Gastón Ramírez Cuevas.- Dicen los que saben de pintura surrealista que el famoso cuadro de René Magritte titulado “Ceci n’est pas une pipe” (”Esto no es una pipa”) trata, en primera instancia de la oposición entre una imagen y su leyenda. Si esto es verdad, entonces el genial artista belga hubiera estado extremadamente feliz hoy en el coso del Baratillo, pues la corrida fue todo lo opuesto a lo que nos han contado que debe ser un festejo taurino.
Vamos, como siempre, por partes. La plaza estaba prácticamente llena para ver tomar la alternativa a un muchacho del Arenal, del barrio en el que está situada La Maestranza, digamos. Pero Lama de Góngora no está para alternativas de ningún tipo, todavía está muy verde.
Las leyendas taurinas dicen que los toricantanos deben arrimarse como los machos en el toro del doctorado, pero Paco Lama hizo lo opuesto toreando con las malas artes de su padrino Ponce.
Más en el tenor del cuadro de la pipa estuvo Lama de Góngora en el sexto, un toro que traía dentro veinte buenas embestidas que el flamante espada no aprovechó. Si aquel objeto del cuadro de Magritte no es una pipa, Lama no es matador de toros porque no sabe despacharlos correctamente. En fin, el chico sevillano gozó de la benevolencia de un público entregado y cariñoso. Una salida al tercio, una ovación en los medios y otra ovación al abandonar la plaza pueden ser muy engañosas.
¿Cómo anduvo el maestro Ponce? ¡Muy surrealista, muy en su papel de no ser –como la pipa- aquello que aparenta! Si el veterano diestro de Chiva tiene toda la facha de un torero, uno supone que no debe aliviarse de continuo y que es su obligación torear con verdad y sin trucos. Pero no, eso sería mucho pedir, eso es cosa del pasado remoto.
Fue patético ver cómo su primer enemigo –un toro hecho y derecho- era picado con saña hasta dejarlo para el arrastre. ¡Olé el pundonor de las figuras güenas! También Fue triste ver como el festivo público de dulce se desentendía de las gollerías y espejismos del valenciano cuando aburría soberanamente al cuarto de la tarde.
Lo único que no le hubiera gustado a René François Ghislain Magritte hubieran sido algunos momentos de la actuación de Manzanares, especialmente los dos soberbios sopapos con los que despachó espectacularmente a sus enemigos, pues ahí la imagen y la leyenda no estuvieron peleadas. El artista de las pipas, los bombines y las mujeres transparentes tampoco hubiera apreciado los dos enormes pares de banderillas de Curro Javier en el quinto, en donde hasta sonó la música. Ese segundo tercio del quinto de la tarde valió el boleto.
No obstante, de Manzanares (uno de los toreros más consentidos de Sevilla) hay que apuntar que si pegó tres muletazos de los suyos en toda la tarde, fueron muchos. Si el público pidió con tremenda fuerza las orejas de sus dos toros debido a su eficacia con la toledana, no hay nada que objetar. Pero lo dudo, a gran parte del respetable de ayer podría uno –en plena paráfrasis– aplicarle el título del multicitado cuadro de Magritte: “Ceci n’est pas le public de La Maestranza”. La traducción sale sobrando.