Carlos Crivell.- Me resisto a escribir sobre Crisol. Intento seguir escribiendo de toros, nunca de operetas circenses. Entiendo el juicio benévolo de los que lo presenciaron por televisión, posiblemente porque Crisol es un espectáculo visual, pero nunca debe ser considerada una corrida de toros, menos con añadidos como el de un indulto injustificado. Hasta aquí Crisol.

Quiero llamar la atención sobre algo que vengo observando cada vez con mayor frecuencia. Se trata de la concesión de trofeos cuando el matador de turno mata con prontitud al toro. El público transitorio, que va un día a los toros y no vuelve hasta el año próximo, pide orejas con entusiasmo cuando el animal muere a la primera, sin que le importe si ha habido faena meritoria, obviando la ejecución de la suerte y pasando por alto la colocación del estoque. Solo interesa que el animal muera con prontitud.

Es decir, se está instalando en nuestras plazas una actitud que consiste en admitir que la suerte suprema es muy dura para la vista de los presentes y que es necesario abreviar el tiempo de esta suerte fundamental de la tauromaquia. Se apodera de la masa la idea de que en estos tiempos no debe prolongarse la tarea de matar al toro, de forma que se celebra con alegría que el trámite sea mínimo. Se está pasando a considerar que la suerte de matar es algo malo en sí mismo y se premia al torero que resuelve el asunto con celeridad. Y algunos toreros, que se han percatado del asunto, no se preocupan de matar bien, sino de hacerlo pronto.

Las teorías animalistas siguen avanzando en las conciencias de la población. Basta comprobar que en plazas muy serias se pita por sistema la suerte de varas antes incluso de que el toro haya llegado al caballo. Se aplauden todas las situaciones que minimicen la crudeza de la corrida de toros. Parece que estos públicos ocasionales se sienten autocomplacidos porque suponen que el animal ha muerto con menos sufrimiento.

Solo así se explica que se hayan cortado orejas este año en plazas de primera por faena inexistentes rematadas con un bajonazo con derrame y muerte espectacular del astado. De ahí a la corrida sin muerte queda un pequeño paso. La suerte suprema debe mantener la importancia que siempre ha tenido en el toreo. Se deben premiar con trofeos las grandes estocadas, pero cuidado con la tendencia que nos invade. No vale cualquier forma de muerte de un toro.

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