Luis Carlos Peris.- Dicen los que lo vivieron que nada hubiese sido como fue de haber ocurrido en una plaza con otra enfermería muy distinta de la que hace treintaitrés años tenía la plaza de Pozoblanco. Y después de aquella frase que sonó a testamento fatalista de «doctor, la cornada tiene dos trayectorias, tranquilo, corte lo que tenga que cortar» llegó la huida hacia Córdoba por una carretera demoníaca, de curvas infernales mientras Francisco Rivera se moría a chorros ante la estupefacción de sus acompañantes con Ramón Alvarado gritando su consternación. Ayer fue aniversario de la cogida mortal de un torero que parecía invulnerable, pero el toro mata y a él le llegó su hora. Treintaitrés años de la muerte de un torero, amigo entrañable y admirado, que fue a caer como José en Talavera y Manolete en Linares, en una plaza de pueblo con una enfermería de la España más negra.

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