Gastón Ramírez Cuevas.- Sábado 25 de septiembre del 2010. Undécima novillada de la temporada de la Plaza de toros Antonio Velázquez del restaurante Arroyo
Novillos: Cuatro de Autrique, desiguales de presentación y juego. Al cuarto le dieron arrastre lento.
Novilleros: Daniel Labrado, dos pinchazos, casi entera que no bastó y otros dos pinchazos para escuchar un par de avisos: silencio.
Antonio Galindo, se llevó un puntazo en el escroto y mató de media caída y perpendicular: vuelta al ruedo.
Carlos Rodríguez, dos pinchazos y casi entera caída y perpendicular: palmas.
Óscar Amador, cornada en la pierna derecha, gran estocada al encuentro: dos orejas y tres vueltas al ruedo, la última en hombros.
El cartel para el undécimo festejo en Arroyo era prometedor y los cuatro novilleros dieron todo de sí, protagonizando una gran tarde de toros.
El primero de Autrique fue un novillo difícil por listo. El novillero de Chihuahua, Daniel Labrado, le recibió con una media larga de rodillas en tablas y luego logró verónicas de buena factura. Quitó por chicuelitas antiguas y tomó los palos. Puso cuatro pares, logrando lucir sólo en el primero. Inició la faena de muleta por bajo con mucha torería, y pudo estirarse al natural con temple y aguante. Hay que señalar que por el pitón derecho el de Autrique no tenía un pase. De hecho, al intentar un muletazo por ese lado el toro le prendió sin consecuencias que lamentar. La faena se vino abajo al orientarse cada vez más el bicho y además Labrado se puso pesado con la toledana.
El público de Arroyo que siempre se ha caracterizado por su frialdad en el primer toro, ni siquiera le aplaudió al esforzado muchacho norteño, quien demostró que sabe torear y lo hace con inteligencia. Lo de la espada es otro cantar.
Para recibir al segundo de la tarde, Toño Galindo se fue a porta gayola y le pegó al morito una impresionante media larga cambiada de rodillas. Se fajó en las verónicas sin enmendar el terreno, sacando muy bien los brazos, y el público le tributó una sonora ovación. Este novillo fue le más hecho del encierro, e igual que el primero, tenía peligro. En el segundo tercio, Christian Sánchez clavó dos pares de antología, cuarteando por ambos perfiles y apoyándose en los palos para salir del embroque.
La faena del muchacho de Tlaxcala, la tierra de Dios y de María Santísima, fue un portento de poder. Con la muleta retrasada, tocando siempre a tiempo y aguantando las aviesas miradas del torito, Galindo hizo el toreo bueno por ambos pitones. Fue una de las faenas más emocionantes de la temporada por la quietud y el valor seco del torero de Apizaco. Este tipo de trasteos, de conocimiento y riñones, ya se ven muy de tarde en tarde. Al entrar a matar el toro le prendió y le dio un puntazo en el escroto, pues era evidente que iba a vender cara su vida. Lástima que la estocada fue defectuosa y ahí a Antonio se le fue una oreja de peso. Pero la vuelta al ruedo fue un justo premio a la exposición y al oficio del joven espada.
Carlos Rodríguez no pudo refrendar el triunfo de su comparecencia anterior en el feudo de los señores Arroyo, pues le tocó bailar con la más fea. El burel fue manso, distraído y jamás humilló. Lo más memorable de este tercero del festejo lo hizo Raúl Bacelis con los garapullos, exponiendo de verdad en dos pares formidables. Rodríguez se esforzó con la sarga y le buscó las cosquillas al de Autrique, pero ahí no había nada qué hacer. El respetable, que le quiere de verdad, le aplaudió fuerte al final de su labor.
Quedaban el cuarto y la gran esperanza de Óscar Amador, un muchacho que tiene todo para llegar lejos en este arte, en esta complicadísima profesión. El quite, que Amador inició con el imposible y siguió por gaoneras, tuvo la gran virtud del estoicismo y el mando. Ya desde ahí, la gente estaba rendida al carisma y la entrega del diestro de Muñoz, Tlaxcala.
Para comenzar el tercio de muerte, se plantó en los medios e instrumentó un muletazo cambiado por delante que tuvo el sello de la casa: la inmovilidad en las zapatillas y el gusto por torear. El novillo, un tanto feo, era noble y tenía recorrido. Los mejores momentos de la faena surgieron en los naturales largos y elegantes, en una trincherilla de cartel, y en los forzados de pecho. Quizá Óscar estuvo apresurado y toreó con brusquedad al no encontrarle la distancia al cornúpeta, pero cada detalle, cada instante de temple fue coreado por todo el cónclave. Para evitar que su labor se viniera un poco abajo, Amador se echó la muleta a la espalda y se puso a torear por joselillinas. En la segunda el toro lo cogió y le pegó una cornada seca en la pierna derecha, además de bailarle un zapateado en la cabeza. Medio noqueado, con las piernas de gelatina y con un improvisado torniquete en la pantorrilla, Óscar demostró de qué están hechos los toreros machos: ¡volvió a la carga con la muleta a la espalda!
Lo más espléndido fue cómo mató al novillo. Dice Cossío: “La estocada llamada al encuentro es suerte híbrida o práctica imperfecta de la de recibir. Es esencial en la suerte al encuentro: 1° Que se venga el toro. 2° Que el espada mejore su terreno. 3° que el encuentro se verifique en terreno próximo al que el torero ocupara antes de iniciar la suerte.” Ni más ni menos fue lo que hizo Amador, quien se está volviendo un experto en la suerte suprema. Sólo que, recordando que hace algunas semanas se le fue la oreja por pinchar, no vació, se quedó en la cara del toro para asegurar la estocada a toma y daca, llevándose otro fuerte golpe. Dos orejas y tres gloriosas vueltas al ruedo le han colocado en el pedestal del máximo triunfador de la Antonio Velázquez en lo que va del serial.