012Álvaro Pastor Torres.– Las armas dicen que las carga el diablo. Y las pesadas sobremesas tras un opíparo almuerzo, también. Si no baste recordar el celebérrimo chiste -o mejor caso verídico- de Paco Gandía, con ese muchacho harto de garbanzos en la solanera del tendido 12 (menos mal que en esta grada el astro rey no aparece hasta que los cohetes anuncian la cercanía de la Pascua de Pentecostés). Ya sabemos que como en casa de uno no se come en ninguna parte. Ayer tocaron hamburguesas de eralito bravo, de las que venden Silvia y Emilio en su puesto de la plazabastos de Triana, ahora rebautizada como mercado. Según me cuentan los carniceros tan exquisita y roja mezcla picada proviene de animales menores de tres años criados a hierba en las dehesas, y lidiados por jóvenes aspirantes que aún conservan intactas las ilusiones, sueñan con la fama y todavía no se han maleado con las triquiñuelas del oficio. O sea, dudo mucho que la carne de los despieces de los juampedritos y asimilados de ayer den un producto con tanto sabor como el que caté con fruición, entre otras cosas porque los cerrados de la finca «Lo Álvaro» son una sucesión de lomas más peladas que la calva de mi amigo Manuel Jesús Roldán con el fin de que el ganado solo se alimente de pienso para coger pronto peso. Sí, eso mismo, un cebadero.

A veces, cuando vienen invitados a casa, les anuncio de primero «carne ecológica». Todo va bien, sobre todo si son poco amigos de la tauromaquia, hasta que se descubre el pastel y ya empiezan las pegas; ellos se lo pierden. Desde luego la escalera de retales jugada ayer, con varios toretes anovillados y un sobrero de El Pilar que parecía el padre de los titulares, no presagia una buena digestión. Digestión la que se le tuvo que cortar a la señora presidenta y a sus allegados en el palco tras el conato de escándalo público con que se inició la función, y eso que la plaza, como se demostró más tarde, estaba llena de aplaudidores, espécimen preferentemente enchaquetado que solo aparece por la plaza en feria y con una, dos o tres copas de más.

Ponce fue un niño prodigio que con 14 años ya se sabía todo el Catón taurino con sus correspondientes anexos de tranfullerías varías. Así que entrado en la cuarentena no vamos a pedirle que se ajuste y se manche el traje.

 Castella siempre tiene en Sevilla un «conque» con alguien. Mayoritariamente es consigo mismo; otras veces con el respetable y ayer con la música, que ya sabemos que casi siempre toca a destiempo y sobre todo cuando a su señor director le sale de los trombones. Con todo, topetear no es torear, digo yo. Saludó desde el tercio tras cuatro sablazos de poca monta: ¡pobre plaza, pobre afición!

El toricantano Garrido tiene planta y tipo de toreo; además sabe andar por la arena, eso para los tiempos que corren ya es de nota. También le funciona la cabeza, no anda escaso de valor y tiene gusto. Lástima que se viera desbordado en ocasiones por el fiero sexto -hasta en las mejores casas salen estas cosas- y no pudiera dar la dimensión de torero que atesora. Con todo, si le dejan, puede funcionar. Si le dejan.

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