Gastón Ramírez Cuevas.- Sábado 28 de septiembre del 2013. Plaza de toros Antonio Velázquez del restaurante Arroyo. Cuarto festejo de la temporada (segundo para aspirantes a novilleros menores de 17 años)
Erales: Cuatro de El Vergel, bien presentados. Salvo el cuarto, que fue una verdadera prenda, los otros se dejaron torear.
Toreros: Héctor Gabriel, mató de entera trasera para cortar una oreja.
José Zavala, varios pinchazos y descabellos para que le tocaran dos avisos: silencio.
Cayetano Delgado, pasaportó a su enemigo con dos estocadas enteras: vuelta al ruedo un poco por su cuenta.
Andrés Lagravère, entera en buen sitio: oreja.

Como lo haría cualquier empresario taurino inteligente -esa especie en peligro de extinción- Pepe Arroyo repitió al triunfador de la semana pasada: Héctor Gabriel Aquino Ferrer, y el muchacho poblano volvió a alzarse con un triunfo grande.

El primero de la tarde fue un animal sin malas ideas y bastante colaborador, aunque tenía una evidente predilección por las tablas. Héctor Gabriel lo recibió con buenas verónicas, una chicuelina y una revolera. Después realizó lucidamente un ajustado quite por zapopinas.

Con los palos volvió a brillar, igual que la semana pasada. Esta vez cuarteó casi en tablas, clavó un gran para al violín y cerró el tercio con un par que en un ruedo más amplio hubiera sido al sesgo por fuera. Hay que ver cómo se arrima y se asoma al balcón, luciendo unas facultades envidiables.

Con la muleta se estiró con clase por ambos pitones, demostrando una encomiable predilección por el pase con la zocata. Una de las mejores características del toreo de Héctor es que parece ignorar lo que es el medio muletazo: completa todos y cada uno de los naturales y derechazos imprimiéndoles temple y hondura.

Remató el trasteo con unas joselillinas en la más pura línea tomasista, algo que se dice fácil pero que conlleva mucha decisión y valor. Luego se tiró a matar sin trampa ni cartón, sufriendo una espectacular vuelta de campana por atracarse de toro. El bicho salió muerto del trance y le fue concedida la oreja. Ojalá este torero nunca pierda esa frescura y esa afición, ya que de ser así llegará muy lejos.

El segundo pupilo de El Vergel fue un precioso berrendo en negro, caribello y calcetero. Pepe Zavala lanceó a pies juntos con elegancia, y eso fue lo más relevante de su actuación. En el último tercio el cornúpeta se aplomó y pese a su nobleza no transmitía nada. Zavala demostró que tiene escuela y no poca clase, pero su faena se fue desdibujando poco a poco. Mató bastante mal, hay que decirlo, y la gente guardó un respetuoso silencio.

A continuación vimos a Cayetano Delgado, quien sorteó un burel que parecía estar reparado de la vista. El quite le correspondía a Andrés Lagravére, quien ni tardo ni perezoso intentó pegarle una chicuelina al cornúpeta. Sin embargo, estaba en el viaje del toro y éste le ha propinado una paliza de proporciones mayúsculas. La plaza se quedó muda temiendo un percance serio. El novillero yucateco volvió a la cara del toro y completó el quite poniéndole los pelos de punta al respetable.

Delgado no se confió con la muleta, pese a que cuando se le aplicaba el toque fuerte al toro éste pasaba con recorrido y bastante bravura. Así las cosas, el trasteo no levantó el vuelo. No sabemos todavía por qué el muchacho de Nuevo León se dio la vuelta al ruedo, ni por qué no esperó a que el toro fuese arrastrado. En fin…

Cerró plaza un novillo muy largo y fuerte que resultó ser más listo que el hambre y que salió decidido a vender cara su vida. No hubo manera de lucir con el capote, y con comprensible prudencia El Galo (el nuevo apodo de este torero) optó por no banderillearlo.

Lo que vino a continuación fue la proverbial batalla sin cuartel. El hijo menor del matador Michel Lagravère comenzó intentando un cambio por la espalda y el toro lo prendió. Nuevamente un silencio sepulcral invadió los tendidos, pues todos estábamos conscientes de que el de negro no tenía un pase. Con un valor seco Andrés intentó robarle algunos derechazos tragando horrores y aguantando aviesas miradas, gañafones, parones, etc. Con la inconsciencia propia de sus pocos años, el muchacho intercaló entre los intentos de tandas otros dos cambios espeluznantes, demostrando que trae la fiesta por dentro y que si el toro tenía gatos en la barriga él no le iba a la zaga.

La estocada fue a toma y daca, el toro rodó, y la gente, aliviada y todavía estupefacta sacó los pañuelos blancos. Magullado pero contento, Andrés dio la vuelta al ruedo con una oreja que vale mucho.

De este modo vimos las dos vertientes más importantes del toreo. Héctor Gabriel le echó mucho pellizco al asunto y no poco valor, y El Galo puso aun más valor y otro tipo de arte, el que se define como virtud, disposición y habilidad para hacer algo.

Creo que aquí en Arroyo se ha gestado ya un mano a mano natural, no como los que tanto se dan entre los taimados toreros de más edad y que sólo logran aburrir al sufrido aficionado.