Novillada nocturna en Sevilla con poco público, pésimos novillos de Ortega Cano con el hierro de Yerbabuena y una terna que se estrelló contra un género imposible para el lucimiento.
Plaza de toros de Sevilla. Novillada con picadores fuera de abono. Un cuarto de plaza. Seis novillos de Yerbabuena, correctos de presencia y de pésimo juego por descastados, mansos y sin clase. Minuto de silencio por Ruperto de los Reyes y José Luis Marca.
Fernando Adrián, caña y oro, pinchazo y estocada baja (silencio tras aviso). En el cuarto, pinchazo y siete descabellos (silencio tras aviso).
Tomás Angulo, azul marino y oro, estocada (vuelta al ruedo). En el quinto, estocada (vuelta al ruedo). Fue asistido de “cuadro de distensión rodilla derecha sin que se aprecien signos de lesión articular y/o ligamentosa. Se practica vendaje y se pone un antiinflamatorio tópico. Aconsejándose estudio RX. Pronóstico leve”.
Luis Miguel Castrillón tabaco y oro, estocada delantera (saludos). En el sexto, dos pinchazos, descabello, dos pinchazos y estocada baja (silencio tras dos avisos).
Carlos Crivell.- Sevilla
La intención era buena. A la vista del éxito de asistencia de público en julio a las novilladas de promoción, se quería atraer gente a la plaza con algunos ingredientes parecidos. Pero no era lo mismo. Los abonados no pagaban en los festejos sin caballos. Y los precios no eran los mismos. No sé si, desde el punto de vista empresarial, es posible bajar más los precios. Es necesario presentar entradas muy económicas. Otra cosa es lo que ocurrió el jueves con la Maestranza abandonada a su suerte, en un festejo sin la luz vespertina de septiembre, todo dominado por la tristeza.
Para tristeza, la del ganadero Ortega Cano. Si le queda tiempo, sería una buena noticia saber que ha mandado al matadero a las vacas y sementales que gestaron la bazofia taurina que envió a la novillada sevillana. Se dice que esa misma novillada fue rechazada en Madrid por falta de trapío. El problema no fue la falta de trapío, suficiente para un festejo con toreros principiantes. Todos del encaste Pedradas, fue un conjunto de falta de casta imposible de describir, tal fue el grado de falta de celo, codicia y fuelle que exhibieron los de Yerbabuena, que más bien se podía decir que eran de Yerbamala.
Además de la falta de casta, no hubo ninguno de los animalitos que embistiera dos veces seguidas con el morro por el suelo. Un espanto. Con ese género, y teniendo en cuenta que se trata de enjuiciar a chavales en formación, no es posible hacer un análisis adecuado de quienes hicieron el paseíllo en Sevilla en una novillada de ritmo lento y cansino, en suma, un prodigioso espectáculo de aburrimiento soberano que no suma ni un solo nuevo aficionado para la causa del toreo.
Fernando Adrián, ya más que curtido en su paso por el escalafón, dejó algunos lances a la verónica y al delantal, se esforzó en el cuarto donde a base de provocar al astado logró algunos muletazos en los que estuvo por encima de la condición del astado. Se atascó con el descabello.
Tomás Angulo protagonizó los dos momentos más intensos de la noche. Mató al segundo de una buena estocada. Aprovechando la nocturnidad, el chaval se dio una vuelta al ruedo que solo festejaron sus múltiples jaleadores. De forma sorprendente se llegó a pedir la oreja y lo más preocupante es que la presidenta dudó si sacaba también su pañuelo. Algo increíble. Antes, porfió a distancia para no sacar nada en limpio. El arrojo que emplea en la suerte suprema no es similar al que manifiesta con la muleta, donde no se ajusta lo más mínimo. Con el quinto, de nuevo tropezó contra un mulo descastado. Se volcó al matar y resultó prendido en unos momentos de terror. El novillo lo zarandeó y lo tiró al albero de forma violenta. Se temía lo peor pero al final sólo resultó contusionado en una rodilla. De nuevo se dio una vuelta que no pidieron ni sus paisanos. También en estos detalles se demuestra la torería, tan ausente en los ruedos.
El debutante colombiano Luis Miguel Castrillón demostró que maneja el capote con soltura y variedad. También con la muleta dejó algunos naturales llenos de compostura. El sexto fue imposible. Toda la lidia fue una persecución sin final. Le costó un mundo matarlo y ya cerca de las once y media faltó muy poco para que encima se volviera vivo a los corrales. Un final adecuado a un espectáculo que hay que revisar, sobre todo por parte de Ortega Cano, que ya debe haber eliminado todo lo que tenga algo que ver con el bodrio que soltó en la Maestranza.
Foto: Álvaro Pastor Torres