Gastón Ramírez.- Hubo un toro con raza, el tercero, y un toro noble, el sexto. Lo demás de Peñajara (que ahora rimbombantemente se llama "Peñajara de Casta Jijona" ???), fue desrazado y aburrido.

Ayer vimos a tres toreros vestidos con elegancia singular, con ganas de hacer el toreo bueno y a unos toros bien presentados, con el pelaje lustroso. Pero eso no garantiza nada.

Algunos bichos salieron de chiqueros ya escobillados y casi todos acusaron una falta de bravura y de fuerza (que a veces van muy de la mano) impresionantes.

Antonio Barrera quiso estar y no pudo. Le agradecemos la entrega y las dos estocadas a ley a cada uno de su lote.

Juan Bautista tuvo la mala suerte de que su primero diera una vuelta de campana al embestir de largo por segunda vez y ahí se estropeó para siempre.
El francés porfió y luchó, pero contra lo que quedaba del segundo de la tarde, y lo que le tocó en quinto lugar, un mueble grandote, poco había qué hacer.

Bolívar tuvo mejor suerte con sus enemigos. El tercero embestía con bravura y fuerza. No obstante, sobraron pasitos y faltó poder. Se le escapó un toro al que había que aguantar y no reponerle tanto, bajando la mano y dominándolo.
Se dice fácil, pero para eso ellos se visten de luces en la plaza más bonita del mundo y uno no.
El colombiano nos enseñó la otra cara de la moneda en el que cerró plaza. Ahí, ante un animal de casi 600 kilitos, Bolívar pensó como pocos y entendió a la perfección al castaño. Los muletazos por el pitón derecho fueron limpios y con temple. Sonó la música y luego vinieron naturales soberbios.
Abrochó el trasteo con firmazos, trincherazos y uno de pecho muy encomiables. La estocada, prácticamente perfecta, hizo que la gente sacara los pañuelos.
Para mi gusto, cortó la oreja más merecida en lo que va del serial, ya que fue una faena larga, bonita y sesuda.

Pasemos al departamento de quejas, ese sitio tan poco concurrido por el público hispalense.
1- Vimos a un picador -el de Bolívar- echarle mucho arte al cite con el equino, pero a la hora de la hora nos regalo un marronazo de libro. Aun así, los trasnochados de siempre le aplaudieron.
2- La gente respeta a los toreros cada vez menos. Si hay un señor vestido de luces que se juega la vida, me parece inconcebible que por la falta de una faena memorable, los que llenan los tendidos se pongan a charlar de fútbol, de hermandades, de viajes al extranjero, de gastronomías exóticas, o de su incomparable pueblo ancestral con el mayor desparpajo. No sólo eso, le chillan fuerte al espada modesto que prolonga una faena.
3- Los ganaderos que vienen a Sevilla no pueden -¡perdón!: deben- conformarse con la presentación de sus pupilos. Ellos se cargan el espectáculo si sus toros no demuestran ser auténticos toros bravos y no únicamente animales de lidia.

Tengamos fé en los victorinos del día 23 y en dos toreros grandes: Morante y El Cid, que esa bien puede ser la corrida que Sevilla merece.