Gastón Ramírez Cuevas. Ante menos de tres cuartos de entrada, algo realmente preocupante en un sábado de farolillos, se celebró la penúltima corrida de la feria sevillana. Padilla inició el festejo yéndose a esperar al toro a porta gayola. Salió el enorme bicho y el Ciclón de Jerez le pegó tres largas afaroladas de rodillas muy arriesgadas, una en los medios y dos en tablas. Ya de pie, en un parón con la capa el aparatoso morlaco le echó mano a Padilla y le pegó una paliza espantosa; no lo caló de puro milagro. Con sus habituales pantalones vaqueros encima de la taleguilla, el admirable y veterano espada volvió sin arredrarse a la línea de fuego. De manera por demás inverosímil hasta cubrió el segundo tercio con eficacia, clavando hasta cuatro pares, sobresaliendo el cuarto que fue un violín en todo lo alto.
Con la muleta Juan José aguantó coladas y derrotes –el toro ya había aprendido bastante- con una pasmosa sangre fría. Hubo ahí una buena tanda por el derecho y hasta una serie de forzados con ambas manos sin enmendar. Entró a matar Padilla, pero el toro no ayudó y le pegó un tope en el abdomen. Después de muchos golpes de corta todo quedó en una fuerte ovación.
En su segundo, un toro grande y débil, Padilla volvió a poner los palos y luego instrumentó un larguísimo trasteo. Comenzó la faena de rodillas y siguió incansable pegando pases por ambos pitones, entre los que me pareció ver un par de buenos naturales. Nadie echaba de menos ni la calidad, ni un toro en condiciones ni la emoción, el público todo quiere mucho al castigadísmo y honrado diestro jerezano. Hubo hasta un señor de algún pueblo circunvecino que entonó algún tipo de cante absurdo en los tendidos de sol para homenajear Padilla.
Ahora la estocada fue de libro, tal y como el maestro del espada en turno (el gran Rafael Ortega) preconizaba. La oreja cayó con rapidez merced a la nutrida y casi unánime petición. Podemos considerarla un justo premio al pundonor de un coleta que da todo lo que tiene cada tarde con un valor tremendo y una sencillez pocas veces vistas en una plaza de toros.
También es de admirarse su compañerismo. Basta con relatar cómo, al irse Abellán a porta gayola en el segundo de la tarde, Padilla en vez de pasar (como era totalmente lógico) a la enfermería, se dirigió sin dudarlo a la derecha de la puerta de toriles presto a auxiliar al segundo espada por si éste las pasaba canutas en el alarde. Ahí queda ese ejemplo de pundonor y torería.
Lo demás, lamentablemente, fue lo de menos. Miguel Abellán cumplió con creces, toreando con verdad y buen gusto al aplomado y muy débil segundo. Lo más destacable del segundo enemigo de Abellán fue la labor del varilarguero Domingo García “El Jabato”, quien picó con verdad y en lo alto, no a medio lomo, como se acostumbra en esta época postmoderna. Luego el toro blandeó y most´ro su nula clase y su inexistente casta brava.
Sobre la labor del tercer espada, El Fandi, sólo diré que puso algunos buenos pares de banderillas, aunque en general abusó de las carreritas en reversa y clavó a toro pasado. El resto de su labor fue una película mil veces vista: fatal con la muleta, pues parece que en vez de aprender con el tiempo, el de Granada ha hecho lo posible por echar de su cabeza cualquier conocimiento acerca de terrenos, distancias y colocación. Y fatal también con la espada. Sus dos toros fueron un dechado de virtudes y Fandi los dejó ir. Esos pobres bichos fueron seguramente -como no me cansó de señalar cada vez que torea Fandila- políticos o banqueros en su vida anterior y en el ignoto proceso de la reencarnación las han pagado todas juntas.