La posibilidad de alcanzar la inmunidad de rebaño se ha convertido en el deseo más preciado de la humanidad. Ya hay vacuna. Seguimos asistiendo a una carrera comercial entre empresas farmacéuticas que es más que sospechosa. Al tiempo, los gobernantes, incluidos los de esta España nuestra, avanzan fechas como forma de ofrecer alguna noticia positiva en un panorama triste y sombrío.
La vacuna es el maná del cielo, la lampara de Aladino y el bálsamo de Fierabrás que esperamos con ansiedad. Como es natural, también la fiesta de los toros se ha agarrado a la llegada de la vacuna como el único remedio para salir de la ruina de nos tiene aprisionados. Si hay vacuna efectiva antes de la mitad del año próximo se podrá salvar algo la temporada. La primera mitad de la misma está en el aire. Es la realidad. Todo lo demás son mentiras piadosas.
Además de la vacuna médica, la que sea, el toreo necesita otras vacunas de forma urgente para poder volver a sentir su propio pulso, ahora debilitado y casi imperceptible. Antes de la pandemia ya era necesaria, como mínimo, una transfusión de sangre para darle vida a una estructura lánguida y mortecina.
Sería una buena vacuna que quienes tienen el poder en su mano ya estuvieran trabajando para que el futuro fuera más coherente y lógico, lo que implica organizar un nuevo entramado para abaratar los costes de los festejos, buscar la posibilidad de que se lidien toros de todos los encastes, tratar de que los nuevos toreros con pocas ocasiones de mostrar sus cualidades lleguen a los carteles de la mejores plazas, en fin, que haya una nueva manera de afrontar el futuro.
Tampoco sería mala vacuna que los pueblos acogieran novilladas para forjar el futuro de los que empiezan y como forma de fortalecer la presencia del toro en el medio rural. Esa vacuna llevaría implícito que no deben volver a prodigarse esos carteles de tres espadas con el sello de figuras en una plaza de pueblo en la entran menos de cuatro mil espectadores. Una buena vacuna sería que los pliegos de los concursos para las plazas de propiedad pública se adaptaran a la realidad económica y social del toreo, como ha ocurrido en Málaga.
Tampoco sería mala vacuna que los medos de comunicación le dedicaran al toreo el tiempo que se ha ganado. Entre todos, hay que reclamar la televisión en abierto de los festejos para que la semilla de la afición vuelva a prender entre muchos que, por desgracia, ni la conocen. Me atrevo a solicitar que como complemento a esta vacuna, quienes tienen el privilegio de contar las cosas otros ámbitos lo hagan con conocimiento de causa y objetividad. Y esto vale para todas las televisiones.
La mejor vacuna es la vuelta de la emoción a los ruedos. La fiesta está enferma de monotonía y aburrimiento, producto de un toro muy previsible y de toreros con gestos adocenados, que aunque sean muy celebrados solo conducen al hastío. La fiesta del futuro solo se salvará por la emoción en los ruedos. La emoción la proporciona un toro íntegro y encastado, que exija a los lidiadores una capacidad especial para el dominio o porque poseen un arte sublime. Si el toreo queda solo en un episodio dominado por la lírica, el final está a la vuelta de la esquina.
Que llegue la vacuna farmacéutica pronto, por supuesto, pero hay vacunas que los encargados de esta maravillosa fiesta pueden ya aplicar y que, sin embargo, no lo hacen en un clamoroso desdén contra la misma.