Álvaro R.del Moral.- La semana pasada apuntábamos el rumor. Hoy lo damos por hecho a falta del preceptivo anuncio oficial de la empresa Pagés: Alberto López Simón alternará mano a mano con Manuel Escribano en Sevilla para estoquear el encierro previsto de la familia Fraile. Será en la apertura de la miniferia de San Miguel que ocupa -como es tradicional- el último fin de semana de este mes de septiembre que empieza a galopar sin descanso hacia el otoño presentido en los fresquitos mañaneros y en las nubes viajeras del atardecer. No sabemos si Ramón Valencia aprovechará el mismo envite para anunciar -o sentenciar definitivamente- algún festejo para la fecha declinante del 12 de octubre.
Otros toreros, otros triunfos…
Sí sabemos que ese día, en los madriles, será muy importante para Javier Jiménez, un torero sólido, de excelentes cualidades y evolución constante que aún no ha marcado su techo. Se ha ganado la repetición en Las Ventas aunque habría merecido ser colocado en la extraña feria de Otoño. Son los barruntos del fin de una temporada que también recoge velas mientras apura sus días más intensos, especialmente en el circuito rural que ha visto resucitar puntualmente al Cid cuando más se le daba por perdido. Pero nos interesan mucho más los jóvenes cachorros -verbigracia, José Garrido- que se están batiendo el cobre en la periferia aguardando el asalto definitivo a ese primer circuito en el que -ésa es la pura verdad- no quieren verlos ni en pintura los que más obligados estarían a mostrar generosidad en estos tiempos de tribulaciones.
La necesaria réplica a los abolicionistas. Pero más allá de las plazas de toros, de las estrategias, de los triunfos o los fracasos de los toreros, los titulares más jugosos los ha prestado , una vez más ese Morante de la Puebla que camina entre el genio y la excentricidad. Sucedió en Ronda; al día siguiente de vestirse de húsar de Pavía para torear en esa Goyesca que sirvió a Cayetano para firmar la menor faena de su vida. Con pasmosa tranquilidad, sin dejar su bolsa de chuches, le dijo a la señora del megáfono -que alentaba a un exiguo grupito de antitaurinos que contrastaba con la multitud que esperó a los toreros el día anterior- lo que deben empezar a decir alto y claro todos los que peinan coleta: “soy torero, no un asesino”. El lance quedará en anécdota pero la necesaria vertebración de este mundillo para organizar una defensa adecuada sigue en punto muerto. El desánimo cunde entre aficionados que siempre habían sido inasequibles al desaliento. La impasibilidad de los que de verdad se la juegan en esto sigue siendo pasmosa, absolutamente exasperante…
(*) Artículo publicado en El Correo de Andalucía