Gastón Ramírez Cuevas.- Hoy no he ido a la plaza. Las corridas de puros caballitos me empalagan y me aburren, manque la banda toque muchos y excelentes pasodobles. Quizá no sé nada del arte de Marialva, y probablemente lo mismo del arte de Cúchares, pero no encuentro gran emoción en ver clavar rejones y banderillas mil desde una silla de montar.

Confieso que me gusta, de vez en cuando, ir a ver a Pablo Hermoso (aun el año pasado no falté a la cita sevillana), pero desde que en la Plaza México cayó en el numerito de hacer que el pobre equino le mordiera las astas a un toro moribundo, el mejor jinete del mundo me ha decepcionado un poco. Así que hoy preferí pasear tranquilamente por la siempre fascinante ciudad de Sevilla y recordar tiempos taurinos idos.

Un sábado de 1856, también 19 de abril, Antonio Carmona y Luque, "El Gordito", clavó el primer par de banderillas al quiebro de la historia. Fue aquí, a dos pasos, en el coso del baratillo, en el del
arenal: en La Maestranza. Debe haber dejado boquiabiertos a los cabales y rabiando a los puristas.

Eran los tiempos de la gran rivalidad entre Antonio Sánchez "El Tato"
y el ya citado Gordito. Toreros feroces, rasposos, arrojados y de un temple a toda prueba. Precursores del viejo Guerrita, del padre de los Gallo y del toreo moderno.

La pugna entre los dos toreros sevillanos se vio truncada por la cogida que El Tato sufrió en Madrid. Le amputaron la pierna y ésta acabó en exhibición en una botica que luego fue presa de un incendio.
Quizá El Gordito fue un torero mediático en su tiempo, rumboso, excéntrico y pinturero, pero con un poder de convocatoria envidiable.

Vaya en este domingo de rejones, un recuerdo para los dos Antonios, grandiosos, decimonónicos y sevillanísimos.