Dávila_vueltaÁlvaro Pastor Torres.- «Al hijo del Espartero lo quieren meter a fraile y la cuadrilla dice torero como su padre». Dávila Miura, el nieto de don Eduardo, salió afortunadamente bien del compromiso en que él mismo se enroló. Una oreja -que acabó en manos de su hija primogénita- por una buena estocada y el cariño de toda la plaza que entendió el significado de esta tarde tan especial. Ojalá no sucumba a cantos de sirena, y aunque no a fraile, que ya lo tiene difícil, no se meta en otros berenjenales.

«Los toritos de Miura ya no le tienen miedo a nada, que se ha muerto El Espartero, el mejor que los mataba». Cuentan que cuando Juan Belmonte le cogió el pitón a un toro de esta legendaria divisa, el mayoral telegrafió al dueño de la vacada para contárselo, y éste, tras hartarse de llorar por la afrenta, mandó al matadero la vaca que había parido ese toro que se había dejó manosear. Ignoro si Eduardo y Antonio Miura tomarán alguna medida contra la progenitora del segundo de la tarde, de nombre Trapero, al que Escribano paró según el «estilo Fandi» tras clavarle los garapullos y correrle unos cuantos de metros delante de la cara.

«De rubio albero, ruedo del Baratillo, donde sueña un chiquillo con ser torero».Manuel Escribano se llevó el lote de la tarde. Marchando un engarce de oro para la mano que cogió la bolita de papel de fumar en el sorteo. El de Gerena no estuvo a la altura del primero -que se fue al desolladero entre una atronadora ovación-, y salió a por todas en el quinto hasta conseguir su segunda oreja en el serial.

«Siempre me dices lo mismo y tó los años haces igual». Fandiño no está ni para el sol ni para el agua, que cayó tímidamente por unos instantes a pesar de que en ese momento el sol se enseñoreaba de toda la plaza. Inhibido en el primer tercio del tercero, siempre pisando los terrenos que marcaban los toros, sin confianza ninguna y, lo que es peor, sin el más mínimo interés.

«El embarque del ganao levanta una polvarea». Cosa harto difícil por la dureza del albero sevillano, que dicen viene de Carmona.

«No me mandes papeles que no sé leer». En los muchos años que llevo viendo toros he visto tirarle a los matadores en las vueltas al ruedo casi de todo. Desde los habituales sombreros y abanicos hasta mantones y puros, además de yemas de Écija, estampitas de vírgenes, banderas de su país de origen, bragas, sujetadores, gallos de pelea y hasta alguna que otra muleta ortopédica. Pero jamás un libro. Ayer le cayó uno a Escribano desde el tendido 10. Y lo devolvió.

«Todo termina en la vida…» Y por este año esto se acabó. La feria echa el cierre con un atardecer de ensueño entre nubes algodonosas, y con sus luces y sus sombras. Más público en los tendidos que el año pasado y quizá más toros desaprovechados de la cuenta. La Fiesta necesita un cambio radical, hay que jubilar a muchos «funcionarios del toreo» que amparados por las casas grandes y por el sistema establecido vienen casi siempre a tirar las tres cartitas y a otra cosa mariposa, porque la temporada la tienen hecha. Hay que buscar en el campo lo que esté en racha, y traer hierros contrastados fuera del monoencaste Tamarón-Juan Pedro o en los límites más extremos y menos comerciales de éste: La Quinta, Pedraza de Yeltes, Dolores Aguirre, conde de la Maza o Valdellán.

(Envío: a Rosa y a mis amigos de la caseta El Homenaje que este año han debutado, con éxito de crítica y público, en la Feria de Abril)

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