La corrida del día de la Virgen en Sevilla fue para el nazareno Antonio Nazaré que cortó una benévola oreja. Mala corrida de Martín Lorca y Agustín de  Espartinas escuchó tres avisos mientras Delgado no pudo lucirse.

Plaza de toros de Sevilla. Lunes 15 de agosto. Corrida fuera de abono con motivo de la festividad de la Virgen de los Reyes. Poco más de un cuarto de entrada en tarde-noche calurosa. Saludaron en banderillas Joselito Ballesteros y Tomate de Jerez. Bien los picadores de Nazaré.

Cuatro toros de Martín Lorca, bien presentados (1º manso, 2º incierto y parado, 3º flojo y 6º soso y sin clase) y dos de Escribano Martín que bajaron en trapío (4º descastado y 5º violento)

Agustín de Espartinas, de nazareno y oro con cabos negros: estocada que escupe, media atravesada y 13 descabellos (algunas palmas tras tres avisos); estocada (palmitas)

Antonio Nazaré, de blanco y oro: estocada trasera y tendida (petición y vuelta tras aviso); estocada algo trasera (oreja)

Miguel Ángel Delgado, de blanco y plata: casi entera con ligera travesía (palmas); pinchazo, bajonazo casi entero y descabello (palmas de despedida)

Texto y foto: Álvaro Pastor Torres

TEORÍA DE LAS PALMAS

La procesión de la Virgen de los Reyes el 15 de agosto siempre fue de silencio, por eso los guiris que ayer ocuparon buena parte de los recalentados ladrillos de la plaza de toros hispalense se adueñaron con sus palmas de la voz cantante en un espeso festejo marcado por el mal juego del ganado y las ganas de un Antonio Nazaré que se llevó una oreja harto generosa tras una faena sin brillo alguno, silenciada justamente por la banda de Tejera –y no es que hubiera precisamente música callada del toreo en ella-, y que dio una más que justa vuelta al ruedo en su primero donde sí demostró más empaque lidiador.

Porque ni las peticiones de oreja, ni tampoco las palmas foráneas, respondieron a una lógica taurina. ¿A qué viene tocarle las palmas a un torero que se ha dejado ir vivo un toro por su culpa y sólo por su gran culpa debido a una increíble desidia a la hora de manejar el descabello? ¿O jalear con hilaridad tras un par a un banderillero pasado de romana que tuvo que tomar el olivo precipitadamente de forma poco ortodoxa, vamos dándose un pechugazo? ¿O acompañar con palmas el pasodoble “España cañí”? ¿O pegarle una ovación a un rehiletero por colocar los garapullos casi en la penca del rabo? ¿O aplaudir a rabiar a un torero por mancharse el albo terno?

Nazaré firmó lo más meritorio de la noche ante un encierro que sólo era carne de matadero, con fachada, pero sin raza, toros mansos, violentos algunos, parados casi todos y ayunos de clase. El nazareno se encontró con un primer burel incierto al que le aguantó mucho con la franela a base de asentar las zapatillas, por lo cual consiguió algunos muletazos de mérito con ambas manos. Como se retrasó un poco con el manejo de la espada –por no darle la muerte cuando el toro se la pidió- el premio quedó en una vuelta al ruedo ante una minoritaria petición que doña Anabel con buen criterio no atendió. En cambio sí concedió la oreja del quinto tras un breve saludo con el capote, un lucido tercio de banderillas protagonizado por Joselito Ballesteros y Tomás Loreto, y una faena de circunstancias, valiente pero no más, ante un cuatreño que repartía tarascadas a granel.

Miguel Ángel Delgado, que con la inactividad ha perdido la cara de niño torero que tenía hasta hace poco, pasó casi desapercibido ante las dos calamidades con cuernos que le tocaron en desgracia. Lo mejor en su haber un inicio de faena de faena por la izquierda sin probaturas previas, un cambio de manos y las suaves verónicas al que cerró plaza. Se le notó demasiado la falta de rodaje y le tocaron más de la cuenta los engaños.

El debutante Agustín de Espartinas se dejó ir vivo a su primero ante la tardanza en manejar el estoque de cruceta; entre el primer y el segundo aviso sólo lo utilizó en dos ocasiones. Luego vinieron las prisas y una docena de descabellos más, pero ya fue tarde. Lebrija remató la faena desde la tronera del burladero. Por lo demás recibió a los dos toros a portagayola, un primero manso de manual con el que se estiró alguna vez por el pitón derecho, y un sardo que hizo cuarto que se desinfló pronto y al que le dio infinidad de pases, pero ninguno para el recuerdo.