Gastón Ramírez Cuevas.- La tarde prometía mucho en el papel. Ahí estaban reunidos toreros interesantes: Ferrera por haber triunfado aquí mismo el año pasado con los victorinos, Fandiño por el morbo que ha despertado el asunto de su fallida encerrona en Madrid hace menos de un mes, y Pepe Moral porque pegó fuerte la temporada pasada, porque tiene sello y es muy buen torero. También se barruntaba que los toros de Torrestrella iban a embestir con fuerza y bravura como lo han hecho en varios sábados de feria, cuando vendían caro el pellejo ante coletas de tercera línea que nunca pudieron con ellos.
Mas la materia prima, el toro bravo y alegre, volvió a brillar por su ausencia. Y así, ante casi media entrada, los diestros hicieron todo lo que pudieron pero se toparon con astados que parecían estar cansados de la existencia y no transmitían emoción alguna.
De Ferrera podemos destacar uno o dos buenos pares de banderillas, algún recorte antes o después de clavar, y sus ganas de agradar.
De Fandiño poco hay nada relevante que escribir, pues sorteó el peor lote. Está visto que últimamente el de Orduña tiene al santo de espaldas.
Pepe Moral fue el mejor librado. Al tercero de la tarde ni le partieron el pelo en varas y quizá por eso permitió que le pegaran cuatro tandas. El torero de Los Palacios comenzó su trasteo en los medios, con un cambio por la espalda manteniendo las zapatillas dentro de la montera. A continuación Pepe Moral nos regaló muletazos con sello, elegantes y templados. El cornúpeta permitió hasta uno de la firma y una trincherilla, algo que no se repetiría en el resto de la tarde. No tumbó al de Torrestrella a la primera, perdiendo quizá una orejita. Con la merecida vuelta al ruedo se terminó el único capítulo digno de la corrida.
A manera de colofón haré una pequeña reflexión acerca de un asunto cada vez más preocupante. El aficionado salió muy cabizbajo de la plaza, pues es innegable que los toros que salen al ruedo padecen serios trastornos psicológicos.
Quizá los animalistas tienen razón y el toro de lidia siente y resiente las mismas cosas que los representantes de la especie humana. De ese modo la vida del siglo XXI, con su estrés y sus peligros, parece haber producido astados neurasténicos, maniaco-depresivos y ciclotímicos. Basta con verles el apagado semblante, los ojillos inexpresivos y la mirada mortecina. Los bichos esos no tienen ni siquiera la voluntad de embestir, se conforman con arrastrar manos y remos en un soporífero paseo. Se trata de rumiantes pacíficos y deprimidos que sólo buscan que alguien les tenga compasión y les mate, librándoles así de ese tedio de vida, de ese colapso intelectual.
Para encontrar la solución a este enojoso enigma será necesario consultar a las más altas eminencias en el campo de la psiquiatría taurina, una profesión prometedora y muy moderna.
Aunque quizá la respuesta ya la conocemos todos los que tarde a tarde nos aburrimos como ostras en el tendido: los toros salen mansos, débiles y bobos porque así lo exige la ley de la oferta y la demanda, porque así lo quieren los coletas que mandan. Pero en esa cruzada contra la bravura se les ha pasado ya la mano.