Álvaro Pastor.- Una buena cuadrilla vale un Potosí; como dice el anuncio de la televisión “no tiene precio”, o sí, que le pregunten a Enrique Ponce como se conjunta un equipo tan sólido y se aguanta tanto tiempo con él. Anteayer, en mi libretita de notas –que yo no gasto moleskine- quedó anotada una frase que por razones de espacio no pude desarrollar en mi comentario: la cuadrilla de Morante, salvo El Lili, necesita un rápido y profundo reciclado. Por el contrario ayer fue el día de los hombres de plata y azabache; bueno, y también el de los picadores que visten de oro, como Chocolate. Mariano de la Viña en la lidia, Juan José Trujillo con el capote, Curro Javier con los palos, Tejero al quite, y Curro Robles que con dos pares de exposición y verdad arrancó la música y la mayor ovación de la tarde cuando ya los vencejos planeaban por la plaza, puntuales a su cita vespertina.

Bregar sin mermar al toro, torear sin dar pases, picar en su sitio, estar en el lugar justo en el momento adecuado para ayudar al compañero apurado, cuadrar en la cara con los rehiletes, andar en torero… todo eso y más se saboreó en la plaza por los aficionados, que al fin y al cabo son los que tienen paladar para ello. El gran y selecto público iba a otra cosa, entre ellas a ver y ser visto en esta gran pasarela sin alfombra roja pero con ladrillos de taco y azulejos numeradores que es la Maestranza los días señalados de figuras y figuroneo. Antes de las seis afluían a la Puerta del Arenal rubias despampanantes (oxigenadas o naturales), ojiverdes o con perlas de azabache, con o sin retoques de silicona, al reclamo de un cartel con brillos de oropel que al final fue vencido por sus propios subalternos: la rebelión de los humildes.
Los toros? La primera –en la frente, y lo que te rondaré morena- del encaste Domecq, o Tamarón, que en esto también hay sus opiniones. Animales mansos, descastados, sosos y sin brío alguno; pero bien presentados.

¿Los toreros? Los años, además de canas y alopecia, suelen dar experiencia, que siempre es un grado. Se puede estar tirando las dos cartitas con abuso del pico y hacer creer que se es un estajanovista de esto. Por el contrario la juventud no mata, pero limita, sobre todo el conocimiento de terrenos y tiempos. Manzanares tardó en hacerse con el mansurrón tercero, y cuando lo consiguió ya se le había rajado; encima no lo mató bien. Luque, que se dio un arrimón en el sexto, se empeño en que la cuadrilla no lo tocara tras la estocada y escuchó dos avisos. Los de plata piden su sitio y hay que saber dárselo.

Publicado en El Mundo el 25 de abril de 2009

Foto: Álvaro Pastor