Ángel Luis Lorenzo.- El invierno dice adiós a las desnudas ramas para gozar de la sombra, único refugio cuando el sol, que regala esta ciudad, aprieta. Cada primavera abre sus puertas, junto al Arenal y la piedad del Baratillo. Ella te aguarda, impaciente como el día de la alternativa en los nuevos matadores, como hemos esperado todos a que esta pandemia pasara. ¡Qué bonito, cuando te esperan de esa forma!

Es el momento del encuentro, mirándola a los ojos, compartiendo durante tardes, vivencias y aficiones en el olor de una plaza diferente a cualquier otra. En la memoria del cronista, esa feria de 1967 y en el recuerdo más presente, las veces que uno tiene que volver con admiración especial (la misma que se tenían, ya hace años, Pepe Luis Vázquez y Manolete).

Tu amor siempre responde cuando la afición- no turista- te llama, forjando trayectorias alrededor de afinidades, verticalidades desmalladas y alternativas con argumentos, en carteles rematados, que huelen a triunfos de clamor ( la encerrona de Escribano, Morante, Roca Rey….)

Queremos coser la muleta de nuestra afición a tu albero amarillo, propiciando hilos de oportunidades en su “círculo inquietante y anacrónico” (Aquilino Duque), fotografiado por Álvaro pastor, su amigo el gran Pepe Morán o Rocío de la Oliva.

Como el torero bueno, acariciando, así nos acaricias Maestranza. Llena de personalidad (cuál obra de Murillo) y conjunción; blanca cal de Morón por fuera, señorío y quietud por dentro. Bella, tras tu proceso de restauración y rehabilitación. En ti vemos luces que no tienen dudas.

Tras el Domingo de Resurrección en Sevilla, haciéndose el paseíllo con solemnidad, en la lisa arena dorada; los alrededores de la calle Adriano comienzan a llenarse. Allí, a escasos metros de la “sevillana más guapa” (Antonio Lorca dixit),  codilleando opiniones, de este ciclo taurino continuado que comienza.

Próximo, el momento de irnos al tendido, buscamos serenidad. Al entrar, nuestros ojos se llenan de luz, como la luz que tenía esta plaza en las tardes en las que sentaba cátedra Curro, vestida con albero amarillo que recitan los poetas. Con la fiesta que le da sentido a su existencia, se produce, con ilusión siempre renovada, una vuelta a la verdad, la sensibilidad «¿Acaso el toreo no es sentimiento?»(Carlos Crivell Dixit), al romanticismo y al conocimiento con la más madre de Sevilla.

Nuestros pensamientos salen toreando con un pellizco en el corazón desde la plaza, cruzando el puente de Triana, sobre un pausado Guadalquivir. Es noche de primavera. No resistimos a mirar hacia atrás, hacia ese espacio donde la palabra valor, aún se vive con autenticidad. Las cosas que más importan son las únicas que permanecen. Suelen estar cerca y no exigen más verdad que saber lo que se ama. Y, Sevilla, te ama: Maestranza.

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