Diez verónicas de Morante y seis mulos de Juan Pedro Domecq. Así se resume la corrida del final de Algeciras, donde la ganadería propició una tarde sin contenido salvo esas verónicas del torero de La Puebla.

Plaza de Algeciras, 27 de junio. 5ª de feria. Dos tercios Seis toros de Juan Pedro Domecq, terciados, descastados y de juego desigual para los toreros. Con más movilidad, el cuarto. El resto, malos falta de fuerzas y raza.

Morante de la Puebla, de blanco y azabache, estocada caída (saludos). En el cuarto, metisaca, corta atravesada baja, cuatro pinchazos y tres descabellos (saludos tras dos avisos).
José María Manzanares, de tabaco y oro, pinchazo y estocada baja (saludos). En el quinto, estocada corta (saludos).
Cayetano, de marfil y oro, estocada (palmas). En el sexto, pinchazo y estocada (silencio).

Carlos Crivell.- Algeciras

Había ganas de ver toros antes de la corrida. El cartel prometía. Sólo flotaba en el ambiente la duda del ganado. La de Juan Pedro no sorprendió, fue mala con ganas. La empresa de Algeciras, nueva en esta plaza, debe cuidar la presentación del ganado. Lo que soltó ayer Juan Pedro no es válido para una plaza de segunda. No tenían pitones, perdidos quién sabe dónde; no tenían remate; carecían de fuerzas; no tenían nada de lo que debe adornar a un toro de lidia.

Y en cuanto al comportamiento, lo de siempre. Escudados en la bondad del toro, pasa por bueno cualquier especie que embista, aunque sea sin celo ni codicia. Esa bondad pastueña debe ser lo que tanto persiguen los toreros, de forma que admiten corridas de mínimo juego a cambio de la tranquilidad que supone este tipo de reses descastadas.

El gozo en un pozo. La corrida tiene pocos argumentos taurinos positivos. Las diez verónicas de Morante al primero fueron la cumbre de la tarde en materia artística. Sucedió tan pronto que el público estaba frío y reaccionó cuando el de La Puebla remató en el platillo con media para en el platillo.

No hubo nada más en la tarde del artista. La faena al primero fueron dos tandas, una por cada lado, elegantes, poco comprometidas, pero suficientes para que el personal supiera cómo era el toro. Sacó la espada y a otra cosa.

El cuarto sacó más bríos. Fue un toro desordenado con el que Morante estuvo porfión en una labor larga. Entre las espesura de su labor, en ocasiones surgió la luz hermosa de algún muletazo sublime, pero no fueron muchos. Lo malo fue que con la espada se atascó de forma penosa. Pinchazos, sartenazos, más pinchazos y varios descabellos le pusieron una fea rúbrica a su labor. El público, cortés y generoso, lo sacó a saludar después de dos avisos.

Tampoco brilló la clase de Manzanares. Sorteó dos reses de corte parecido, de poco recorrido, siempre a menos y con finales agotados. Manzanares anduvo correcto, elegante, algo distante, dejando algún pase bonito por aquí o por allí, pero siempre en plan unipases sin posible ligazón ni profundidad. La estocada del quinto fue buena, lo mejor de su tarde algecireña que pasará a la historia del torero alicantino.

Y Cayetano… La conjunción de reses sosas y descastadas con un torero citando fuera de cacho, y pasándose el toro a una más que considerable distancia, conforman una escena carente de cualquier sentido taurino. Cayetano se enfrentó a un inválido en primer lugar. Mejor lo hubiera devuelto el señor del palco. Cayetano dio pases por ambos pitones a un ¿toro? que pasaba a una considerable distancia de la anatomía del torero. Así no se puede emocionar a nadie.

El sexto era otro inválido. Cayetano dio pases con la derecha sin despeinarse ni arrimarse. El terno de marfil salió impoluto de la plaza. El animal repitió algunas arrancadas, pero entonces el torero no estaba. Algún desarme fue la guinda de su desafortunada tarde, que acabó mostrando excesivas precauciones cuando el toro era una miseria que no se comía a nadie, aunque tampoco era un verdadero toro.