021Gastón Ramírez Cuevas.– La tercera alternativa de la temporada sevillana le fue concedida a José Garrido, uno de los novilleros punteros del año pasado. A este muchacho la empresa le hizo un flaco favor con el cartelito: Ponce de padrino, Castella de testigo y toros de Juan Pedro. De ese modo, el muchacho de Badajoz pagó demasiado caro el convertirse en matador de toros, pues el ganado fue una cosa realmente atroz.

El que abrió plaza fue devuelto merced a la enorme bronca que se desató en todo el coso cuando hasta los más cretinos del público de aluvión se percataron de que aquel remedo de toro era un pobre lisiado que, por no caerse, fingía estar disecado. La presidenta Anabel Moreno mantuvo al de Parladé en el ruedo hasta el segundo tercio, cuando al rumiante le habían puesto ya un par de banderillas. Ante la amenaza de un motín en los tendidos, la juez de plaza finalmente dio su brazo a torcer y ordenó que regresaran al bichillo a los chiqueros.

No cambió mucho la cosa con el primer sobrero, pero ése le permitió a Garrido torear muy bien a la verónica y rematar con una media rodilla en tierra. Luego el toricantano quitó por elegantes chicuelinas y pegó buenos muletazos con la mano derecha.

El que cerró plaza era un bicho feo y chico que parecía igual de débil y bobo que los demás. Pero no, en el tercio de muerte el taimado cornúpeto de Juan Pedro sacó genio y puso en serios aprietos a José Garrido, quien no se amilanó jamás y demostró que tiene valor y hambre para dar y prestar.

El de negro tiraba tornillazos con alegría, se revolvía en un palmo de terreno y además se acostaba por ambos pitones. El flamante matador le echó raza y riñones al asunto y protagonizó una vibrante faena a toma y daca. La batalla fue encarnizada, con Garrido plantándole cara al morlaco y aguantando los gañafones. Hubo un pase natural que valió las tres horas y diez minutos que duró el festejo.

Todos los muletazos fueron bruscos y poco templados debido a los arreones que pegaba el morito, pero en cambio tuvieron gran mérito y garra. Las manoletinas finales fueron otra prueba fehaciente de que ahí hay un torero de verdad. Buena parte del público (incluyendo al que esto escribe) pidió la oreja, pero todo quedó en una triunfal vuelta al ruedo.

Habiendo escrito lo anterior me gustaría dar por terminada la crónica pues realmente no pasó nada más, nada digno de contarse. Sin embargo es indispensable decir que hay tardes en las cuales La Maestranza –debido a la deserción de muchos abonados- se llena de papanatas triunfalistas. Esa pobre gente le aplaude a tipos como Ponce y Castella, señores que alguna vez fueron toreros con una pizca de honradez pero ahora no son más que unos salteadores de caminos vestidos de luces.

Se podría escribir un libro muy gordo describiendo las trampas que atesoran el valenciano y el de Béziers en sus tauromaquias bufonicistas. Me limitaré a decir que esos dos charlatanes parecían tener una apuesta pendiente, relativa a quién puede torear más lejos y más feo. Ambos angelitos se cansaron de lanzar telonazos con sus enormes manteles ante la inexplicable paciencia de los cabales y la sorprendente aprobación de la mayoría.

Tampoco puedo poner punto final sin recalcar que los toritos que piden las “figuras” son vomitivos y un día acabarán con la Fiesta. Lo de Juan Pedro Domecq es –desde hace muchos años- la quintaesencia de la mansedumbre y la sosería, pero la empresa sigue comprando lo que le exigen las supuestas estrellas del redondel.

Total, que lo único bueno de la tarde se lo vimos a Garrido. La otra cosa positiva es que fue la última comparecencia del de Chiva y del francés en este serial.

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