y regusto. Cuando llevó al toro al caballo paró el tiempo y enardeció a la plaza. Fue un toreo por chicuelinas al paso, compás abierto, no un galleo al uso, fue otra cosa, de complicada explicación, pero de una belleza incomparable. Todo lo remató con dos medias para cortar la respiración. No se quedó atrás Aguado en su quite con unas chicuelinas airosas, aladas, gráciles, casi suspendidas en el aire, fue la chicuelina hecha arte mayor.
El mismo Aguado toreó muy bien a la verónica al su primer toro. Y aún se lució en un quite por delantales de gracia sublime. Finalmente, Ortega lanceó con apretura al quinto con verónicas de poder y mando.
En definitiva, que el capote fue el rey en la corrida. No hay casi nada que contar de lo ocurrido en la muleta. Hubo muchas esperanzas en el comienzo de la faena de Ortega al segundo, por alto con un remate de pecho limpio. Aguado dibujó dos derechazos cumbres al tercero antes de que echara el freno. El manso quinto se lo puso difícil a Ortega, lo mismo que el aplomado sexto a Aguado, que insistió para robar pases que no podían tener lucimiento.
En el fondo, una gran decepción, aunque ese toreo de capote quedó marcado en el recuerdo los presentes. Y la señorial despedida del caballero de Estella, que se fue con las palmas de una plaza que le daba su homenaje a toda su trayectoria.
Plaza de toros de Sevilla, 29 de septiembre de 2024. Tercera de San Miguel. No hay billetes. Dos toros para rejones de El Capea, buenos; cuatro de Hermanos García Jiménez, justos de presentación y de escaso juego por falta de casta. Manso con movilidad el quinto.
Pablo Hermoso de Mendoza, saludos y una oreja.
Juan Ortega, de tabaco y oro. Media estocada (saludos). En el quinto, estocada atravesada (saludos).
Pablo Aguado, de gris perla y oro. Media estocada (silencio). En el sexto, pinchazo hondo (silencio).
Saludaron en banderillas Juan Sierra y Sánchez Araujo.