Gastón Ramírez Cuevas.– Esta corrida pintaba bien el papel y gracias a Dios el único que defraudó a los aficionados fue El Cid. La otra cosa que lamentar es que La Maestranza tampoco se llenó para ver a los toros de la “A” coronada: faltó como un tercio de plaza para el lleno.
Salió el primero y pronto nos dimos cuenta de que ahí no había más que debilidad y sosería. Quizás 595 kilos son casi cien kilos de más para este encaste, pero ya hace muchos años que ciertos toros de Victorino arañan los seiscientos kilos y hasta los rebasan con creces.
Antonio Ferrera porfió y porfió pero su labor no tuvo recompensa. ¿Acaso -como en tantos días anteriores- este primer capítulo presagiaba el bochornoso naufragio del undécimo festejo del abono sevillano?
Afortunadamente la cosa cambió con el segundo toro, el cual se dejaba torear bastante. De no haber caído en manos de El Cid la cosa se hubiera puesto buena, mas el diestro de Salteras ya no está para prácticamente ningún trote.
El tercero de la tarde fue un bicho interesante. Manolo Escribano, lo lanceó bien a la verónica y luego invitó a Ferrera a poner banderillas. Escribano clavó un enorme tercer par, un violín al quiebro en tablas.
Ya en la faena de muleta el toro exigía que le pisaran los terrenos con mucha decisión, firmeza y aguante. Al torero de Gerena eso no le cuesta especial trabajo y de esa forma toreó al natural extraordinariamente bien, rematando las tandas con verdaderos forzados de pecho. Como Manuel tampoco pasa apuros para matar con verdad y eficacia, le fue concedida una oreja más que merecida.
Salió el cuarto victorino y ahí fue donde pudimos comprobar que eso de un toro bravo y noble no es necesariamente una entelequia. “Mecanizado” fue bravo en varas (algo inusitado en nuestros días) y luego embistió con clase y nobleza fabulosas. Ferrera recordó su triunfo del año pasado ante el mismo tipo de ejemplar de esa misma ganadería y en este mismo escenario; se llevó al toro a los medios y le instrumentó muy buenas tandas por ambos lados. El comportamiento de “Mecanizado”, así como su estampa, hicieron que los aficionados mexicanos (que ayer pululaban en el coso del Baratillo) se sintieran como en casa, pues es bien sabido que (cuando sale bueno) al saltillo mexicano no le falta bravura y es más noble que sus lejanos parientes españoles.
Ferrera emocionó al respetable con trincheras, pases de la firma, largos naturales y mucho más. Lástima que no pudo matar al primer viaje y todo quedó para toro y torero en sendas vueltas triunfales.
El resto del festejo nos deparaba otra debacle de Manuel Jesús Cid. El quinto de la tarde “Estanquero”, no era igual que el famoso “Mecanizado”, pero también regalaba buenas embestidas, humillaba que era un contento y tenía alegría y nobleza. El otrora heroico y pundonoroso diestro andaluz estuvo mal sin paliativos. En muchas otras plazas hubiera finalizado su faena en medio de una lluvia de objetos arrojadizos.
Luego vino el sexto, un saltillo total en apariencia, pero manso, incierto y débil. Escribano hizo lo conducente y lo mató perfectamente después de comprobar que el milagro de “Mecanizado” y “Estanquero” había sido eso: un milagro.
¿Es mucho pedir que de seis toros dos salgan buenos? ¿Es demasiado exigir que dos de los tres coletas anunciados tengan vergüenza torera? Muchos aficionados supervivientes piensan que no, aunque la realidad taurina actual (en la gran mayoría de los casos) se empeñe en demostrarnos lo contrario.